21.2.16

Arthur C. Clarke "Cita con Rama"

La trama parte de una idea que consideramos original: En al año 2077, un gigantesco asteroide que nadie vió llegar impacta contra la Tierra, concretamente al norte de Italia, causando 600.000 muertos, un millón de heridos, daños materiales por valor de un trillón de dólares e incalculables pérdidas para el patrimonio histórico, artístico y cultural. Decidida a que algo semejante no vuelva a ocurrir jamás, la Humanidad olvida su escalada bélica nuclear y redirige sus esfuerzos al Proyecto Vigilancia Espacial. Y así comienza nuestra historia.
Clarke sitúa los acontecimientos en un siglo XXII en el que la Humanidad, una vez superadas sus diferencias internas, se ha expandido por los planetas y asteroides del Sistema Solar capaces de albergar vida. La antigua ONU ha cedido el puesto a un consejo de siete miembros, uno por cada mundo habitado (Mercurio, La Tierra, La Luna, Marte, Ganimedes, Titán y Tritón).

Esta diáspora ha dado lugar al nacimiento de nuevas identidades, de nuevas culturas y filosofías, humanas pero no terrícolas, lo cual a nosotros, por deformación profesional, nos ha interesado particularmente. Cuestiones antropológicas aparte, el autor nos está ubicando en un escenario en que el progreso tecnológico permite al ser humano el desplazamiento y la comunicación ágiles y constantes dentro del Sistema Solar, y desplegar por todo él un sistema de detección de asteroides, lo que será fundamental para dar consistencia a la trama.

Dijimos que "Cita con Rama" trata del contacto con una especie extraterrestre ¿Dónde está entonces? Calma, vamos con ello. Todo arranca cuando el citado Proyecto Vigilancia Espacial detecta un objeto cilíndrico de cuarenta kilómetros de diámetro, aparentemente hueco, cuya trayectoria parece llevarlo directamente al centro del Sistema Solar. Rápidamente se envía una nave, la Endeavour, capitaneada por el comandante Norton, al encuentro de Rama, pues así se bautiza al objeto, en nombre del dios hindú. El acceso al interior de Rama desvelará un micromundo de proporciones ciclópeas, cuya exploración e intento de comprensión serán el eje central de la novela.

Sir Arthur emplea un estilo sencillo, directo, frío incluso. No hay lugar para florituras ni recursos estilísticos elaborados. Las descripciones son exactas y pulcras pero no excesivamente detallistas. Priman los hechos y su narración es casi una crónica periodística, nos ubica con precisión dentro de Rama (de tamaño colosal como veremos) y su narración es ordenada, lineal, muy fácil de seguir.

Hemos de decir, y esto no es una crítica negativa, sino que entendemos que es algo propio de la Ciencia-Ficción dura, que por momentos es desapasionado, aséptico. Los personajes están elaborados, tienen motivaciones y trasfondo, pero Clarke los trata con desapego. Cumplen su función, pero no llegamos a encariñarnos con ellos, a empatizar. Nosotros particularmente hemos sentido simpatía por Boris Rodrigo, el honesto y eficiente cristiano del cosmos, por la entusiasta doctora Laura Stern, o por el responsable y bígamo comandante Norton, pero el grado de implicación no es tal que lleguemos a temer por ellos, a sufrir por sus vidas o a entusiasmarnos con sus logros.

Esta frialdad, tan propia del positivismo, se extiende al conjunto de la obra, y puede echar hacia atrás a aquellos lectores que busquen una historia más vibrante y un relato más vivo, más literario. Para nosotros, en cualquier caso, nos parece un estilo adecuado a los intereses del autor, que son exponer unos hechos científicamente pausibles, sin excesivas licencias artísticas, donde los personajes no son héroes, sino actores de reparto de una historia donde el verdadero protagonista es Rama.

