"Ni se te ocurra quitarte la careta sonriente para avisar de que las cosas están mal, por que si lo haces, eres una persona tóxica que absorve la felicidad de los demás y deberías leer más a Groucho Marx o suicidarte" Walrus Sinclair.
Alguien tenía que decir ¡basta! Y ha sido Barbara Ehrenreich, aguda e incisiva, protestona y escéptica, quien diga que el pensamiento positivo, la psicología positiva y hasta la economía positiva son una dictadura. Y una broma de mal gusto. Y un peligro.
Los norteamericanos son gente "positiva". Esa es su fama, y esa es también la imagen que tienen de sí mismos. Sonríen mucho y se quedan desolados cuando alguien de otra cultura no les devuelve la sonrisa. Como reza el estereotipo, son enérgicos, animados, optimistas y superficiales, mientras que, casi seguro, a ellos un extranjero les debe parecer sutil, un poco de vuelta de todo y hasta algo decadente. Los escritores norteamericanos que han vivido fuera, como Henry James o James Baldwin, se las han tenido que ver con el estereotipo; aunque a veces han contribuido a reforzarlo. Yo misma me topé con él en la década de 1980, cuando le oí decir a Joseph Brodsky, el poeta ruso exiliado, que el problema de los norteamericanos es que "nunca han conocido el sufrimiento" (debía de ignorar quiénes inventaron el blues). Tanto para quien lo ve como algo vergonzoso como para quien lo lleva a gala, la actitud positiva -en los afectos, en el estado de ánimo y en el carácter- parece asociada sin remedio a la manera de ser estadounidense.
Sorprende por ello que, en las mediciones que hacen los psicólogos de la felicidad relativa de los países, los estadounidenses aparezcan siempre como no demasiado felices, ni siquiera en las épocas de bonanza. En un metaanálisis reciente de más de cien estudios sobre la felicidad subjetiva en el mundo, los habitantes de Estados Unidos quedaban en el puesto veintitrés, por debajo de los de Holanda, Dinamarca, Malasia, las Bahamas, Austria y hasta los de Finlandia, supuestamente tan adustos. Otro indicador de que algo no marcha bien en Estados Unidos es que allí los antidepresivos son el medicamento más recetado, y su consumo representa las dos terceras partes del mercado mundial. Nadie, que yo sepa, ha investigado hasta qué punto el tomar ansiolíticos modifica las respuestas a una encuesta sobre la felicidad: ¿los encuestados dicen ser felices porque las pastillas los hacen felices, o se declaran infelices porque saben que dependen de ellas para sentirse bien? En cualquier caso, puede que, si no tomaran tantos antidepresivos, los estadounidenses ocuparan un puesto aún más bajo.
Cuando los economistas, por su parte, tratan de establecer un ranking mundial más objetivo referido al "bienestar", considerando factores como la salud, la sostenibilidad medioambiental o la movilidad entre clases sociales, Estados Unidos queda en una posición todavía peor que cuando se mide la felicidad subjetiva. Por mencionar un único ejemplo, el Índice Planeta Feliz sitúa a Estados Unidos en el puesto ciento cincuenta de los países del mundo.
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