La película El amigo americano (1977), de Wim Wenders, se estrenó en España en septiembre de 1978. Estaba basada en Ripley’s Game, una novela que Patricia Highsmith había publicado en 1974. Wenders siempre había tenido el deseo de realizar una película sobre alguna narración de la escritora:
El amigo americano se convirtió en una película de culto, y con ella Wenders contagió su fascinación por Highsmith. Vila-Matas, refiere que “desde el primer momento, lo que envidió de Highsmith fue que supiera ser una escritora tan astutamente simple”, y recuerda una divertida entrevista que en agosto de 1980 Fernando Trueba y Óscar Ladoire le hicieron a Patricia Highsmith. Trueba y Ladoire fueron hasta Montcourt, un pueblecito francés donde ella vivía por entonces. Esa “desconocida” en España, más leída en Inglaterra, Francia y Alemania, declaraba: “No soy muy popular es Estados Unidos, lo sé, y me da igual. Escribo para divertirme”. La última frase se eligió como titular de la entrevista, en la que los dos cineastas narraban además su viaje por carreteras secundarias de la región de Seine-et-Marne: “Se diría que a quien vamos a visitar en realidad es a Tom Ripley, el asesino de Dickie Greenleaf…”.
“El crimen perfecto no existe”
La novela El amigo americano (Ripley’s game) comienza con esta lapidaria frase en boca de Tom Ripley: “El crimen perfecto no existe”; solo existen crímenes sin esclarecer, como los suyos, claro. En las dos primeras entregas de La Ripliada, Tom había asesinado tres veces de la forma más chapucera posible y a base de golpes: con un remo, con un cenicero, con una botella y rematando con un cubo de metal; había dejado rastros de sangre por todas partes, y se había deshecho de un cadáver quemándolo en un bosque y triturando el cráneo con una piedra.
Más de una vez el nombre de Tom ha salido en la prensa, pero no existen pruebas que lo inculpen, de modo que sigue disfrutando de una idílica vida en Belle Ombre, su lujosa casa de Villeperce, a diecinueve kilómetros de Fontainebleau. Hasta el hogar de Ripley se ha acercado Reeves Minot, un americano con el que, desde La máscara de Ripley, nuestro protagonista mantiene relaciones “comerciales”. Suelen ser trabajos fáciles como encargarse de enviar sospechosos paquetes a determinados sitios; lo que Ripley gana con esto “apenas da para abonar las facturas de la lavandería”, pero así conserva a Reeves para pedirle algún favor como que le consiga un pasaporte falso. Ahora Reeves Minot se ha metido en negocios demasiado grandes para él; en Hamburgo, donde vive, ha empezado a relacionarse con el mundillo del juego ilegal. La mafia italiana ha decidido también operar por allí y Reeves se ha propuesto arreglar el asunto. La cuestión es fácil: matar a varios hombres de la mafia, de familias distintas y sembrar la discordia entre ellos. Reeves quiere que el asesino sea alguien inocente, con el que no se le pueda relacionar, y le pide ayuda a Tom para encontrar al hombre adecuado.
Aquello es una locura, qué necesidad tiene Tom, en su feliz mundo de Villeperce, de mezclarse con esos asuntos. La esposa de Ripley, la bella y rica heredera Heloise, cuyo padre es “la esencia de la respetabilidad francesa”, se incorpora a la reunión para la exquisita cena preparada por el ama de llaves, madame Annette. Después, en la cama, cuando todos duermen Tom recuerda una fiesta a la que había asistido un mes antes en una “destartalada y gris” casa de Fontainebleau, cuyo dueño era un tal Jonathan Trevanny; se celebraba su cumpleaños y un conocido común, Gauthier, dueño de una tienda de artículos de pintura, había pedido a Ripley que le acompañara. Al ser presentado a Tom, Trevanny “había dicho en tono casi despreciativo: ‘Ah, sí, ya he oído hablar de usted’”. Cuando se queda a solas con Tom, Gauthier disculpa la actitud de Trevanny: se encuentra deprimido, padece leucemia mieloide y no anda bien de dinero.
En El amigo americano el punto de vista del narrador se desplaza desde Ripley hasta este nuevo protagonista, Jonathan Trevanny, un hombre normal, dueño de una tienda de marcos, con “un interior dickensiano” de paredes ennegrecidas que habría que pintar. Se necesita tanto dinero para todo, y en especial para pagar la altísima hipoteca de la casa; pero Trevanny es honrado, y no quiere “desplumar a los clientes”, como hacen otros.
Para Tom Ripley “el asunto de Jonathan Trevanny era un simple juego” en el que se inicia por curiosidad y por aquel desprecio que le hizo; consideraba a Trevanny “mojigato y santurrón” y dudaba “de que picase”. A Tom “no le gusta el juego” y no siente “el menor respeto por la gente que se gana la vida, o siquiera parte de ella, jugando. Era una especie de alcahuetería”; pero esto es distinto. Un mes después de la fiesta, Tom le escribe a Reeves diciendo que Trevanny “parece la viva imagen de la inocencia y la decencia”, que está muy enfermo y no va a vivir mucho y que, sobre todo, le hace falta dinero para dejarles algo a su mujer y su hijo.
