Estaría bien, a partir de cierta edad, irse haciendo cada vez más pequeño, año tras año,e ir recorriendo hacia atrás los mismos estadios por los que antaño trepó uno con orgullo. Los honores y dignidades de la edad, con todo, deberían seguir siendo los mismos de hoy, de modo que gente muy menuda, como muchachos de seis u ocho años,serían los más sabios y los de mayor experiencia. Los reyes más viejos serían los más pequeños; sólo habría Papas muy pequeños; los obispos mirarían desde arriba a los cardenales y los cardenales al Papa.
No habría ya ningún niño que quisiera llegar a ser una persona mayor. La historia perdería importancia con la edad; uno tendría la impresión de que sucesos ocurridos trescientos años antes habían tenido lugar entre seres parecidos a los insectos, y el pasado tendría, al fin, la suerte de que nadie se fijara en él. La palabra libertad sirve para expresar una tensión muy importante, quizás la más importante de todas. Uno quiere siempre marcharse y cuando el lugar al que uno quiere ir no tiene nombre, cuando es indeterminado y no se ven en él fronteras, lo llamamos libertad
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