9.1.17

David Markson "Esto no es una novela"

David Markson construyó su extraño y fascinante Esto no es una novela en base al mismo procedimiento de La soledad del lector, su libro anterior, y se encarga de señalar de qué procedimiento se trata con idénticas palabras: “No lineal. Discontinuo. En forma de collage. Un assemblage”.
Si algo es Esto no es una novela, es eso. Una serie de citas entrecomilladas, tomadas de episodios biográficos y anécdotas irónicas, con un mismo horizonte: la cultura occidental, presentada como profusión de nombres propios –Ezra Pound, Homero, Diego Rivera y así. Una colección en la que el principio de organización se escapa todo el tiempo, ya que Markson lleva el procedimiento más allá en dos sentidos.

En primer lugar, reduce sus intervenciones al mínimo. Si en La soledad… aparecían dos personajes –el Lector y el Protagonista– y dos escenarios como cimientos de una novela posible, acá apenas sobrevive, como ruina, el tercer vértice de ese triángulo que se insinuaba: el Escritor, que se hace presente bajo la forma de indicaciones de método que son profecías autocumplidas: “Sin acción, la quiere el Escritor. Es decir, sin sucesión de eventos”.

En segundo lugar, porque si bien también acá, entre los temas que los pasajes abordan, están las impresiones de un lector erudito y la injuria, desde la primera página hasta la última, una y otra vez, se vuelve sobre lo mismo: la muerte. Los diagnósticos médicos, las causas aparentes y legendarias retornan sin cesar en Esto no es una novela, y ocupan la mayor parte de su espacio.

No se trata de la celebración obvia de la muerte del autor (o del Escritor, para el caso), sino del señalamiento de ese referente como un lugar vacío que nunca termina de llenarse, por más minuciosas que sean las informaciones que se den o por más arbitrarias que sean las indicaciones que de él provienen. “Este es un retrato de Iris Clert si yo lo digo. Dijo Robert Rauschenberg en un telegrama a una galería de arte en París”, leemos primero; y después: “Esto es una novela si el Escritor o Robert Rauschenberg lo dicen”.

El efecto es el de estar frente a una especie de vórtice temporal que cumple con lo prometido. Lo que el lector percibe no es una cadena de hechos, es decir, no el paso del tiempo, sino algo más excepcional: el tiempo todo junto.

El montaje somete los objetos a una especie de anacronismo monstruoso en el que todo es contemporáneo de todo: la Gran Guerra que Degas no vio concluir, la apoplejía que mató a Góngora, el estreno de Edipo Rey. Asoma aquello que a la novela y la historia siempre se les escapa: la fuerza de lo simultáneo. La sensación que nos queda es de una desolación hipnótica: si, como sugiere Markson, “la vida consiste en lo que un hombre está pensando”, los nombres que convoca en sus páginas están todos igualmente vivos, todos igualmente muertos
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