3.2.17

Franz Kafka "Carta al padre" Carta al padre (1919), 1952

"Soy un hombre cerrado, taciturno, poco sociable, descontento, sin que todo ello constituya una infelicidad para mí, ya que es solamente el reflejo de mi meta. De mi modo de vivir en casa se puede sacar alguna deducción. Vivo en familia con personas bonísimas y afectuosas, más extraño que un extraño.
Con mi madre no he cambiado en estos últimos años más de veinte palabras de promedio al día; con mi padre, nada más que el saludo. Con mis hermanas casadas y mis cuñados no hablo en absoluto, sin que esto signifique que esté enojado con ellos. El motivo es sencillamente éste: no tengo absolutamente nada que decirles. Todo cuanto no es literatura me hastía y provoca mi odio, porque me molesta o es un obstáculo para mí, por lo menos en mi opinión".

Con estas palabras se refería y sí mismo y a su familia el propio Kafka en una de sus numerosas cartas. Quizá, además de los calificativos que emplea para referirse a sí mismo ("cerrado, taciturno, poco sociable, descontento"),lo que más llama la atención del fragmento es la mención a su padre: "con mi padre, nada más que el saludo".

La influencia que ejerció el padre en la vida de Franz Kafka es notable, pero ¿hasta qué punto es relevante o decisiva en su obra? Esta cuestión plantea la tan manida relación entre vida y obra de un autor. En el caso de Kafka no es productivo buscar componentes autobiográficos en sus obras, sino analizar en qué medida su producción literaria es un reflejo ficcional de su existencia, una experimentación con entes novelescos de sus sentimientos y pensamientos.

Más de una vez confesó Kafka que la literatura era su único refugio de libertad, el único consuelo en un mundo incomprensible. Mediante ella dialogaba consigo mismo y exteriorizaba sus inquietudes y extrañamiento ante la vida cotidiana.

El padre de Franz era un hombre corpulento y dinámico que ejercía una autoridad absoluta en su familia; es la encarnación del “pater familias” latino, con potestad absoluta para ordenar, organizar y dirigir la vida familiar. Trataba al resto de miembros como esclavos y se mantenía ajeno a las normas domésticas que él mismo dictaba: recuérdese, con respecto a esto, el episodio narrado en la Carta al padre (un verdadero “pliego de cargos” contra su progenitor que escribió en 1919 pero que no llegó a enviar) sobre las desproporcionadas normas de comportamiento en la mesa que él establecía e infringía arbitrariamente y sin reparos.

Este comportamiento dictatorial no excluye el cariño y amor hacia sus familiares. Podían convivir ambos actos (tiranía y amor), pues venían refrendados por toda la tradición occidental de relaciones familiares.

Por otra parte, el padre era un hombre centrado en sus negocios y vida laboral, lo cual le mantenía algo alejado de sus hijos. Kafka expone en Carta al padre, con sinceridad lacerante, su sentimiento de abandono y frustración ante la poca valoración de sus “triunfos” a que se veía sometido por la actitud indiferente de su padre.


Por todas estas razones, el escritor temía y odiaba a su progenitor, pero al mismo tiempo lo veneraba y admiraba. Esta paradoja se explica si se tiene en cuenta que veía en él al prototipo de hombre de acción, hecho a sí mismo, autosuficiente e indestructible; las opiniones de éste, sobre cualquier tema, estaban blindadas ante cualquier refutación, por lógica que fuese. Su prepotencia y egocentrismo le predisponían a desprestigiar las acciones o razonamientos ajenos y a convertir las suyas en modelo de perfección. Leemos en la Carta al padre:

"Te lo ruego, papá, comprende lo que te digo, todos estos detalles no habrían tenido importancia por sí solos. Me deprimían únicamente por el hecho de que tú, el hombre que tan enormemente ha influido en mi vida, sin embargo, no observaba los mandamientos que imponía.

Por ello subdividí el mundo en tres partes: una, en la cual vivía yo, el esclavo, bajo leyes que sólo hablan sido inventadas para mi y a las que yo, por otra parte —sin saber por qué— nunca más podía cumplir en forma satisfactoria: luego un segundo mundo, infinitamente lejos del mío, en el cual vivías tú, ocupado en gobernar, emitir las órdenes y disgustarte a causa de su incumplimiento; finalmente un tercer mundo, en el cual vivía el resto de la gente, feliz y sin órdenes ni obediencia".

"Desde muy temprano tú me prohibías la palabra. Te recuerdo siempre amenazante "¡Ni una palabra de réplica!" y levantando la mano al mismo tiempo. Cuando se trata de tus asuntos, tú eres un excelente orador y yo adquirí en tu presencia un modo de hablar entrecortado, tartamudeante, y aun eso era demasiado para ti: finalmente me quedé callado, primero acaso por terquedad y más adelante, debido a que en tu presencia no podía ni pensar ni hablar".

"Tú me decías: "Ni una palabra más" y con ello querías acallar en mí las fuerzas contrarias que te eran desagradables. Pero tal influjo era demasiado fuerte para mí, yo era demasiado obediente y enmudecí del todo, me oculté de ti y sólo osaba moverme cuando estabas tan lejos que tu poder, cuando menos directamente, ya no me alcanzaba".

"Entre nosotros no hubo realmente ninguna lucha; yo de inmediato estuve liquidado; lo que quedó era huida, amargura, tristeza, lucha interna". (Carta al padre, 1919)


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