El “Diario de la Guerra del Cerdo” de Bioy Casares, es un librito delgadito que habla de un estallido social protagonizado por jóvenes, que desemboca rápidamente en una cruel persecución y cacería de todas las personas “viejas” o que parezcan ser “viejas”, en la ciudad de Buenos Aires (BA). Esta pesadilla, dura exactamente 15 días.Pasado ese tiempo todo vuelve a foja 0, vuelve a imperar la normalidad, pero la lectura te deja con esa molesta sensación que lo que ocurrió podría volver a ocurrir en cualquier momento y lugar.El autor del libro introduce su obra contándonos al inicio cómo fue que se inspiró para escribirla:
“…se me ocurrió una tarde de 1966 en la confitería El Molino, mientras veía a una persona con el pelo teñido para disimular las canas…comprendí que la vejez es un problema sentido por todo el mundo como algo trágico y me senté a escribir la novela.
Por golpe de suerte, desde el principio “Diario de la guerra del cerdo” alcanzó buenas ventas. En la Argentina aparecía en la lista de los best sellers: del extranjero llegaban propuestas de publicación. Ginevra Bompiani, la hija de mi editor en Italia, poco después de mayo del 68 me mandó un telegrama que me decía: “Mándenos su libro. La novela está ocurriendo”. Sin embargo no tuvo mucho éxito en Europa. Mi editor alemán me dijo que los lectores europeos estaban llegando a la edad de los viejos de mi libro y sentían desagrado al leerlo.”
La novela
Se centra en el personaje de Isidoro Vidal, un hombre jubilado y muy cercano a cumplir 60 años. Isidoro tiene amigos similares edades, con los que -de vez en cuando- se junta a jugar partiditos de “truco” (juego de naipes con baraja española) en un café del barrio. Ellos se hacen llamar los muchachos.
“El término muchachos, empleado por ellos, no supone un complicado y subconsciente propósito de pasar por jóvenes, como asegura Isidorito (el hijo de Vidal), sino que obedece a la casualidad de que alguna vez lo fueron y que entonces justificadamente se designaban de ese modo”
Ya sea por el cariño de los años o por la fuerza de la costumbre, para los muchachos, jugar truco era una obligación que los enlazaba como en una red, la inasistencia sólo se concebía en casos de fuerza mayor. Ni Vidal fue capaz de saltarse una junta, cuando, justificadamente, requirió reposo luego de una intervención dental en la que se quitó todos los dientes y se los hizo reemplazar por una dentadura postiza.
Precisamente, el relato inicia con la recomendación de esta intervención, Vidal acepta hacerla sin mayor análisis, al parecer, movido por una necesidad intensa pero oculta que superó la evidente estrechez económica que sufre: la de aparentar menos edad: “frente a los rasgos físicos que delatan la edad, es preciso hacer algo para ocultarlos”. Es por esto que Vidal reemplaza su dentadura y es por esto que otros personajes tiñen su cabello.
A pesar que a esta altura del relato la persecución aún no se produce, el germen de ella ya está presente en la sociedad porteña. Los personajes “viejos” del “Diario de la guerra del cerdo” saben que lo viejo se define valorando negativamente las características que lo acompañan. Rasgos físicos y de personalidad indeseables, acompañan a las personas más añosas. En la otra vereda de las cosas, lo joven se valora positivamente, asociándolo con lo bello, lo efectivo, lo sensual…
Análisis sociológico
Este fenómeno bipolar con el que se definen y caracterizan las edades, es el resultado de un proceso sociocultural que está mediado por la modernización de las sociedades. Como saben, la vejez o la existencia de personas mayores de 60 años comenzó a ser visible sólo cuando las sociedades industriales europeas fueron capaces de garantizar condiciones mínimas para sobrevivencia fuera del mercado del trabajo. Momento en el que se acordó que después de cierta edad, era conveniente dejar de realizar actividades productivas demasiado exigentes. Las personas comenzaron a retirarse de la vida productiva alrededor de los 60 años y -al poco andar- su expectativa de vida comenzó a aumentar de 10 años, a 20 o 30 años, como en la actualidad.
La expectativa de vida aumentó y con ello la proporción de personas mayores. La famosa pirámide poblacional que presentan los demógrafos, comenzó a ensancharse en la parte superior, segmento que antes sólo correspondía a unos cuantos sobrevivientes suertudos. Sólo los “más aptos” de Darwin. Jóvenes y “viejos” se convirtieron en dos masas de gente que debían diferenciarse y la cultura los diferenció de manera polar: los activos v/s los pasivos, los que producen v/s los que gastan, lo bello v/s lo feo, lo limpio v/s lo sucio, los liberales v/s los conservadores – tradicionales, lo bueno y lo malo.
La polaridad en torno a la edad, como atributo que portan las personas en el campo o escenario social (según cuál sea el sociólogo que esté hablando), da pie para que se constituya una relación de poder entre ambos grupos de edad. En esta relación, quienes detentan los rasgos positivos dominan a los que no pueden quitarse de encima los rasgos negativos. Para Goffman, estos rasgos se convierten, a la larga, en verdaderos estigmas que señalan inequívocamente a los sujetos indeseables. La relación de dominación es beneficiosa para los jóvenes ya que a través de ella logran hacer valer sus intereses comunes y logran llevar adelante acciones u omisiones ampliamente legitimadas por la cultura y por una mayoría social compuesta por ellos mismos.
