12.3.21

Javier Marías "Tomás Nevinson" 2021

'Tomás Nevinson’ (Alfaguara, 2021,677 páginas), es la novela más larga de Javier Marías. La más larga y quizá la última de su larga carrera de medio siglo, iniciada con ‘Los dominios del lobo’, 1971. La más copiosa, la postrera, y tal vez la más rica de invención novelesca. Pero, vayamos por partes. En teoría nadie lee mejor que nadie mientras no lo demuestre, sea la lectura de ‘Don Quijote’ o la de ‘Guerra y paz’. Posiblemente esta novela de Marías, ‘Tomás Nevinson’, cuenta la historia del terrorismo etarra de una manera detectivesca.


Todos sabemos lo que ha pasado, el historial sangriento de la banda vasca, pero nadie lo ha sintetizado o novelado mejor que JM. ‘Patria’ de Aramburu recreaba una visión endogámica, las tripas de la tribu vasca. Mientras que JM nos sorprende con una perspectiva exterior, distante, pues no en vano, el fenómeno salpicó por igual al resto de España, de modo brutal en las matanzas de Barcelona o de Zaragoza, que se convierten en un ‘leit-motiv’ de la novela. 

Nevinson fue un joven espía de Oxford, un pardillo de Chamberí, mitad inglés, mitad español, que tras una pila de años, ya retirado de la acción, vuelve a retomar su viejo oficio, acaso por placer, volver a la aventura del espionaje, quizá por escapar del tedio burocrático del espía retirado. Pero aquel joven Nevinson ha cambiado, ha visto lo suficiente del mundo, su negra espalda, y la novela es la historia de ese cambio, de esa lucha interior, de ese pensamiento novelesco en torno a la justicia clandestina de Estado, si vale el absurdo concepto.

Tupra, acaso el personaje más misterioso y despiadado, o más temible, de ‘Tu rostro mañana’, aterriza en Madrid para encargarle una misión a Tomás Nevinson, el esposo de Berta Isla, protagonista de su anterior novela. Se toman unas bravas en la Plaza de la Paja y se detienen luego ante la estatua del almirante de Lepanto en la Plaza de la Villa. Ese episodio podría ser un entremés cervantino. El español inglés. Nevinson acaba contaminado por Tupra : "No existen los amigos seguros", dirá casi al final de la novela.

La misión de Tupra conduce a Nevinson a la ciudad fluvial de Ruán, una norteña ciudad española de falso nombre, una Vetusta de Clarín o una Mantua de Benet, en la que viven tres personas sospechosas de colaborar con la logística del IRA o la ETA. Descubrir a esa persona medio irlandesa, medio española, será la tarea de Nevinson. TN está algo escamado de las argucias y trampas de su jefe, Tupra. Ser un mero peón del MI5, el espionaje británico, conlleva ese veneno, ese precio. Uno nunca sabe qué terreno o qué mundo pisa, para quién trabaja y con qué propósito. Es el estilo del mundo.

Por la ciudad de Ruán discurre el río Lesmes, donde baten obsesivas campanas de sus altivas y suntuosas iglesias, y sus gentes pululan por un puente sumergido en la niebla, como prisioneros de una burbuja dickensiana.

La novela es un prodigio de pensamiento novelesco, escindido constantemente, o bifurcado, entre la severa reflexión moral y la espada umbría de Damocles de la razón de Estado. Todos queremos vivir en paz en una Europa confortable, pero preferimos ignorar el precio oscuro o subterráneo de esa paz.

Hay páginas absolutamente prodigiosas, de las mejores que haya escrito el autor, sobre el afán de revancha o linchamiento, a propósito del asesinato del concejal de Ermua, o en otras tesituras de la trama, sobre la posibilidad o no, de recuperar la dignidad o la estimación de una persona concreta, Berta Isla, sea por antigua amistad o por un afecto más profundo. Marías aborrece la cursilería sentimental. El monarca de la ambigüedad moral. "Resuena un trueno en la distancia. Los dormidos son como pinturas". A trechos afloran ramalazos de novela gótica, episodios de pesadilla victoriana, como de un híbrido feliz de Stevenson o Conrad, de Hitchcock o de Buñuel. "Cuesta deslindar las facetas de una persona, se mezclan y van todas juntas", escribe.

‘Tomás Nevinson’ podría ser la última novela de Marías, una novela que cautiva al lector desde la primera a la última página, sin recurrir a ningún embeleco o recurso trillado. Comicidad y gravedad forman una trabazón perfecta, gracias a una prosa en perpetua tensión detectivesca, que a trechos se remansa y codea con ‘Macbeth’, Yeats o T. S. Eliot.

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