El estudio literario de Vargas Llosa sobre García Márquez, del cual sólo se tiró la primera edición compuesta por 20 mil ejemplares, y que el peruano jamás volvió a reimprimir. Puntos interesantes son las secciones dedicadas a los escritores Ernest Hemingway y William Faulkner. 667 páginas.
El libro está escrito con simpatía, cariño y precisión crítica. A contracorriente de la moda literaria de su momento, que se centraba sólo en las obras y dejaba a un lado la persona del escritor, Vargas Llosa cuenta anécdotas de la vida del colombiano y va tejiendo las influencias literarias que se juntaron en el crisol de la pluma de García Márquez, y que dieron origen a personajes como el Coronel Aureliano Buendía y el universo de Macondo.
Pero también se abordan con amistad y control los increibles juegos de realidad, tiempo y fantasía de García Márquez, en lo que se etiquetaría como "realismo mágico" para delicia de los lectores y críticos latinoamericanos y envidia de anglosajones y europeos. "Entre gitanos no se leen las barajas", pero Vargas Llosa hace un verdadero trabajo de amor y amistad al tocar la obra de García Márquez.
como influencias en el universo creativo de García Márquez. En especial, Vargas Llosa cita párrafos completos de un artículo de García Márquez que permaneció doblemente olvidado -porque los únicos lugares donde se podía encontrar eran en la hemeroteca y en este libro perdido- hasta que el texto se rescató en 1988.
Se trata de Un hombre ha muerto de muerte natural, texto donde García Márquez hace un sentido homenaje a Ernest Hemingway con motivo de su muerte. Fue publicado en México en la Cultura, suplemento del extinto periódico Novedades, el 9 de julio de 1961. García Márquez en este artículo defiende la figura y obra del escritor estadounidense, su disciplina en la escritura, su actitud ante la vida; para asombro de algunos de los más profundos admiradores del colombiano, víctimas de la moda actual de considerar al norteamericano y a su obra como ejemplo de misoginia, asesinato de animales, alcoholismo y otras lindezas estereotipadas.
En el caso de Faulkner, Vargas Llosa señala no sólo influencias en el primer estilo de García Márquez (La hojarasca) sino en la estructura del universo macondiano. Hay un cierto paralelismo entre Macondo y el pueblo faulkneriano de Jocnapatauwah: ambos son el ómbligo del mundo para sus autores. Vargas Llosa también menciona a otros autores como elementos en el crisol literario del colombiano: Jorge Luis Borges, Daniel Defoe, Rabelais, Albert Camus, Las mil y una noches y las novelas de caballería.
Pero dedica parte del libro a la relación entre Virginia Woolf y García Márquez: aquí el peruano no se centra en el contenido sino en la influencia estilística de la corriente de conciencia, que tan bien manejó la escritora inglesa. Otra parte valiosa del libro que Vargas Llosa "olvidó" es la dedicada a lo Maravilloso Cotidiano, fuente inagotable de sorpresas en la obra del colombiano y que el mismo Vargas Llosa usó en otras formas plasmadas como, por ejemplo, en La casa verde.
En forma gentil, Vargas Llosa recorre los mecanismos de la escritura de García Márquez, los muestra y comparte con los lectores como sólo lo puede hacer un amigo. Así, se ven con ojos de conocedor empático a Aureliano Buendía, a Ursula Iguarán, a Amaranta Úrsula. Si alguna vez alguien tuvo capacidad crítica para servir de Virgilio guiador por los recovecos del universo macondiano, ese fue Mario Vargas Llosa en este libro.
El enfriamiento de la amistad, de manera oficial, se debió a diferencias ideológicas y políticas que se centraron en la Revolución Cubana y en la figura del comandante Fidel Castro. Hasta la fecha, Vargas Llosa es un crítico ácido del régimen cubano al que tacha de dictatorial y antidemocrático; mientras que García Márquez jamás ha ocultado su amistad personal con Castro y el apoyo a su gobierno.
El chisme literario de esa época adjudicó la separación a problemas sentimentales de un supuesto triángulo amoroso. Las causas de la ruptura entre los dos escritores no sólo afectaron una amistad personal. Por desgracia, se hizo extensiva a los lectores latinoamericanos porque este rejuego creativo-crítico entre los dos autores cesó.
Quienes vivieron esta etapa del boom latinoamericano a principios de la década de los setenta recuerdan ese ir y venir literario donde los escritores intercambiaban ideas y hasta personajes. Por ejemplo, García Márquez retomaba al personaje de Lorenzo Gavilán, creación de Carlos Fuentes en La muerte de Artemio Cruz, y lo incluía en el universo de Cien años de soledad para hacerlo morir en Colombia durante una protesta popular contra las compañías plataneras, lejos ya de México y su Revolución.
El intercambio creativo se extendió también al mundo del cine mexicano donde García Márquez incursionó con distintos guiones. Por ejemplo, el director Alberto Isaac filmó, en forma independiente, el cuento En este pueblo no hay ladrones, donde en papeles secundarios aparecían gentes como el caricaturista Abel Quezada. El balcón vacío, película sobre el recuerdo y la nostalgia del exilio español en México, fue obra del director Jomi García Ascot y su pareja María Luisa Elio; a ellos dos está dedicada precisamente la novela Cien años de soledad.
En los setenta, los escritores latinoamericanos tejieron una vasta obra que se puede considerar, de algún modo, colectiva. El boom, con todos sus problemas, puso de a la literatura latinoamericana de pie, de nuevo orgullosa frente a las obras de otras regiones del mundo. Y eso es algo que, como el libro de Mario Vargas
Llosa sobre Gabriel García Márquez, no se debe olvidar
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