Días antes Trevanny había recibido una carta de un amigo suyo en la que este le decía cuánto sentía lo de su gravísima enfermedad por un conocido, y que si necesitaba ayuda ahí estaba él. Entonces comienza el desasosiego de Jonathan. Siente que puede encontrarse al final del camino, que solo tiene deudas y nada para dejar a Simone, su mujer, y a George, su pequeño hijo. El amor a Simone le había salvado en los últimos años, proporcionándole una feliz vida hogareña. Si había fracasado en sus sueños de adolescencia, al menos ahora había encontrado algo de paz. Pero pronto recibirá la llamada de Reeves, que ha viajado a Fontainebleau para hablar con él. Le propone el asunto de los asesinatos, el primero de ellos en Hamburgo; de paso, le podrán hacer allí un diagnóstico en un excelente hospital, para ver el estado real en que se encuentra.
Trevanny se sorprende ante aquello y rechaza la proposición de Minot, a pesar de la cifra considerable que le pagarían. Highsmith nos sumergirá en las dudas y los cambios que se van produciendo en la mente de Trevanny. En muy pocos días, pasa de decir no a acariciar la idea del asesinato, por el dinero, y porque la víctima es un mafioso. Toma la decisión de ir a Hamburgo solo para hacerse el chequeo, sin matar; luego le devolvería a Reeves el dinero del viaje. Una vez en Hamburgo, Reeves Minot aprovecha cualquier ocasión para hablarle a Jonathan del asesinato; con aire santurrón utiliza argumentos como la maldad de la mafia, su conexión con la prostitución, la extorsión... Habla de Las Vegas como un desastre, mientras que los chicos de Hamburgo “son más honrados”.
En una ocasión Jonathan sale solo a dar un paseo por Hamburgo, con sus aceras “repletas de transeúntes”. Tenía un miedo espantoso a los resultados del chequeo:
Experimentó una sensación de vacío a la que ya estaba acostumbrado, una sensación de fragilidad, como si estuviera hecho de papel de seda, y de frío en la frente, como si la vida se le estuviera evaporando.
Y en su debate consigo mismo Jonathan decide probar “lo del asesinato. Y no porque creyese que iba a morir en el plazo de unos días o semanas, sino simplemente porque el dinero era útil. Porque quería dárselo a Simone y a Georges”.
Jonathan debe asesinar en una estación de metro, a una hora punta. Va a convertirse en “el hombre de la multitud”, con su misterio oculto en el anonimato de la gran ciudad; surge por un instante, busca a su víctima y luego desaparece sin dejar rastro. Trevanny, en su soledad como ser humano, se proveerá de instrumentos para cometer el asesinado; pero el arma decisiva se encuentra en su propia mente:
No sentía la menor piedad por el mafioso al que iba a matar (o al menos eso esperaba). Se dio cuenta de que tampoco sentía piedad por sí mismo. La muerte era la muerte. Aunque por motivos distintos, su vida y la de Bianca ya no tenían ningún valor.
Al enterarse de lo sucedido, Ripley vuelve a aparecer en escena. Trevanny se convierte en “un misterio”: “¿Será (…) uno de los nuestros?”, pensó Tom. Aunque para él, ‘nosotros’ Significaba Tom Ripley y nadie más”. Entre él y Jonathan Trevanny surge esa relación amistosa, de camaradería entre hombres. Tom no se siente culpable por haber iniciado el juego; había sido el Trevanny el que había tomado la decisión: “Pero no era una obligación, ¿verdad? Le hubiera podido decir que no a Reeves”.
Tom decide ayudar a Jonathan y ambos se ven envueltos en varias chapuzas criminales. Ripley se justifica pensando que es un modo de ayudar al bueno de Trevanny al que él “había metido en el asunto”; pero, sobre todo, es un modo de enfrentarse a la mafia:
Tom odiaba a la mafia, odiaba sus sucios negocios de préstamos, sus chantajes, su condenada iglesia, su cobardía al delegar siempre los trabajos más sucios en los subordinados, para que la ley no pudiera echarles el guante a los mandamases, no pudiera meterlos entre rejas salvo por evasión de impuestos o alguna trivialidad por el estilo. Comparado con los mafiosos, Tom casi se sentía un virtuoso. Al pensarlo soltó una sonora carcajada…
En El amigo americano, Patricia Highsmith plantea un dilema moral. Su pregunta es “¿todos tenemos un precio?”. ¿Hasta qué punto somos capaces de abandonar nuestros valores más firmes?, ¿cómo nos planteamos nuestra existencia tras la caída? Sólo por el hecho de aceptar un dinero podemos perder los principios que creíamos más sólidos. No hace falta cometer un asesinato para caer en el abismo de la conciencia. Algunos personajes morirán o sobrevivirán con el remordimiento; y otros, amorales, sin conciencia que les mortifique, saldrán ilesos.
