"Siento celos de toda la gente que aparece en tu carta, de los que nombras y de los que no, de los hombres y de las chicas, de los negociantes y de los escritores (sobre todo de estos, claro)... Siento celos de Werfer, de Sófocles, de Ricardo Huch, de la Lagerlöf, de Jacobsen. (...) Con todos ellos querría pelearme, no por hacerles daño, sino para apartarles de ti, para librarte de ellos, para leer solamente cartas en las que únicamente se hable de ti, de tu familia... y por supuesto, ¡por supuesto!, de mí".
Cuando en 1968 el escritor y Nobel de Literatura Elias Canetti leyó la correspondencia entre Franz Kafka y Felice Bauer que acababa de publicarse en alemán, quedó impactado por aquellas casi 800 páginas que daban cuenta de cinco años de tortura y abrumado por "una emoción que no experimentaba desde hacía muchos años con ninguna obra literaria".
Cuando ante Canetti se desplegó esta correspondencia febril y deslumbrante, Kafka llevaba ya 43 años muerto y Felice, ocho. Cinco antes de su muerte, la que el escritor llamaba su "más querida mujer de negocios" había vendido al editor de Kafka aquellas más de 500 cartas escritas entre el 20 de septiembre de 1912 y el 16 de octubre de 1917. Y, aunque la mayoría de quienes accedieron entonces a su contenido mostraron "embarazo y vergüenza" pese al tiempo transcurrido, no fue el caso del autor de 'Masa y Poder'. Porque, lamenta Canetti, "solo hay un consuelo para el horror de la vida, del que por suerte la mayoría solo son conscientes a veces, pero del que algunos, erigidos por potenciales interiores en testigos, lo son constantemente, y es sumarse al horror de los testigos anteriores".
La lucidez del ensayo de Canetti pasa por ir más allá de las habituales interpretaciones de estas cartas como una ventana siniestra al alma torturada del artista, enferma de indecisión, miedo y desvalimiento, para localizar en ellas el manantial oculto de la escritura de Kafka quien durante los momentos iniciales de su relación en los que enviaba a Felice dos y hasta tres misivas por día, dejaba también para la posteridad algunas de sus más importantes obras como 'La condena', 'América' o 'La metamorfosis'. "Porque la lucha que libra", escribe Canetti, "por esa energía que las cartas de ella le transfieren tiene un sentido, no es una correspondencia vana, no se agota en sí misma, no es una mera satisfacción, sirve a su 'escritura'. Dos noches después de escribirle su primera carta, escribe 'La condena' de un tirón, en una noche, en diez horas. Se podría decir que con esta obra ha establecido su conciencia de sí mismo como autor".
Muy distintas en fondo y forma a la otra gran correspondencia amorosa conservada de Kafka -las también excepcionales cartas a Milena escritas entre 1920 y 1923- también aquí nos falta sin embargo el contrapunto del interlocutor. Kafka quemó las más de 400 cartas recibidas de Felice Bauer en lo que en este periódico Alberto Olmos calificó de "un favor a celebrar" pues no hubo "señora más agotadoramente matrimonial, insulsa y apolillada", a años luz de la fascinante aventurera Milena Jesenská. El propio Canetti describe a Felice como "una naturaleza sencilla" tal y como "las frases de sus cartas que él cita, aunque no son muchas, lo demuestran de sobra". Y así, tras los primeros tres meses de explosión amorosa y fruición literaria, Kafka se da cuenta de que ella no entiende su literatura. Y todo se emponzoña
Petición
Probablemente aquella fue la petición matrimonial más torpe y lastimosa jamás escrita en un papel. El 16 de junio 1913, Franz Kafka envía una carta a Felice Bauer en la que, tras dar testimonio de su hipocondría y ansiedad le pregunta si "¿querrás reflexionar y llegar a una conclusión respecto a si quieres ser mi mujer?" para inmediatamente después advertirle que, en caso de aceptar, se atenga a las consecuencias: "tú perderías tu vida tal como la has llevado hasta el momento, vida con la que te sientes satisfecha casi por completo" y "en lugar de esa nada despreciable pérdida ganarías un hombre enfermo, débil, insociable, taciturno, triste, rígido, casi desprovisto de toda esperanza, cuya tal vez única virtud consiste en que te quiere". Por si esto fuera poco, Kafka concluye la carta citando sus lamentables ingresos económicos que "no son quizás mayores que los tuyos".
¿Buscaba el escritor una suerte de cortejo por aflicción, una seducción que interpelara más a la pena y al instinto maternal que al pavoneo del cazador triunfante? Así lo parece. En sus cartas Kafka se queja constantemente de sus innumerables enfermedades, de su paupérrimo estado físico, -"soy el más flaco de los hombres"-, de su "débil corazón", de cómo el aire que respira le envenena irremediablemente y de su incurable misantropía: "no puedo vivir con otros seres humanos, odio incondicionalmente a todos mis parientes, no porque sean malas personas..., sino sencillamente porque son las personas que viven más próximas a mí". Al mismo tiempo, y en una evidente relación de causa efecto según Canetti, su escritura ha entrado en vía muerta y todas las novelas que emprende quedan inacabadas.
La historia de amor entre el joven Kafka y Bauer vivida casi por entero a través del servicio postal se extendió a lo largo de cinco años, dos compromisos matrimoniales -ambos rotos por el escritor- y un torrente de cartas que, según ha argumentado el prolijo biógrafo Reiner Stach, demuestran su esencial inautenticidad: "Felice Bauer no era importante para Kafka como un ser vivo, como alguien de carne y hueso e inteligencia, sino tan solo como espejo, como superficie en que proyectar su propio mundo interior".
Concluye Canetti: "Hay una medida inimaginable de intimidad en estas cartas: son más íntimas de lo que sería la representación completa de la dicha. No existe un relato comparable de una persona dubitativa, ninguna exposición pública de semejante fidelidad. Una persona primitiva difícilmente podría leer esta correspondencia, tendría que parecerle el espectáculo desvergonzado de una impotencia emocional; porque todo lo que esta supone reaparece una y otra vez: indecisión, miedos, frialdad, falta de amor descrita con todo detalle, un desvalimiento de tales dimensiones que solo la extrema exactitud de la descripción lo hace creíble. Pero todo está hecho de tal modo que se convierte ipso facto en ley y conocimiento.
Un poco incrédulo al principio, pero con una seguridad que aumenta con rapidez, uno se da cuenta de que no se va a olvidar de nada, como si lo tuviera tatuado en la piel, como en 'La colonia penitenciaria'. Hay autores, pocos, que son ellos mismos tan por entero que cualquier manifestación a su respecto que uno se tomara la libertad de hacer parecería barbarie. Franz Kafka fue uno de esos autores; así que, aun corriendo el riesgo de parecer carente de libertad, hay que atenerse lo más estrictamente posible a sus propias manifestaciones. Sin duda se siente vergüenza cuando se empieza a penetrar en la intimidad de estas cartas. Pero son ellas mismas las que le quitan la vergüenza a uno. Porque al leerlas se advierte que un relato como 'La metamorfosis' es todavía más íntimo que ellas, y se acaba sabiendo qué es lo que lo hace distinto a cualquier otro relato".
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