9.8.15

Herta Müller "Hambre y seda" 2011


Los ensayos de este libro fueron la mayoría conferencias dadas en los años noventa del pasado siglo. Consta de doce capitulillos más una breve introducción, titulada “Sobre la frágil institución del mundo”. Vienen repartidos en cuatro grupos temáticos; los dos primeros, abordan el tema del hambre y la seda, el tercero, la vida bajo los regímenes totalitarios, y el cuarto, las barbaridades cometidas por los serbios en la guerra de los Balcanes.
De estas páginas surge un clamor contra los dictadores, se llame Mao Zedong, Tito, Ceaucescu o Slobodan Miloševic. Subraya con fuerza que los crímenes contra la humanidad cometidos por estos tiranos no se pueden obviar con opiniones e interpretaciones. “Se trata de hechos que se dieron justo de una manera, es decir: no de otra” .

Tal rotundidad expresiva la lleva incluso a elevar la exigencia de los artistas al tratarlos: “Debe estar permitido preguntarse si un artista vive en consecuencia con sus textos” . Nos encontramos con frases que hieren las entrañas. “El río se llama Timisul mort (Timisul muerto), un nombre que, desde la revolución, desde que Timisoara cuenta con treinta muertos y treinta desaparecidos, remite más allá de su simple nombre”.

Antes el sentido ético del lector recibió un choque con frases tan aplicables a la realidad española, Galdós formuló ya las mismas ideas con otras palabras, como “lo sólida que puede ser la cobardía como pilar de la vida”  o la estremecedora “La sangre de los muertos nunca ha vuelto más sensato a ningún vivo”.

La dictadura de Ceaucescu queda descrita como un mundo regido por el horror, la mentira, el engaño, cuyos efectos afectan el equilibrio sicológico de quien la vive: llegamos a sentir “odio a quien dice en voz alta lo que uno mismo piensa en secreto”.

Dedica los tres ensayos finales a narrar los horrores del nacionalismo, la imposición forzosa de la propia identidad a otros.

Primero, aborda el tema de los gitanos, el hambre a que fueron reducidos por Ceaucescu, la discriminación del color, que nos conciencia de un problema aún latente. Igual que los dos finales dedicados a los serbios y a su líder Slobodan Miloševic, que podrían considerarse como una bofetada con la palma abierta a los escritores de lengua alemana como Peter Handke, que los defendieron, describiendo la ignominia de un pueblo, el serbio, que disfrutaba de la vida en las calles de Belgrado, mientras sus militares asesinaban a miles de musulmanes.

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