El Tom Ripley de la película El amigo americano no es el de Patricia Highsmith. Dennis Hopper, en el papel de Ripley, nos da imagen de un hombre atormentado, solitario y enigmático. Vive en una gran mansión en Hamburgo, rodeado de máquinas y artilugios, fetiches de la cultura americana. No le acompañan ni Heloise ni madame Annette. Sumergido en un extraño mundo, se hace autorretratos con una polaroid o se graba con un magnetofón, para después escuchar su voz: “No hay nada que temer salvo el miedo. Cada vez sé menos quién soy yo o quiénes son los demás”. Sus gestos y actitudes muestran a un hombre misterioso y paranoico que recorre la película con un sombrero de cowboy y una peculiar vestimenta, alejada de la elegancia del Ripley de Highsmith. Es el Ripley de Wim Wenders. El verdadero protagonista de El amigo americano es Jonathan Zimmermann (Trevanny), interpretado por Bruno Ganz, que capta la esencia del personaje de Highsmith: sus dudas, incertidumbre y miedos.
Wenders sitúa la acción en un escenario distinto al de la novela. Los protagonistas viven en Hamburgo; Zimmermann (Trevanny) junto al puerto, en un edifico aislado que pronto será derruido. En la novela Highsmith escribía de Hamburgo: “Todo parecía nuevo comparado con Francia” y Trevanny recuerda que “Hamburgo había sido arrasado por las bombas”. Sin embargo, el Hamburgo de la película corresponde a zonas residuales y degradadas, mal asfaltadas y sucias. Zimmermann (Trevanny) viaja a París para cumplir con su destino; pero no veremos el París turístico, sino la zona de altos edificios nuevos –algunos construyéndose– del oeste, en el Quai de Grenelle. Desde allí nuestro protagonista se desplaza en metro hasta la moderna estación de La Défense, en la que la multitud es sustituida por los múltiples monitores de las cámaras de seguridad. Una vez fuera, al aire libre, Zimmermann se encontrará en el vacío Manhattan parisino, donde aún persisten restos de viejos edificios, vestigios de otra forma de vida.
El amigo americano es un homenaje al cine negro de Hollywood, pero con una nueva estética. De los trajes de chaqueta y sombreros de décadas anteriores, pasamos a los pantalones de campana y a la nostalgia de los Beatles. Wenders no sólo eligió para el papel de Ripley al ya mítico actor y director americano Dennis Hopper, sino que se vio rodeado de otros directores para pequeños papeles como Samuel Fuller que interpreta a un gánster; y, sobre todo, Nicholas Ray, que da vida a un atormentado pintor, un falsificador de cuadros que aparecía en la novela La máscara de Ripley. En el escenario de la ciudad de Nueva York, el personaje de Nicholas Ray mantendrá inquietantes diálogos con el teatral y desquiciado Ripley de Hopper.
Wim Wenders logró con El amigo americano una de sus mejores películas, y quizás una de las recreaciones más personales de la obra de Highsmith. En 2002, Liliana Cavani rodó una nueva versión de El juego de Ripley y convirtió a Ripley, interpretado por John Malkovich, en una especie de hombre del Renacimiento. Pero la megalomanía y los excesos efectistas de la película están muy alejados del espíritu de La Ripliada.
Highsmith recuperada
Después de su muerte, en 1995, el entusiasmo por Patricia Highsmith decreció. Se habían impuesto otras modas literarias. El silencio puede conducir al olvido o al Olimpo literario de los clásicos. En el 2009 la editorial Anagrama editó en un solo volumen y en la colección “Otra vuelta de tuerca” las cinco novelas de La Ripliada. Treinta años después del boom Patricia Highsmith, en Andalucía, gracias a los exámenes de las Pruebas de Acceso a la Universidad, El talento de Mr. Ripley se ha convertido en una de las obras que los alumnos deben leer. La elección de Highsmith se debe al hecho de que había que incluir a una escritora. Quizás El talento de Mr Ripley no sea la novela más apropiada para un alumno de esa edad. Es difícil explicar la psicología de Ripley, la complejidad de unos recursos aparentemente simples, el triunfo del mal sobre el bien. Pero en la obra no se cometen más crímenes que en Romeo y Julieta, y las noticias de televisión nos muestran a menudo la crueldad de un mundo en el que mueren cientos de trabajadores en una industria textil de la India, aplastados por el derrumbe de un edificio que amenazaba ruina, y en el que, con un sueldo miserable, se confeccionaba la ropa que venden las grandes cadenas donde nosotros compramos las gangas de moda.
Sí, puede que El talento de Mr. Ripley no sea la obra idónea para unos chicos que aún han leído poco y puede que haya otras autoras que hubieran merecido más estar allí. Pero, por mi parte, con el beneplácito de la administración educativa, he podido sumergirme, con algunos gastos pagados, en uno de mis secretos vicios literarios: las novelas de Patricia Highsmith.
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