29.1.17

Patricia Highsmith "El Temblor de la falsificación"

“El crimen es una extensión de la ira, una extensión al punto de la locura o de la locura momentánea.” Cuando Howard Ingham se despierta en su habitación de hotel en Túnez se percata de que alguien ha entrado al dormitorio a oscuras, con la intención de robarle.
Supone que es el árabe Abdullah, un viejo malviviente al que ya ha sorprendido sustrayendo de su coche estacionado prendas de vestir y otros objetos a plena luz del día, a raíz de un descuido al no subir totalmente el vidrio del auto. Ingham coge lo primero que encuentra a la mano, a tientas, su máquina de escribir, y la arroja con fuerza contra la sombra............

Pese a la fama que le valió la publicación (1950) de su primera novela, Extraños en un tren, que el cineasta Alfred Hitchcock adaptó y llevó a la pantalla, que la catapultó internacionalmente como una excelente narradora, en Suspense nos cuenta que jamás dejó de escuchar los consejos de sus editores europeos y estadounidenses acerca del tratamiento de ciertas escenas, el desarrollo de personajes, tramas y situaciones, de tonos y desenlaces. 

Esto porque ella estaba consciente de que el punto de vista de un editor está respaldado por la opinión de dictaminadores y lectores contratados, a menudo escritores profesionales, por las propias empresas del libro.

El lector la ve recibir y llevarse un manuscrito devuelto para releerlo, reelaborarlo, prescindir de personajes circunstanciales o secundarios, modificar o eliminar un capítulo entero. Y luego pasarlo en limpio con copias al carbón, o refundirlo por una temporada al fondo de un cajón del escritorio, antes de iniciar con arrojo y coraje una historia nueva que ya le hierve en la sangre.

O amanecer con la mala noticia de que un suplemento cultural o una revista le rechazaron un relato propuesto tiempo atrás. “La vida de un escritor es libre e ilimitada, y si hay privaciones hay algún consuelo en el hecho de que no somos los únicos en enfrentarlas, y que nunca lo seremos mientras viva la raza humana”.

La autora de La celda de cristal se consuela al recordar los fracasos de Henry James al incursionar en teatro, sin saber, dice ella, que después de muerto se han adaptado sus obras para la escena (Los inocentes, de William Archibald), el cine (Washington Square y Daisy Miller), los radio-teatros, etcétera.

Aunque le queda el orgullo de haber sido reconocida por cineastas franceses, italianos y estadounidenses. De El temblor de la falsificación Graham Green dijo que era su mejor novela y su tema el recelo y la aprensión.

Para la posteridad Patricia Highsmith (1921-1995) dejó, en los archivos suizos de Berna, una herencia de ocho mil páginas entre diarios, cartas, recortes y apuntes personales para historias. Sobre una amante, Caroline, casada, escribió: “se derrite en mis brazos como si Vulcano la hubiese fundido expresamente para ello.

Puedo pasarme toda la noche con ella”. En su novelística es frecuente encontrar el desdoblamiento de un personaje en otro, como le pasaba a la propia Highsmith, que temía llegar a la esquizofrenia en la edad adulta.

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