Ésta fue la primera novela que escribió Bolaño, y de ella se nos dice en la contraportada lo que se suele decir de las novelas primerizas de cualquier gran escritor: "aquí encontrará el lector las claves del universo literario de Roberto Bolaño". Y por una vez, esa frase tan original es cierta.
En La pista de hielo el lector se reencuentra con los motivos, personajes y estilo habituales de Bolaño. Ahí están el poeta latinoamericano desarraigado, la Costa Brava, el trabajo en un camping, la obsesión por la literatura, la narración a varias voces, la loca con cuchillo, la trama policial...
La historia, narrada desde el punto de vista de tres personajes relacionados más o menos estrechamente, se sitúa en Z, una ciudad costera que podría perfectamente ser el Blanes tan querido de Bolaño, y nos cuenta un caso de corrupción local mezclado con un triángulo amoroso y que culmina, cómo no, en un asesinato.
Al lector que se enfrenta a La pista de hielo le resulta imposible sustraerse a la influencia de Los Detectives Salvajes. Esta novela primeriza debió de sorprender, y mucho, a sus primeros y no muy numerosos lectores.
El lector de hoy, conocedor ya de Bolaño, no puede sorprenderse tanto, y su lectura tiene para él algo de ejercicio arqueológico: mira, aquí están los cimientos de la literatura bolañiana. Sin duda Bolaño, que quizá tenía la vista puesta ya en su gran obra, aprendió y pulió mucho su estilo al escribir este libro. Aprendió, en primer lugar, qué funciona, y decidió mantenerlo, enriquecerlo y, en ocasiones, llevarlo al extremo.
La historia, narrada desde el punto de vista de tres personajes relacionados más o menos estrechamente, se sitúa en Z, una ciudad costera que podría perfectamente ser el Blanes tan querido de Bolaño, y nos cuenta un caso de corrupción local mezclado con un triángulo amoroso y que culmina, cómo no, en un asesinato.
Al lector que se enfrenta a La pista de hielo le resulta imposible sustraerse a la influencia de Los Detectives Salvajes. Esta novela primeriza debió de sorprender, y mucho, a sus primeros y no muy numerosos lectores.
El lector de hoy, conocedor ya de Bolaño, no puede sorprenderse tanto, y su lectura tiene para él algo de ejercicio arqueológico: mira, aquí están los cimientos de la literatura bolañiana. Sin duda Bolaño, que quizá tenía la vista puesta ya en su gran obra, aprendió y pulió mucho su estilo al escribir este libro. Aprendió, en primer lugar, qué funciona, y decidió mantenerlo, enriquecerlo y, en ocasiones, llevarlo al extremo.
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