30.10.19

T.S. Eliot "La tierra baldía" 1922


I. EL ENTIERRO DE LOS MUERTOS
Abril es el mes más cruel: engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales.
El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
una pequeña vida con tubérculos secos.
Nos sorprendió el verano, precipitóse sobre el Starnbergersee
con un chubasco, nos detuvimos bajo los pórticos,
y luego, bajo el sol, seguimos dentro de Hofgarten,
y tomamos café y charlamos durante una hora.
Bin gar keine Russin, stamm'aus Litauen, echt deutsch.
Y cuando éramos niños, de visita en casa del archiduque,
mi primo, él me sacó en trineo.
Y yo tenía miedo. Él me dijo: Marie,
Marie, agárrate fuerte. Y cuesta abajo nos lanzamos.
Uno se siente libre, allí en las montañas.
Leo, casi toda la noche, y en invierno me marcho al Sur.
¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas crecen
en estos pétreos desperdicios? Oh hijo del hombre,
no puedes decirlo ni adivinarlo; tu sólo conoces
un montón de imágenes rotas, donde el sol bate,
y el árbol muerto no cobija, el grillo no consuela
y la piedra seca no da agua rumorosa. Sólo
hay sombra bajo esta roca roja
(ven a cobijarte bajo la sombra de esta roca roja),
y te enseñaré algo que no es
ni la sombra tuya que te sigue por la mañana
ni tu sombra que al atardecer sale a tu encuentro;
te mostraré el miedo en un puñado de polvo.
               Frisch weht der Wind
               der Heimat zu
               mein Irisch Kind,
               Wo weilest du?
«Hace un año me diste jacintos por primera vez;
me llamaron la muchacha de los jacintos.»
— Pero cuando regresamos, tarde, del jardín de los jacintos,
llevando, tú, brazados de flores y el pelo húmedo, no pude
hablar, mis ojos se empañaron, no estaba
ni vivo ni muerto, y no sabía nada,
mirando el silencio dentro del corazón de la luz.
Oed' und leer das Meer.

Madame Sosostris, famosa pitonisa,
tenía un mal catarro, aun cuando
se la considera como la mujer más sabia de Europa,
con un pérfido mazo de naipes. Ahí —dijo ella—
está su naipe, el Marinero Fenicio que se ahogó,
(estas perlas fueron sus ojos. ¡Mira!)
aquí está la Belladonna, la Dama de las Rocas,
la dama de las peripecias.
Aquí está el hombre de los tres bastos, y aquí la Rueda,
y aquí el comerciante tuerto, y este naipe
en blanco es algo que lleva sobre la espalda
y que no puedo ver. No encuentro
al Ahorcado. Temed, la muerte por agua.
Veo una muchedumbre girar en círculo.
Gracias. Cuando vea a la señora Equitone,
dígale que yo misma le llevaré el horóscopo:
¡una tiene que andar con cuidado en estos días!

Ciudad Irreal,
bajo la parda niebla del amanecer invernal,
una muchedumbre fluía sobre el puente de Londres ¡eran tantos!
Nunca hubiera yo creído que la muerte se llevara a tantos.
Exhalaban cortos y rápidos suspiros
y cada hombre clavaba su mirada delante de sus pies.
Cuesta arriba y después calle King William abajo
hacia donde Santa María Woolnoth cuenta las horas
con un repique sordo al final de la novena campanada.
Allí encontré un conocido y le detuve gritando: «¡Stetson!,
¡tú, que estuviste contigo en los barcos de Mylae!
¿Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
ha empezado a germinar? ¿Florecerá este año?
¿No turba su lecho la súbita escarcha?
¡Oh, saca de allí al Perro, que es amigo de los hombres,
pues si no lo desenterrará de nuevo con sus uñas!
Tú, hypocrite lecteur! — mon semblable — mon frère!»


