19.10.15

Joyce Carol Oates "La hija del sepulturero"

“Es un monstruo al que debería decapitarse en un auditorio público, en el Shea Stadium o en un campo de exterminio junto con cientos de miles. ¡Es la responsable de todos los graffiti en los lavabos de caballeros y de señoras y en todos los retretes públicos de aquí a California ida y vuelta, parándose en Seattle por el camino! Para mí, es la criatura más odiosa de Norteamérica… La he visto y verla es odiarla. Leerla es vomitar… Creo que es esa clase de persona… o de criatura… o de lo que sea. Es tan… ¡ugh!”. Quien así se expresó, en una entrevista, fue el escritor estadounidense Truman Capote. Y a quien se refería Truman Capote era a Joyce Carol Oates.
Y no hacen falta motivos o hipótesis en cuanto a por qué alguien como Capote no dudaba en referirse así a un colega. Le gustaba hacerlo. Era casi un hobby. Lo que no implica –comparar lo que dice de Oates con lo que dijo de tantos otros— que no perturbe la potencia del odio que sentía por esta escritora comparado con el casi lacónico desprecio con el que se refirió a Salinger o Bellow o Malamud. La explicación para semejante arrebato –no hay que ser muy sagaz para comprenderlo– es la velocidad con la que escribe y publica Joyce Carol Oates , dueña ya de una obra de unos cien títulos-

La hija del sepulturero es una Novela William Styron porque si a algo recuerda es a La decisión de Sophie y al modo en que se las arregla para contar, casi lateralmente, los efectos del Holocausto. Así, Rebecca Schwart –nacida en 1936, a bordo un barco de refugiados alemanes atracando en New York– es, como la Sophie Zawitowska de Styron, una heroína trágica y una sobreviviente profesional.

Pero mientras Sophie tiene un secreto, Rebecca tiene muchos y por eso le ocurren muchas cosas. Pasen y vean: un padre maltratador, un asesino serial, muertes más o menos accidentales, sexo apasionado, cambio de personalidad, un prodigio musical, revelaciones inesperadas y redenciones finales, etcétera.

Es entonces –alcanzada la última página, mucho después de que uno haya dejado de resistirse a la propensión al arquetipo y al cliché, al sentimentalismo, y se rindiera a la tan poderosa como por momentos infantil imaginación de esta autora– cuando comprendemos que la Novela William Styron de Joyce Carol Oates se ha convertido en la Novela John Irving de Joyce Carol Oates sin dejar por eso de ser algo muy personal. Porque –como se revela en el reciente The Journals of Joyce Carol Oates 1973-1982– en La hija del sepulturero se percibe un cuidado y un cariño ausente en muchas de sus tan veloces como apresuradas novelas.

[Versión Kindle]

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