15.2.16

W.G. Sebald "Austerlitz"

En la oscura nave de la estación de Amberes ¿así empieza su historia el narrador? había un hombre joven, rubio, con pesadas botas de excursionista, pantalones de faena azules y una vieja mochila, ocupado intensamente en tomar notas y hacer dibujos en un cuaderno.
El narrador lo observa fascinado y comienza entonces una relación que se desarrolla durante decenios. Jacques Austerlitz se llama el enigmático extranjero. Vive en Londres desde hace muchos años pero no es inglés. En los años cuarenta, siendo un niño judío refugiado, llegó a Gales y se crió en casa del párroco de un pequeño pueblo, con el predicador y su mujer, personas mayores y tristes.

El chico crece solitario y cuando conoce su verdadero origen y su nombre verdadero, sabe también por qué se siente extranjero entre los hombres. Sebald recoge en este libro la historia de un ser trastornado, desarraigado. Busca en el pasado, que revive una vez más en el denso lenguaje de uno de los narradores más importantes y originales de nuestro tiempo.

La muerte prosaica y absurda de W.G. Sebald el 17 de diciembre de 2001 –se lo llevó un accidente de tráfico– no hizo más que ilustrar el pensamiento que subyace a su escritura: la idea de que bajo la fina tela que separa nuestra vida cotidiana (nuestro ser en el mundo) de la realidad profunda se esconde un terreno pantanoso y movedizo donde el horror, la aleatoriedad y, obviamente, la muerte se nos muestran con claridad cegadora como los verdaderos motores de la vida.

Su empeño no sólo estuvo en describir la pulsión negativa del ser humano, sino en narrar la zozobra, la bilis negra y el desarraigo de quien anda (o mejor dicho, vaga) con los ojos destapados. La voz de “Austerlitz”, como la del resto de su obra, es la de un espectro crepuscular y melancólico, un ser desamparado que, a través de las epifanías, las premoniciones y la observación mágica de su entorno –nunca del amor, atención– busca reconstruir su pasado. Jacques Austerlitz, arrancado de Praga a los 5 años, es una víctima más del nazismo obligada a reencontrarse a sí misma.

“Austerlitz” constituye el último y más brillante eslabón de su narrativa a la deriva, guiada tan sólo por la razón meditabunda y el anclaje emocional de las fotografías en blanco y negro (que logran expresar lo que ni la frase más explícita podría) y dotada, en esta ocasión, de un nivel de concreción y depuración formal insólito.

El estilo de Sebald –su magistral uso de las comas– es tan musical, hipnótico y envolvente que, sin comerlo ni beberlo, puedes llegar a leer sin leer páginas y páginas, para despertar luego en un punto muy lejano, sin saber qué ha ocurrido.

Aun así, por primera vez Sebald consiguió expresar la ensoñación sin perder un ápice de tensión narrativa, convirtiendo la transmisión de la palabra de Austerlitz en un tour de force literario plagado de reflexiones arquitectónicas, cavilaciones psicogeográficas (¿por qué nadie le ha relacionado con el situacionismo?) y evocación histórica.

Aunque publicada originalmente en 2001, “Austerlitz” puede considerarse la última gran novela del siglo XX, quizá una de las mayores muestras de literatura finisecular que ha dado la humanidad. Parece que, por fin, alguien consiguió armonizar la libertad post-moderna con la verdad y el humanismo, superando de una vez por todas el “agotamiento” que nos diagnosticó John Barth y preparando el futuro. Alguien deberá contar su historia, la historia de W.G. Sebald.

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