II. UNA PARTIDA DE AJEDREZ

LA SILLA en que estaba sentada, como un bruñido trono,
se reflejaba en el mármol, donde el espejo
de soportes labrados con pámpanos y racimos
entre los cuales un Cupido dorado se asomaba
(otro ocultaba sus ojos bajo el ala)
copiaba las llamas de los candelabros de siete brazos
que arrojaban su luz sobre la mesa, mientras
el brillo de sus joyas, desbordando profusamente
de los estuches de raso, subió a su encuentro.
En redomas de marfil y cristal policromo,
destapadas, acechaban sus raros perfumes sintéticos,
ungüentos, en polvo o líquidos —turbando, confundiendo
y ahogando los sentidos en olor; agitados por el aire
fresco que soplaba de la ventana, ascendían,
alimentando las alargadas llamas de las velas,
proyectando sus humos sobre los laquearios,
animando los diseños del artesonado techo.
Enormes leños arrojados por el mar, patinados de cobre,
ardían verdes y anaranjados, en su marco de piedra policroma,
y en su luz mortecina nadaba un delfín tallado.
Sobre la repisa de la chimenea —ventana abierta
a una escena silvestre—estaba representada
la Metamorfosis de Filomela, tan rudamente forzada
por el bárbaro rey; pero aún allí el ruiseñor
llenaba todo el desierto con inviolable voz
y todavía ella lloraba, y aún el mundo persigue
«Tiu Tiu» a oídos sucios.
Y otros tocones marchitos de tiempo
se alzaban en los muros, donde figuras de ojos abiertos
se inclinaban, imponiendo silencio a la estancia.
Se oyeron pasos en la escalera.
Al resplandor del fuego, bajo el cepillo, sus cabellos
se cruzaron en puntos ígneos,
brillaron en palabras y se aquietaron salvajemente.

«Estoy nerviosa esta noche. Muy nerviosa. Quédate conmigo.
Háblame. ¿Por qué nunca hablas? Habla.
¿En qué piensas? ¿Qué piensas? ¿Qué?
Nunca sé en qué piensas. Piensas.»

Creo que nos hallamos en la calleja de las ratas
donde los muertos perdieron sus huesos.

«¿Qué ruido es ese?»
                El viento bajo la puerta.
«¿Qué ruido es ese ahora? ¿Qué hace el viento?»
                Nada, como siempre. Nada.
                                                             «¿No
sabes nada? ¿No ves nada? ¿No
te acuerdas
de nada?»

Recuerdo
que esas perlas fueron sus ojos.
«¿Estás viva o no? ¿No hay nada en tu cabeza?»
                                                             Pero
O O O O ese aire shakespeaheriano:
es tan elegante
tan inteligente.
«¿Qué haré ahora? ¿Qué haré?
¿Salir tal como estoy y andar por la calle
así sin peinar? ¿Qué haremos mañana?
(¿Qué haremos siempre?»
                               Agua caliente a las diez.
Y si llueve, un coche cerrado a las cuatro.
Y jugaremos una partida de ajedrez,
apretando nuestros ojos sin párpados, esperando que llamen a la puerta.

Cuando licenciaron al marido de Lil, yo dije —
y no pesé mis palabras, lo dije sin ambages,
DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA
Ahora Alberto va a regresar, procura lucir mejor.
Él querrá saber qué hiciste con el dinero que te dio
para arreglarte los dientes. Te lo dio, yo estaba allí:
que te los extraigan todos, Lil, y que te pongan una buena dentadura,
dijo él, juro que no puedo soportar mirarte.
Y yo tampoco, dije yo; piensa en el pobre Alberto,
que ha estado en el ejército durante cuatro años, quiere divertirse,
y si no lo hace contigo, ya encontrará otras, dije yo.
¡Oh hay otras!, dijo ella. Algo por el estilo, dije yo.
Entonces ya sé a quién agradecérselo, dijo ella, mirándome fijamente.
DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA
Si esto no te gusta, lo mismo da, dije yo.
Otras se aprovecharán si tú no puedes.
Pero si Alberto se marcha, no podrás decir que no te han avisado.
Deberías avergonzarte, dije, de parecer tan vieja
(y no tiene más que treinta y un años)
no es culpa mía, dijo, poniendo cara triste.
Son esas píldoras que tomé para abortar, dijo.
(Ha tenido cinco ya, y casi se muere en el parto de Jorge.)
El boticario me dijo que no sería nada, pero nunca he vuelto a ser la misma.
Eres una tonta de capirote, dije yo.
Bueno, si Alberto no te suelta, no puedes quejarte, dije.
¿Por qué te casaste si no te gustan los niños?
DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA
Bueno, aquel domingo Alberto estaba en casa, tenían jamón
y me invitaron a cenar para que saboreara el jamón caliente.
DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA
DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA
Buenas noches Bill. Buenas noches, Lou. Buenas noches, May. Buenas noches.
Adiós, adiós. Buenas noches. Buenas noches.
Buenas noches, señoras, buenas noches, adorables señoras, buenas noches, buenas noches.