Hablemos, pues, de Rama, y de las gigantescas dimensiones que anticipamos más arriba. Rama, con cuarenta kilómetros de diámetro, contiene en sí mismo todo un pequeño planeta, que incluye un ancho mar central, varias ciudades y tres escaleras tan extraordinariamente elevadas (más altas que el Everest) que tienen diferente gravedad a lo largo de su extensión. La tripulación de la Endeavour necesitará días enteros para bajar y subir las escaleras y para moverse por el interior de Rama, incluso elaborando una rudimentaria embarcación para atravesar el mar interior.

Rama, que parece estar aletargada cuando Norton y su tripulación acceden a él, cobra vida ante su presencia, encendiendo seis gigantescos soles artificiales, generando una atmósfera respirable y poniendo en funcionamiento un ejército de biotas con diversas formas y funciones, como observación y limpieza. Pese a que nunca veremos a los ramanes, sabremos que su morfología está basada en el tres, y que poseen un nivel tecnológico muy superior al nuestro, habida cuenta de todos los misterios que Rama nos proporciona: Su origen, su procedencia y su destino, su antigüedad, su modo de propulsión (pues carece de toberas o reactores visibles) y sobre todas ellas, sus creadores y su propósito.


La industria del cine estuvo interesada en llevar este libro a la gran pantalla, pero finalmente descartó la idea. Ver  este breve vídeo de Morgan Freeman hablando sobre el tema, pues era su Productora la encargada del proyecto.

En 2001, un estudiante de Arte llamado Aaron Ross creó este trailer como proyecto académico. En el 2009, cedió su trabajo para que otro estudiante llamado Philip Mahoney lo reeditase con el mismo fin, y este es el resultado.


"[...]Pero había algo que ninguna imagen electrónica podía absolutamente reflejar, y era el abrumador tamaño de Rama.No había recibido nunca una impresión semejante al descender en un cuerpo natural como la Luna o Marte. Esos eran «mundos», y uno esperaba que fueran grandes. También había descendido al Júpiter VIII, que era un poco más grande que Rama, y le pareció un objeto pequeño.No resultaba tan difícil resolver la paradoja.

El hecho de que Rama era un artefacto, millones de veces más pesado que cualquier objeto puesto alguna vez por el hombre en el espacio, alteraba por completo su criterio, su sentido de las proporciones. Rama tenía una masa de lo menos tres trillones de toneladas; para cualquier astronauta éste no era sólo un pensamiento impresionante sino también aterrador.[...]"

"La cavidad interior es de quince kilómetros de largo y dieciséis de ancho. Los dos extremos tienen forma de cuenco, con geometrías bastante complicadas. Hemos llamado al nuestro, Hemisferio Norte, y estamos estableciendo nuestra primer base aquí, en el eje.—Partiendo radialmente del cubo central, con una separación de 120 grados hay tres escaleras de casi un kilómetro de largo. Todas terminan en una terraza o meseta circular, que rodea el cuenco. De allí parten otras tres enormes rampas, en la misma dirección, que descienden hasta la planicie.

[...] Las escaleras —las hemos denominado Alfa, Beta y Gamma— se interrumpen en cinco terrazas circulares más. Estimamos que deben tener entre veinte y treinta mil peldaños

[...] El Hemisferio Sur muestra un aspecto totalmente distinto. Para empezar, no tiene escaleras y ningún llano cubo central. En cambio, hay un inmenso mástil de kilómetros de largo a lo largo del eje, con seis más cortos alrededor. El conjunto es muy extraño, y no podemos imaginar qué significa.A la sección cilíndrica de cincuenta kilómetros entre los dos cuencos la hemos bautizado 'Planicie Central'.

[...] El rasgo más notable de la Planicie Central es la faja oscura de diez kilómetros de ancho que la circunda en la mitad. Parece hielo, de modo que le hemos dado el nombre de Mar Cilíndrico. Y en el centro justo hay una especie de isla de forma ovalada, de unos diez kilómetros de largo y tres de ancho, cubierta de altas estructuras. Porque nos recordaba a la antigua Manhattan, la hemos llamado Nueva York [...]"

El libro obtuvo entre otros el premio Nébula en 1973, y el Hugo y el  John W. Campbell Memorial en 1974.


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