1991 fue el año en el que los Pixies apagaron la incandescente estela que habían perfilado desde hacía algunos años antes con el Surfer Rosa. Tras publicar en 4AD Trompe Le Monde, y con el asombro del resto de los miembros (y quizá un alivio para Kim), Francis envía por fax a sus compañeros una notificación en la que cuenta que el grupo se ha terminado (excepto a Santiago, a quien llamó por teléfono). Y ahí es donde acabó el legado que poco después seguiría enterrado con cierto culto hasta el regreso por la pasta.
Pero antes de tan egocéntrico y sorprendente final, el combo bostoniano dejó un último regalo, un disco a mitad de camino entre infravalorado y olvidado. Puede que las dos cosas. Apenas se habla de Trompe Le Monde, el primer motivo es el de la larga sombra que proyectan sus predecesores, quizá también por ser el último. En cualquier caso, un LP interesante que no merece este trato.
También es el más flojo, no se puede negar, pero sigue siendo un disco de notable. En Trompe Le Monde aún tenemos los retazos de la mejor versión del grupo. Un disco en el que utilizaron por primera vez el teclado y en el que viraron hacia posturas de rock más clásico y hardcoreta, con unos resultados muy satisfactorios. No obstante, debido a la mala situación entre Francis y Deal, que no pudo componer nada para este álbum, ese acercamiento a un rock más clasicista contrasta con los escasos duetos que deliciosamente habían ejercitado siempre.
Con todo, se nota y mucho el peso de Kim Deal con el bajo, haciendo auténticas exhibiciones en algunas canciones. Condenado al ostracismo Trompe Le Monde se publicó oficialmente el 23 de septiembre, sólo un día antes de que estallara el mundo con el lanzamiento de Nevermind, la consumación de Nirvana como banda mítica gracias a la fórmula de los de Boston, y la perdición de Kurt Cobain, del que recientemente se han cumplido veinte años de su fallecimiento.
Este cuarto trabajo de los Pixies no obtuvo tantas gratas palabras como sus totémicos discos anteriores, pero tampoco importa. Editaron su disco menos bueno, a la altura, con muchas canciones que rescatar y con el aura ufológica, onírica y de cienca ficción flotando todavía en el ambiente. No tenían que demostrar nada e introdujeron pequeños cambios que mostraron una faceta diferente en la que no perdían su personalidad.
Escuchar tanto tiempo después el álbum sigue arrancando muy buenas sensaciones, desde desgarros musculares hasta amplias sonrisas que provocan canciones ensoñadoras que sin embargo tienen poco que ver con el estado interno de la banda. Aun así, darle al play y toparse con un tema con la enjundia de 'Trompe Le Monde' no hace pensar que desde luego que sea un disco menor. En él hay cambios de ritmo, capas de guitarras más hardcore que complementan a la distorsionada.
De engaño, como dice la canción, hay poco. Quizá no es un disco con temas tan espectaculares o con canciones tan emblemáticas que puedan convertirse en himnos, pero sigue existiendo la violencia en temas como 'The Sad Punk', con Francis gritando como un loco, subido a una carretera kamikaze apunto de extinguirse. O en el desmelenamiento jevi de 'Space (I Believe In)', de lo más hardcoreta que han publicado nunca. Esa agresividad y el descaro es algo que sólo han perdido ahora.
También es el más flojo, no se puede negar, pero sigue siendo un disco de notable. En Trompe Le Monde aún tenemos los retazos de la mejor versión del grupo. Un disco en el que utilizaron por primera vez el teclado y en el que viraron hacia posturas de rock más clásico y hardcoreta, con unos resultados muy satisfactorios. No obstante, debido a la mala situación entre Francis y Deal, que no pudo componer nada para este álbum, ese acercamiento a un rock más clasicista contrasta con los escasos duetos que deliciosamente habían ejercitado siempre.
Con todo, se nota y mucho el peso de Kim Deal con el bajo, haciendo auténticas exhibiciones en algunas canciones. Condenado al ostracismo Trompe Le Monde se publicó oficialmente el 23 de septiembre, sólo un día antes de que estallara el mundo con el lanzamiento de Nevermind, la consumación de Nirvana como banda mítica gracias a la fórmula de los de Boston, y la perdición de Kurt Cobain, del que recientemente se han cumplido veinte años de su fallecimiento.
Este cuarto trabajo de los Pixies no obtuvo tantas gratas palabras como sus totémicos discos anteriores, pero tampoco importa. Editaron su disco menos bueno, a la altura, con muchas canciones que rescatar y con el aura ufológica, onírica y de cienca ficción flotando todavía en el ambiente. No tenían que demostrar nada e introdujeron pequeños cambios que mostraron una faceta diferente en la que no perdían su personalidad.
Escuchar tanto tiempo después el álbum sigue arrancando muy buenas sensaciones, desde desgarros musculares hasta amplias sonrisas que provocan canciones ensoñadoras que sin embargo tienen poco que ver con el estado interno de la banda. Aun así, darle al play y toparse con un tema con la enjundia de 'Trompe Le Monde' no hace pensar que desde luego que sea un disco menor. En él hay cambios de ritmo, capas de guitarras más hardcore que complementan a la distorsionada.
De engaño, como dice la canción, hay poco. Quizá no es un disco con temas tan espectaculares o con canciones tan emblemáticas que puedan convertirse en himnos, pero sigue existiendo la violencia en temas como 'The Sad Punk', con Francis gritando como un loco, subido a una carretera kamikaze apunto de extinguirse. O en el desmelenamiento jevi de 'Space (I Believe In)', de lo más hardcoreta que han publicado nunca. Esa agresividad y el descaro es algo que sólo han perdido ahora.
"Trompe le Monde" – 1:48
"Planet of Sound" – 2:06
"The Sad Punk" – 3:00
"Head On" – 2:13
"U-Mass" – 3:01
"Palace of the Brine" – 1:34
"Letter to Memphis" – 2:39
"Bird Dream of the Olympus Mons" – 2:48
"Space"– 4:18
"Subbacultcha" – 2:09
"Distance Equals Rate Times Time" – 1:24
"Lovely Day" – 2:05
"Motorway to Roswell" – 4:43
"The Navajo Know" – 2:20
Black Francis: Guitarra, Voz
Kim Deal: Bajo, coros
Joey Santiago: Guitarra
David Lovering: Bateria
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