III. EL SERMÓN DEL FUEGO

El dosel del río se ha roto: los últimos dedos de las hojas
se aterran y se sumen en la húmeda ribera. El viento
cruza, silenciosamente, la tierra parda. Las ninfas se han marchado.
Dulce Támesis, discurre plácidamente, hasta que termine mi canción.
El río no arrastra botellas vacías, papeles de sandwiches,
pañuelos de seda, cajas de cartón, colillas
y otros testimonios de noches de estío. Las ninfas se han marchado.
Y sus amigos, los indolentes herederos de los potentados —
Se han marchado sin dejar sus direcciones.
A orillas del Leman me senté a llorar...
Dulce Támesis, discurre plácidamente, hasta que termine mi canción.
Dulce Támesis, discurre plácidamente, pues no hablaré alto ni extenso.
Pero detrás de mí, en una fría ráfaga, oigo
matraqueos de huesos y risas descarnadas.

Un ratón se deslizó blandamente entre los hierbajos
arrastrando su viscoso vientre por la orilla
mientras yo pescaba en el sombrío canal
en una tarde de invierno detrás del gasómetro
meditando sobre el naufragio de mi hermano rey
y sobre la muerte anterior de mi padre rey.
Cuerpos blancos, cuerpos desnudos sobre la baja tierra húmeda
y huesos arrojados en una guardilla baja y seca,
rozados sólo por la pata del ratón, año tras año.
Pero a mi espalda de vez en cuando oigo
un estrépito de bocinas y motores, que llevarán
a Sweeney en la primavera a casa de la señora Porter
oh, la luna brillaba sobre la señora Porter
y sobre su hija
ambas se lavan los pies con agua gaseosa
et O ces voix d'enfants, chantant dans la coupole!

Tuit tuit tuit
yag yag yag yag yag yag
tan rudamente forzada
Tereo.

Ciudad Irreal
bajo la parda niebla de un mediodía de invierno
el señor Eugenides, comerciante de Esmirna
sin afeitar, con un bolsillo lleno de pasas
C.i.f. Londres: documentos a la vista,
me invitó en francés demótico
a almorzar en el Hotel Cannon Street
y luego a pasar el fin de semana en el Metropole.

A la hora violeta, cuando los ojos y la espalda
se alzan del escritorio, cuando el motor humano espera
como un taxímetro espera palpitando,
yo, Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos vidas,
viejo con arrugados senos de mujer, puedo ver
a la hora violeta, esa hora del atardecer que nos empuja
hacia el hogar y envía del mar a casa al marinero,
la mecanógrafa, ya en casa a la hora del té, levanta la
mesa del desayuno, enciende
su estufa y prepara su comida de conservas.
Colgadas fuera de la ventana están puestas a secar
sus combinaciones acariciadas por los postreros rayos del sol,
sobre el diván (que por la noche le sirve de cama)
hay apilados medias, zapatillas, camisas y sostenes.
Yo, Tiresias, un viejo de tetas arrugadas
vi la escena, y predije el resto —
yo también esperaba al huésped previsto.
Él, un joven carbuncular, llega,
es un empleadillo cualquiera, de mirada atrevida,
uno de esos sujetos cuyo empaque le sienta
como una chistera sobre un millionario de Bradford.
El momento es propicio, como él esperaba,
La cena ha terminado, ella está aburrida y cansada,
él trata de excitarla con caricias
que aun cuando son irreprochables, no son deseadas.
Sonrojado y decidido, él empieza el asalto;
sus manos exploradoras no encuentran resistencia;
su vanidad no necesita respuesta,
y hasta acoge bien su indiferencia.
(Y yo, Tiresias, preví, sufriendo,
todo lo que ocurrió en este mismo diván o cama;
yo, que estuve sentado bajo los muros de Tebas
y anduve por el infierno de los muertos.)
Él le otorga un final beso protector,
y baja a tientas por la oscura escalera...

