En El eclipse, la película de Antonioni de 1962, Monica Vitti visita la Bolsa de Roma y su novio, Alain Delon, le señala a un señor que justo en aquel momento acaba de perder una fortuna, 50 millones de liras. Intrigada, decide seguir a ese hombre y ve que pide un refresco en un bar, aunque no llega ni a probarlo, entrar luego en una cafetería y pedir un agua mineral que deja casi intacta mientras escribe algo en un trocito de papel que acaba dejando en la mesa. Imaginamos que en el papelito hay un montón de cifras frenéticas o melancólicas. Vitti se acerca más y ve que ha dejado a medio hacer el dibujo de una flor…
El hombre arruinado ya no vuelve a aparecer en la película, pero no cabe duda de que Antonioni nos ha revelado algo sobre su temperamento y por extensión sobre cierto tipo de conducta humana bajo presión: una reacción trivial cuando el momento pedía desesperación. El caso es que de ese hombre, del que ya no sabremos nunca nada más, lo que con el tiempo vamos a recordar será ese dibujo que asumirá nada menos que el sentido de toda su existencia.
Es lo banal infiltrándose en los momentos trascendentes. Yo esta misma mañana, en la cocina, he vivido esa irrupción de lo trivial en la tragedia. Son días que a veces parecen ya los del Juicio Final. Y quizás eso ha reforzado mi malestar por tener que agacharme para recoger del suelo un sobre de Nescafé cappuccino, mi gasolina para sobrellevar la reclusión. Quizás este cutre descenso al suelo de la cocina, he pensado, sea lo único que vaya a quedar de mí. Estaba influenciado en ese momento –mejor que lo explique– por el recuerdo del daguerrotipo del Boulevard du Temple, la primera fotografía en la que aparece una figura humana.
La lámina de plata representa el Boulevard du Temple fotografiado por Daguerre desde la ventana de su estudio en una hora punta. Sin duda, el bulevar estaba a esas horas abarrotado de gente y de coches y, sin embargo, dado que los aparatos de la época exigían un tiempo de exposición extremadamente largo, de toda esa masa en movimiento no se ve absolutamente nada, excepto un pequeño montículo negro sobre la acera, en la parte inferior izquierda de la foto. Se trata de la silueta de un hombre que en ese largo momento se estaba haciendo lustrar las botas y que, por tanto, permaneció inmóvil durante suficiente tiempo, con la pierna apenas levantada para apoyar el pie sobre la caja del limpiabotas.
La lámina de plata representa el Boulevard du Temple fotografiado por Daguerre desde la ventana de su estudio en una hora punta. Sin duda, el bulevar estaba a esas horas abarrotado de gente y de coches y, sin embargo, dado que los aparatos de la época exigían un tiempo de exposición extremadamente largo, de toda esa masa en movimiento no se ve absolutamente nada, excepto un pequeño montículo negro sobre la acera, en la parte inferior izquierda de la foto. Se trata de la silueta de un hombre que en ese largo momento se estaba haciendo lustrar las botas y que, por tanto, permaneció inmóvil durante suficiente tiempo, con la pierna apenas levantada para apoyar el pie sobre la caja del limpiabotas.
¿Quién fue el primero que vio en ese daguerrotipo la imagen más apropiada del Juicio Final? La masa de los humanos –la humanidad entera– está presente, pero no se ve, porque el juicio concierne a una sola persona, a una sola vida. ¿Y de qué manera ha sido captada y va a ser juzgada esa sola vida? En un momento bien banal. ¡En el gesto de hacerse lustrar los zapatos! Un gesto que de golpe asume nada menos que el sentido de toda una existencia… ¿No es en verdad terrorífico? Es probable. Pero es que, encima, uno intuye que también son apocalípticos los zapatos, que tienen forma de cafetera; horripilantes, vamos.
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