Los estereotipos sobre la vejez tienen como consecuencia, entonces, que las personas mayores sean excluidas de los espacios socialmente relevantes, que la atención de sus necesidades quede en segundo plano y que se observe negligentemente el atropello a sus derechos humanos (es por ello, por ejemplo, que Vidal vive en un conventillo muy a mal traer, en el barrio de Palermo). En casos extremos, como los de este relato argentino, la consecuencia del estereotipo, cuando se ve al otro como un “enemigo”, puede llegar a ser el odio y el intento exterminio masivo de los “viejos”.
La novela
En vez de combatir los estereotipos que los sujetos menos añosos han achacado sobre los más añosos, los personajes mayores de este relato aceptan la definición que se ha hecho sobre las personas mayores, pero evitan posicionarse dentro del grupo compuesto por estas personas de más edad ¿Por qué? Porque eso significaría verse expuesto a la marginación social. Los muchachos intentan desesperadamente tener éxito en este “juego”, fantaseando haberse pasado colados en el bando ganador. Sin hacer mucho alboroto, esperan no ser descubiertos, sin embargo esto -a la larga- no les funciona.
Es posible observar esta reacción en los personajes mayores del Diario, cuando comentan sobre el aspecto físico de otras personas mayores.
No está 100% clara la razón última por la que los jóvenes porteños deciden perseguir, secuestrar y matar “viejos”, fundamentalmente porque el autor no desarrolla con profundidad ninguno de los personajes jóvenes. Sólo a partir de unos cuantos diálogos de los muchachos con algunos jóvenes, es posible entrever que detrás de la matanza hay un discurso asociado a la supuesta “carga” que representan los “viejos” para las instituciones y las familias; y que estas serán acciones “naturales” para liberarse de dicha carga.
Dentro de la irracionalidad de la situación, Bioy Casares inserta frases que insinúan una dolencia espiritual o psicológica en los jóvenes: el miedo a envejecer o dejar de ser joven:
“En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser”
“a través de esta guerra (los jóvenes) entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven. ¡De ellos mismos, tal vez! … matar a un viejo equivale a suicidarse”
O un miedo al poder que podrían llegar a tener los viejos una vez que se conviertan en el grupo de edad más numeroso, un miedo a que se invierta el orden de cosas:
“la muerte hoy no llega a los cincuenta sino a los ochenta años, y … mañana vendrá a los cien… Se acabó la dictadura del proletariado, para dar paso a la dictadura de los viejos.”
Las relaciones con los hijos y con los hijos de los amigos y vecinos se vuelven cada vez más tensas. Relaciones fraternas y comentarios pícaros, bien intencionados, se transforman -de un día para otro- en comentarios hirientes que, al final del relato, se transforman en traiciones que permiten la acción impune de las piñas asesinas. En todos los lugares se reproducen relaciones de dominación que subyugan al “viejo”.
Dentro de esta pesadilla, las pensiones dejan de ser pagadas, por lo que muchas personas mayores casi mueren de hambre en sus propias casas. En otro caso extremo, hacen explotar una bomba al interior de un “hogar de ancianos”. Dos intentos por eliminar la “carga” que significaban para los jóvenes, las personas mayores.
El Estado prácticamente no se metió en el asunto, nunca se habla de la policía o de algún otro organismo estatal que pueda salir en defensa de los “viejos” y sus derechos fundamentales. Está ausente en el relato. El Estado parece ser un testigo o cómplice que también se beneficia con el exterminio: menos pensiones por pagar, menos carga que soportar sobre las arcas fiscales.
A lo largo del relato, la lucha entre jóvenes y “viejos” está siempre presente, estos últimos –incluidos amigos y conocidos de Vidal de largo tiempo atrás- son objeto de ataques y persecuciones que en algunos casos acaba con la muerte de algunos, como el vendedor de diarios don Manuel a quien en las primeras páginas un grupo de jóvenes mata sin razón alguna.
En definitiva, los “viejos” se debaten entre los deseos de continuar su vida normal e ignorar lo que ocurre, la indignación y los deseos de organizarse para la lucha y el miedo.
A parte de la buena noticia que la matanza finaliza y todo vuelve a “la normalidad” un día, el único punto alegre de “Diario de la guerra del cerdo” fue que el peligro de muerte inminente en torno a Vidal permitió que la joven Nélida le declarara su amor y deseo. El noviazgo intergeneracional nació en el contexto de la crisis. Ver que el mundo se caía a pedazos, les permitió asumir grandes riesgos, con un final feliz.
En el fondo, Nélida nunca aceptó como verdaderos los estereotipos, y así fue como se convirtió en la representante de una resistencia que reconoció al otro como un igual, digno de ser amado, a pesar de su edad y características físicas.
Una resistencia que nació del mismo núcleo de la violencia.
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