Ella se vuelve y se mira un momento en el espejo,
sin advertir que su amante ya no está;
su cerebro formula un vago pensamiento:
«Bueno, el asunto terminó ya, y me alegro que así sea».
Cuando una mujer adorable comete tales locuras
y luego vuelve a pasearse sola por su cuarto,
se alisa el pelo con mano automática
y pone un disco en el gramófono.

«Esta música se deslizó junto a mí sobre las olas»
y a lo largo del Strand, calle Reina Victoria arriba
oh Ciudad Ciudad, a veces puedo escuchar
cerca de un bar de la calle Lower Thames,
el agradable lamento de una mandolina
y la bulla y la charla que sale del interior
donde los vendedores de pescado huelgan al mediodía:
donde los muros
de Magnus Mártir conservan
un inefable esplendor de jónica blancura y oro.

                El río suda
                aceite y brea
                las barcazas derivan
                con la cambiante marea
                velas rojas
                anchas
                a sotavento, oscilan en los mástiles
                las barcazas hunden
                leños flotantes
                al sur de Greenwich
                más allá de la Isla de los Perros
                       Weialala leia
                        Wallala leialala


                Elizabeth y Leicester
                remando
                la proa era
                un casco dorado
                rojo y oro
                rizó ambas orillas
                el viento del sudoeste
                cargó agua abajo
                el son de las campanas
                torres blancas
                       Weialala leia
                       Wallala leialala.

                «Tranvías y polvorientos árboles.
                Highbury me hizo. Richmond y Kew
                me deshicieron. Cerca de Richmond levanté las rodillas
                acostada en el fondo de una angosta canoa.»

                «Mis pies están en Moorgate y mi corazón
                bajo mis pies. Después de lo ocurrido
                él lloró. Me prometió "empezar de nuevo"
                No contesté nada. ¿Para qué guardarle rencor?»

                «En la playa de Margate
                no puedo relacionar
                nada con nada.
                Las uñas rotas de manos sucias.
                Mi gente, humilde gente que no espera
                nada.»
                               la la.

                Y entonces me marché a Cartago

                Quemando quemando quemando quemando

                Oh, Señor, Tú me arrancas
                Oh, Señor, Tú arrancas
                quemando.


IV. MUERTE POR AGUA

FLEBAS, el Fenicio, que murió hace quince días,
olvidó el chillido de las gaviotas y el hondo mar henchido
y las ganancias y las pérdidas.
                Una corriente submarina
recogió sus huesos susurrando. Cayendo y levantándose
remontó hasta los días de su juventud
y entró en el remolino.
                Pagano o judío
oh, tú, que das vuelta al timón y miras a barlovento,
piensa en Flebas, que otrora fue bello y tan alto como tú.


V. LO QUE DIJO EL TRUENO

Después de la roja luz de las antorchas sobre rostros sudorosos,
después del gélido silencio en los jardines
después de la agonía en lugares pétreos
y el griterío y el lloro
y prisión y palacio y reverberación
de trueno primaveral sobre lejanos montes
aquel que estaba vivo ahora está muerto
nosotros que vivíamos ahora estamos muriendo
con un poco de paciencia.

Aquí no hay agua, sólo roca,
roca y no agua, el camino arenoso
el camino serpentea entre las montañas
que son montañas rocosas sin agua
si hubiese agua nos detendríamos a beber
entre las rocas uno no puede detenerse y pensar
el sudor es seco y los pies se hunden en la arena
si por lo menos hubiera agua entre las rocas
muerta montaña boca de dientes cariados que no puede escupir
aquí no puede uno ni pararse ni acostarse ni sentarse
ni siquiera hay silencio en las montañas
sino el seco trueno estéril sin lluvia
ni siquiera hay soledad en las montañas
sino adustos rostros rojos que escarnecen y rezongan
en los umbrales de casas de fango hendido.
                                                   Si hubiese agua

y no rocas
si hubiese rocas
y también agua
y agua
un manantial
una hoya entre las rocas
si sólo se oyera rumor de agua
no la cigarra
ni la hierba seca cantando
sino rumor de agua sobre una roca
allí donde el zorzal canta entre los pinos
drip drop drip drop drop drop drop
pero no hay agua

¿Quién es ese tercero que camina siempre a tu lado?
cuando cuento, sólo somos dos, tú y yo, juntos
pero cuando miro delante de mí sobre el blanco camino
siempre hay otro que marcha a tu lado
deslizándose envuelto en una capa parda, encapuchado
no sé si es un hombre o una mujer
— ¿pero quién es ése que va a tu lado?

