21.2.21

Slint 30 años de " Spiderland" (1991)

Los aficionados a la música tendemos a ser excesivamente puntillos con el etiquetado de artistas. Tan pronto como escuchamos una nueva canción o grupo, lo encasillamos dentro de un esquema sonoro prefijado. Es un divide y vencerás mental; compartimentar cuanto sea posible nuestro particular archivo musical para que nos sea más fácil movernos por él.


La inmensa mayoría de artistas se conforman con quedar cómodamente situados dentro de un estilo ya definido, o a lo sumo mezclar un poco de aquí y de allá para ver qué sale. Sólo unos pocos se atreven a dar un paso al frente y romper con cualquier etiquetado previo, ignorando el statu quo de géneros musicales para crear su propio universo sonoro. No son necesariamente los mejores, pero sí los más creativos y valientes. Slint fueron uno de esos grupos.

Spiderland, su segundo y último disco, una pequeña piedra que empezó a rodar por la ladera, para terminar provocando la avalancha que hoy definimos como post-rock. La repercusión que el álbum tuvo en su día fue bastante escasa, dando lugar a que el grupo se disolviera súbitamente sin llegar a disfrutar del reconocimiento posterior, aunque en su momento gente tan sabia como Steve Albini, quien produjo el debut de la banda pero no esta continuación, sí los supo ver venir y dejó clara su opinión con la siguiente nota, que no necesita traducción: "Ten fucking stars.”

Siempre me ha hecho gracia el post-rock como género, pues a fin de cuentas viene a servir como improvisado punto común para todos aquellos grupos que difícilmente se pueden etiquetar. Es la clasificación de los inclasificables, y a causa de ello es habitual encontrar grupos considerados del mismo palo, pero que en la práctica auditiva tienen poco o nada que ver entre sí. Spiderland supuso el pistoletazo de salida para este estilo musical, pero no porque con él sentaran unas bases melódicas y compositivas para que otros grupos las siguieran, sino porque fueron pioneros en esto de hacer rock que no es rock.

El crédito de esta vanguardia se suele distribuir entre Spiderland y Laughing Stock, el disco final de Talk Talk que llegaría unos pocos meses después. En ellos se hace patente una voluntad de romper con cualquier modelo establecido, tomando quizás como base más sólida el art rock en su faceta progresiva, pero desproveyéndolo de su elegancia, su grandilocuencia e incluso su virtuosismo. Como coger In the Court of the Crimson King y despellejarlo, para sacar su parte más salvaje y ruda.

Pero está claro que en lo último que pensaba este cuarteto de estudiantes de Kentucky durante la grabación de este trabajo era en géneros, etiquetas o influencias; todo eso que tanto nos preocupa a nosotros como sibaritas de la música que nos consideramos. Para ellos todo era mucho más visceral, más auténtico y así queda plasmado en la crudeza con que está grabada cada canción, haciendo caso omiso de las normas más básicas de composición. Estructuras plagas de rincones oscuros y puntos muertos, tempos que no parecen tener ninguna cohesión, instrumentos que vienen y van en una deriva de distorsión y letras narradas, a veces casi susurradas. Y todo ello, con un marcado espíritu analógico.

Slint venían de lanzar cuatro años antes su debut, Tweez, en el cual se habían mostrado mucho menos atrevidos y más sometidos a corsés creativos. Tras la marcha del bajista Ethan Buckler, insatisfecho con el sonido de este primer disco, la formación para este segundo esfuerzo quedaría integrada por Brian McMahan como vocalista y guitarrista, David Pajo como guitarrista, Britt Walford como batería y Todd Brashear como nuevo bajo. Las tensiones durante la grabación fueron muchas y se hacen patentes no sólo en el sonido del álbum, sino en la leyenda de que algún miembro tuvo que pasar después por un centro psiquiátrico para recuperarse. No es de extrañar que se disolvieran poco después de terminarlo.

Tan escaso fue su alcance en el momento de lanzarlo a las tiendas, como masivo el reconocimiento posterior que ha ido cosechando. Spiderland pasó a ser conocido más allá de unos cuantos círculos alternativos cuando grupos como Mogwai empezaron a acreditarlos como una de sus principales influencias. No es difícil percibir entre líneas el trabajo que luego desarrollarían Isis, Tortoise, Godspeed You! Black Emperor o Cul de Sac, por citar sólo unos pocos.

Así pues, más que por sus influencias previas, la mejor forma de explicar a Slint es mediante los grupos a los que ellos han influido posteriormente. En su mayoría, el trabajo de los discípulos es mucho más refinado y en cierto modo talentoso, que el original del maestro. No es éste un disco cargado de perfeccionismo, estructuras elaboradas y producciones cuidadas como suele ser habitual en el post-rock, y no es difícil encontrar entre sus sucesores álbumes muy superiores en el cómputo global. Pero el rasgo de autenticidad que caracteriza a esta obra no la vais a encontrar en nada de lo que vino después.

A fin de cuentas, como ya he dicho el gran mérito de este elepé no fue el de definir unos patrones a emular, sino el inventar una filosofía nueva para concebir el rock. No esperéis que Spiderland sea para vosotros un disco amable, porque su actitud es tosca, huraña y un tanto violenta. No es la clase de disco con la que te gustaría forjar una larga y duradera amistad, al menos cuando te lo cruzas por primera vez. Pero como ocurre con los verdaderos amigos, al final uno acaba encontrando el encanto de sus puntos flacos, y hasta termina por cogerles cariño.

La pregunta que muchos se harán es: ¿Estaríamos hablando ahora de este disco, de no ser por sus posteriores influencias? Posiblemente no. Es cierto que puedo estar cayendo en el pecado de valorar más el peso de Slint en otros artistas que el trabajo propiamente dicho que realizaron. Pero esto no es en absoluto un demérito para ellos, sino la muestra definitiva de por qué éste debe ser un disco de cabecera para quien disfrute del rock con un mínimo de profundidad.

Aunque el grupo se ha reunido de forma puntual un par de veces después, primero en 2005 y luego en 2007 con paso incluido por el Primavera Sound, ese aura de misterio y singularidad sigue rodeándoles, haciendo que para la mayoría de personas sigan siendo lo que algún crítico espabilado definió como cuatro cabezas flotando en el agua. Cuatro cabezas lo suficientemente inconscientes como para entregarse a la música sin pensar en el futuro, apostando por crear su propio camino aunque éste les llevara directamente a tirarse por un precipicio. Nadie lamentó esa caída en su momento, pero hoy en día brilla como una de las grandes referencias musicales de los 90, y de las últimas décadas en general.

Hipersónica




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