Le decía en una carta Franz Kafka a Felice Bauer: “En este sentido escribir es un sueño más profundo. Como la muerte. Del mismo modo que no se saca ni se puede sacar a un muerto de su sepultura, nadie podrá arrancarme por la noche de mi mesa de trabajo”. Estas palabras de Kafka me trajeron ayer el recuerdo de Roberto Bolaño y de su actitud ante la vida y la escritura, el recuerdo de todos esos años en los que se dedicó, sin tregua alguna y con intensidad fuera de la normal, a entrelazar sueño profundo, muerte y caligrafía.
También Marguerite Duras, en las últimas páginas de Eso es todo, me trajo ayer la memoria de Bolaño: “Ya está. Estoy muerta. Se ha terminado”. Y poco después, tras una breve pausa: “Esta noche vamos a tomar algo muy fuerte. Un plato chino, por ejemplo. Un plato de la China destruida”. Ayer, al releer estas palabras de Duras, quise entender que para ella la China destruida era su infan- cia ya totalmente arrasada, devastada, tan devastada como la vida de Bolaño
Enrique Vila.Matas
Enrique Vila.Matas
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