Qué sonido es ése que se oye en la altura
murmullo de lamento maternal
qué hordas encapuchadas son ésas que hormiguean
Por las llanuras infinitas, tropezando en las grietas
de una tierra limitada por el raso horizonte
qué ciudad es ésa sobre las montañas
chasquidos y reformas y llamas en el aire violeta
torres que se derrumban
Jerusalén Atenas Alejandría
Viena Londres
irreales.

Una mujer se soltó la larga cabellera negra
y suscitó una susurrante música con esas cuerdas
y murciélagos de rostros infantiles silbaban
en la luz violeta, y batían sus alas
y con cabeza hacia abajo se deslizaron por el negro muro
y de volteadas torres en el aire
caía un redoblar de campanas reminiscentes, que daban la hora
y se oían cantos dentro de cisternas vacías y agotados pozos.

En esta arruinada cavidad en medio de las montañas
bajo la mortecina claridad de la luna la hierba canta
sobre las desplomadas tumbas alrededor de la capilla
allí esta la desierta capilla donde sólo habita el viento.
No tiene ventanas y la puerta se balancea,
los huesos secos a nadie pueden dañar.
Sólo un gallo se alzaba en la cumbrera
co co rico co co rico
a la claridad de un relámpago. Luego vino una racha húmeda
trayendo lluvia.

Ganga estaba hundido y las hojas frágiles
esperaban la lluvia, mientras las negras nubes
se amontonaban a lo lejos, sobre el Himavant.
La selva se agachó, se encorvó en silencio.
Entonces habló el trueno
DA
Datta: ¿qué hemos dado?
Amigo mío, la sangre que sacude mi corazón
la espantosa audacia de un momento de debilidad
que un siglo de prudencia no puede borrar
por eso y eso sólo es por lo que hemos existido
y ello no se hallará registrado en nuestros obituarios
ni en los recuerdos que cubre la benéfica araña
ni bajo los sellos que rompe el flaco notario
en nuestros vacíos aposentos
DA
Dayadhwam: he oído la llave
voltear en la cerradura una vez y sólo una vez
pensamos en la llave, cada cual en su prisión
pensando en la llave, cada cual confirma una prisión
pero al anochecer, etéreos rumores
reaniman por un momento a un Coriolano roto
DA
Damyata: el barco obedeció
alegremente a la mano hábil para la vela y el remo
el mar estaba tranquilo, tu corazón podía haber respondido
alegremente a la invitación, palpitando obediente
a las diestras manos.

                               Me senté en la orilla
a pescar, con la árida llanura a mi espalda
¿Pondré por lo menos orden en mis tierras?
El Puente de Londres está cayendo cayendo cayendo
Poi s'ascose nel foco che gli affina
Quando fiam uti chelidon —Oh, golondrina, golondrina
Le Prince d'Aquitaine à la tour abolie
Estos fragmentos han sostenido mis ruinas
Why then Ile fit you. Hieronymo's mad againe.
Datta. Dayadhwam. Damyata.
               Shantih shantih shantih

NOTAS


La tierra baldía' es algo más que un poema: es la llegada inminente de una escritura nueva que generó en su día tanta incomodidad como asombro. Y no ha dejado desde entonces de permanecer en el centro mismo de la mejor literatura, de la más alta cumbre del misterio y de lo por decir. El crítico y editor Andreu Jaume se ha adentrado en el laberinto de 'La tierra baldía' para traer una nueva traducción al español (publicada por Lumen), donde apuntala la trascendencia de uno de los poemas principales de la tradición contemporánea, estableciendo un nuevo parámetro de lectura que sitúa a Eliot como un poeta también (y con fuerza) de ahora, reinterpretando a través de su óptica sublime y feroz un mundo (el que quedó liquidado tras la I Guerra Mundial) que hoy vuelve a repicar en algunos de sus peores modales.

