Durante la primavera de 1956 llovió con fuerza en Berlín. Hubo inundaciones y muchos cables de teléfono y telégrafo se estropearon, provocando cortes en el suministro. Una de las líneas afectadas comunicaba el Berlín soviético con Moscú.
En la medianoche del 22 de abril un grupo de cincuenta hombres trataban de arreglar el cableado, excavando en el suelo, cuando accidentalmente descubrieron un largo túnel con micrófonos: las conversaciones soviéticas, aunque encriptadas, estaban siendo escuchadas. En una ciudad en reconstrucción y plagada de espías, agentes dobles y militares, parecía que la lluvia había sacado a la luz la operación Gold.
La operación Gold había comenzado cinco años antes en Viena, otra ciudad también dividida, y bajo el nombre de Operación Silver. Una tienda de ropa tweed servía al MI6 británico como tapadera: en sus cimientos arrancaba un modesto túnel desde el cual acceder a las líneas de comunicación enemigas.
Pese a que los mensajes soviéticos se transmitían encriptados, la máquina de envío producía un débil eco electrónico, conteniendo el mensaje original antes de ser cifrado. Para alcanzar ese eco se debía estar cerca del emisor, y de ahí la necesidad del túnel. Como si de un argumento de Woody Allen se tratara, el éxito de la tienda de ropa tweed interfería con la operación, y tuvo que ser cerrada.
El túnel de Berlín concluía en un edificio militar americano, próximo al aeropuerto, y con una antena postiza en su tejado. En su interior Ian McEwan sitúa el despacho de su protagonista, Leonard Marham, un británico encargado de supervisar las máquinas de escucha.
The innocent (1990) es el recuento de su vida en Berlín, y ofrece una ficción que supera y arolla, con la fuerza de un tsunami, a la realidad. La atención del lector queda enganchada a la acción de su protagonista, a la representación nítida de su vida cotidiana, su despertar sexual, el amor, los celos, la violencia, el miedo, el conflicto de su identidad británica frente a la alemana, ganador y vencido, y en un segundo plano ese gran decorado histórico que palidece tras sus sentimientos; y ahí reside el gran valor de su novela, pues solo al terminarla, y no antes, uno bucea en la red buscando todos los detalles posibles de la historia real, pero sabiendo que la realidad, aunque fascinante, no alcanzará nunca el vértigo de las páginas leídas.
La operación Gold duró apenas un año, y se interceptaron un millón de llamadas. Pese a ser un éxito técnico, nunca se concluyó el valor real de lo escuchado, salvo para aliviar el miedo de la CIA a una guerra nuclear. George Blake, un agente doble británico, y que tiene un cameo en la novela, informó a los rusos de esta operación desde sus comienzos.
La KGB, advertida del proyecto, habría decidido que la construcción del túnel continuara, y utilizado otras líneas de comunicación entre Berlín y Moscú, hasta que, once meses después, publicitara su falso descubrimiento.
Este desconocido episodio de la Guerra Fría es transformado en las manos de Ian McEwan. Uno empieza la lectura pensando que tiene en sus manos una novela sobre espías, pero a mitad del libro aparece una bisagra que cambia el sentido de la historia: la inquietud se multiplica y uno acaba la obra con una satisfacción profunda de alivio, pero también tristeza por alcanzar el final del texto.
Las historias de amor y del túnel se mezclan: el amor tiene la cualidad claustrofóbica del túnel, y el destino de éste es tan imprevisible como el del amor. La narración de la vida privada de los personajes centra el eje del libro, y el autor lo hace tan de cerca y con tal precisión que, como en un primer plano cinematográfico, desenfoca el fondo: la escena del rellano frente a la puerta del apartamento, entre Leonard y su vecino de la planta baja, o la opresiva estancia donde coinciden Otto, María y Leonard, en un momento clave de la novela, son páginas magistrales, donde uno puede escuchar incluso la respiración de quien habla o calla, el temporizador de luz de la escalera, la ansiedad que domina los personajes.
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