"No hay, en el siglo XX, una obra que concentre con tanta intensidad todas las ideas preconcebidas acerca de lo que se entiende por poesía moderna como 'La tierra baldía'. Un poema que ha llegado a encarnar no sólo una imagen devastada de su tiempo, sino también una teoría de la tradición exhausta, a la vez que ha propuesto un paradigma de complejidad, oracular e intimidante, donde genera una especie de ansiedad interpretativa por donde han transitado todas las escuelas críticas, desde el formalismo y el estructuralismo hasta el psicoanálisis y el feminismo", explica en el prólogo a esta edición que en unos días inaugura temporada.

El texto es un atlas poderoso donde colisiona la mejor escudería de la cultura clásica con el rechazo a las gastadas formalizaciones de la poesía y las supersticiones de su tiempo. Un mapa del mundo contemporáneo donde el poeta no es sólo un asistente más, sino un agente provocador que desmiente cualquier idea de destino o de azar para hacer del idioma un acontecimiento, una revancha que impugna las convenciones literarias, políticas, sociales y culturales de un tiempo en derrumbe.

"Este poema sigue conservando una enorme juventud y vigor", sostiene Andreu Jaume. "Más allá de su aparente complejidad es un artefacto memorable. Supone un golpe seco. Conviene, como lectores, que olvidemos cuanto se ha dicho de él y que ya es casi un tópico de lectura para entender su verdadera potencia". Casi un siglo después de su publicación, 'La tierra baldía' nos muestra cómo en Europa todo vuelve a estar, de algún modo, en línea con el espíritu cansado de los días en que Eliot escribió estos versos, enfrentándose a su tiempo. "Ahora puede ser una buena herramienta para entender algunos de los problemas que de algún modo se repiten".

Y todo esto lo armó el poeta sin compañeros de viaje. Tan sólo con Dante como brújula. El maestro italiano fue el centro de su canon para tan cuidada vocación esteparia. Y con un claro ímpetu de hacer de la literatura algo más que un brocado verbal o un tisú de palabras. Exactamente con la certeza de una rebeldía de señor bien peinado. De pensador extravagante. De tipo dispuesto a viajar en sentido opuesto al cauce general.

De ahí esta declaración que afianza su rechazo al molde de época: "Uno debe asumir el hecho de que los imbéciles a cada lado del agua están muy contentos y saben apreciar, por esa suerte de hostil compasión que existe sólo entre miembros de la misma familia, las imbecilidades de la gran fraternidad al otro lado y que esa percepción sólo les confirma en su propia variedad de estupidez. [...] Una literatura sin sentido crítico, una poesía que no tiene ni la más mínima idea del desarrollo del verso francés desde Baudelaire hasta el presente y que ha peritado la literatura inglesa sólo con una pasión de anticuario excursionista, un gusto para el que todo es demasiado caliente o demasiado frío, no puede conformar una cultura".

La recepción de 'La tierra baldía' fue hostil. Eliot, junto a Pound, se propuso contestar a la poesía de su tiempo. Y eso no gustó. Pero tanto desafecto inflamaba más su pasión. Había abandonado la carrera académica, se había casado con Vivienne Haigh-Wood (que acabaría sus días en una clínica mental), ya vivía de la literatura (como era su propósito) y en paralelo a su obra poética desarrollaba una intensa labor crítica desde su propia revista, 'Criterion'. Por entonces, también destaca como editor en Faber & Faber (tras abandonar el banco Lloyd's de Londres, donde comenzó a trabajar en 1917). "Esa voluntad de desplegar su actividad literaria en tres frentes de influencia da cuenta de la clara intención de voltearlo todo él solo", explica el traductor.

En sus primeros poemas ya propone un cambio de reglas de la poesía inglesa injertando en su escritura los hallazgos de su fascinación por los simbolistas franceses, con Jules Laforgue al frente. Y desde sus valientes ensayos apostó por darle la vuelta a todo. "Así hasta su trabajo editorial en Faber & Faber, donde pone en práctica todo lo que exigía en su obra de creación y en sus textos críticos", sostiene Andreu Jaume. "Es el autor que con mayor ambición y mejor planteamiento se propuso asentar un nuevo camino en la tradición anglosajona.

Y lo logra. Su herencia ha superado el paso de los años, no como en Pound, que resulta hoy un creador más brillante que hondo. Esa actividad, atestiguada por su voluminosa correspondencia de la época, supuso la puesta en marcha de una estrategia política para derribar los enquistados supuestos estéticos vigentes e importar maneras y pensamiento procedentes de Europa. Es emocionante ver cómo Eliot, en sus cartas, reseñas y ensayos, va construyendo una nueva lectura de la tradición en que se ha formado, con una persistencia que nunca cede ni se desborda, persuadido de que la mejor manera de imponerse era mediante una sobria contundencia"

Pulido, perfecto, mundano, T. S. Eliot se mostraba en la vida civil como un conservador (con ramalazos antisemitas), pero en el bosque de la literatura se instaló como el más vanguardista, moderno, y atrevido, de su generación. "Contra él se han rebelado Harold Bloom y numerosas escuelas críticas, por su reaccionarismo (dicen). Sin embargo, fue un rebelde a tiempo completo. Rompe sin timidez con el decoro de la época en que le tocó vivir. En la literatura y en la filosofía fue uno de los creadores más atrevidos", apunta el autor de la traducción. Y aún más: "Es de los últimos de un linaje que cree en la poesía como el lugar primero de la complejidad literaria. Y, a la vez, era un poeta aclamado que daba recitales en estadios ante 15.000 personas. Es el último fenómeno poético de la Europa del siglo XX".

Pero más allá de la autoridad conquistada, de la estela de figurón, de la sastrería de caballero exquisito y distante, altivo y dignísimo, la verdadera intimidad de Eliot estaba dañada por depresiones, neurosis y obsesiones constantes. Las dudas religiosas le rodeaban el ánimo. Las debilidades lo llenaban de terror. Es ahí, en ese territorio de quebrantos y grietas, donde nace su modernidad. Las dudas lo impulsan hasta lo sufriente. Y en esa lucha íntima por no perder el equilibrio en un mundo convulso, con una mente convulsa, donde toma cuerpo su impar característica agónica de hombre moderno.

Pocos poetas emocionan tanto al hablar del dolor desde la contención. "¿Cuáles son las raíces que agarran, qué ramas crecen/ en esta basura pétrea?/ Hijo del hombre,/ no puedes saberlo ni imaginarlo, pues conoces solo/ un montón de imágenes rotas", escribió.

El pulso dramático, la confusión entre personaje y autor y la ironía son parte de los fastuosos enseres de la poética eliotiana. "Su huida de la personalidad romántica le sirve para reivindicar la antigua potestad del poeta como custodio de las metamorfosis, de demiurgo y reflector de distintas personas en las que se diluye diseminado el sujeto", apunta Jaume Andreu. Y es que Eliot busca en la poesía el derecho de personaje que poco a poco se fue exiliando en la novela. El juego de voces, de perspectivas, de ideas con las que generar un nudo espiritual y formal que trasciende incluso la lógica para dejarse llevar por lo imprevisto, por lo inexacto, por lo secreto.

Casi 100 años después de aquel calambrazo que supuso la publicación de 'La tierra baldía', el texto mantiene el pulso. Incluso permite hoy una lectura cómplice. Esta traducción suena a poema, sin perder la meditación entre lo meditativo y lo lírico. La biografía de Eliot es una cadena de momentos oscuros, de heridas abiertas, de estupefacciones. Otro cosa es su obra, una de las aventuras más hondas, ricas y aéreas de la literatura de los últimos 100 años. En ella está cifrada (incluso encriptada) una de las formas de la poesía.

Fuimos y somos la tierra baldía. Todo lo que él dijo se quedó entre nosotros en forma de verso, en canción de arrebato, en revelación que no se detiene y hoy tiene su pleno sentido, como tiene la mejor tradición su absoluto presente dentro.

Aquel tipo adusto, aparentemente ajeno a todo este tinglado de existir, dejó su mejor lección un un puñado de poemas que son, exactamente, la huella del oficio de vivir. De pensar y vivir. "Porque ya lo conozco todo, todo lo conozco.../ He conocido los crepúsculos, las tardes y las mañanas,/ mi vida la he medido con cucharillas de café;/ y conozco las voces agónicas en su agónica caída"


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