El primer encuentro entre Jean Bosmans, un aprendiz de escritor, y Margaret Le Coz se produce por azar. Años después el protagonista de la novela se pregunta si las palabras que dos personas han intercambiado durante su primer encuentro se han disipado en la nada... ¿Y si todas esas palabras quedaran suspendidas en el aire y bastase tan sólo un poco de atención para captar sus ecos?
En contraste con las “escrituras etéreas”, Modiano es el escritor de lo tangible, la memoria, que aunque oculta, no pierde un ápice de su materialidad, pues se encuentra depositada en nuestro propio interior; es solamente cuestión de buscarla:
No es un camino fácil ni directo, hay que salvar dudas e interrupciones y reemprender el proceso, forzosamente multidireccional, para acercarse paulatinamente al objetivo, sin hacer demasiado caso a las desviaciones sino como imprescindibles componentes del proceso. Explorar en el pasado, excavar a través de las capas sucesivas hasta encontrar el estrato deseado, ese único elemento tangible que deja al margen las ingentes cantidades de incerteza. Todo ello desde el que tal vez sea elemento definitorio de la narrativa de Patrick Modiano, la honestidad; al fin, ficción no significa unívocamente mentira, sino recreación, ya que en el caso del novelista francés la mentira no solamente no es deseable sino que ni siquiera es necesaria, y aunque se trate de una obra de creación, no se responden preguntas, no se juzga, solamente se observa, se investiga, se deduce y, por medio de la autoficción, se explica.
Quien busque novedades en las formas, cambios de tono narrativo o saltos al vacío estilísticos debe bucear en otras aguas. Modiano sigue fiel a una poética muy precisa, a unos temas concretos y a un tono autorreferencial que, del mismo modo -y por las mismas razones- puede encantar a sus incondicionales y aburrir a sus detractores. Es lo que hay.
El proceso de toma de decisiones no solo abre el universo de posibilidades que cada una de ellas lleva consigo, sino que también cierra e imposibilita todas las alternativas inherentes al momento anterior. La memoria, siempre selectiva y celosa de compartir sus contenidos -acéptese ese concepto de memoria como contenedor, a nivel metafórico-, guarda en un rincón oscuro esos momentos; en primer lugar, porque es funcionalmente inútil recordarlos, pero también debido que, a posteriori, algunas de estas decisiones pueden haberse revelado erróneas, y la conciencia podría castigar al sujeto recordándole constantemente ese error.
“Tales fragmentos de recuerdos correspondían a esos años en que las encrucijadas nos salpican la vida y se nos abren tantas veredas que nos vemos en dificultades para decidirnos por una u otras”.
La memoria, en general, y también la memoria o el recuerdo que creemos guardar de aquellas cosas que no han sucedido son una constante en las obras de Patrick Modiano, y las relaciones de esos sucesos con el protagonista, e incluso el recuerdo de esas personas que no hemos conocido, esos fantasmas a los que, en palabras del narrador, es imposible ponerles nombre.
“¿Podemos estar realmente seguros de que las palabras que dos personas han cruzado durante su primer encuentro se hayan desvanecido en la nada como si nunca las hubiera pronunciado nadie?”.
Ese pasado, sin embargo, puede que no esté absolutamente parapetado entre los pliegues invisibles de la memoria; los hechos pueden perseguirnos a través del tiempo del mismo modo que las personas descartadas pueden salvar ese abismo temporal para seguir persiguendo aquel individuo que éramos entonces y que ya no somos. Siguen siendo fantasmas, es cierto, pero estos sí tienen nombre, y mientras podamos atribuirselo nunca nos será permitido librarnos de ellos.
Sin embargo, es posible que sea únicamente en el pasado donde resida verdaderamente todo lo que importa. Porque el presente, con su inmediatez, su volatilidad, no ha dejado asentarse aún el poso que acaba constituyendo la totalidad de nuestra experiencia:
“… todo cuanto vivimos al día lleva la marca de las incertidumbres del presente”;
puede ser, también, que esos intrusos, sean hechos o personas, ni siquiera hayan existido, que nos los hayamos inventado o sean solamente producto de nuestros sueños. Pero esa posible no-existencia en el pasado no los hace menos reales, así que no es tan descabellado que puedan perseguirnos en nuestro presente.
“A veces sucede que perdemos, al cabo de unos días, algo a lo que tenemos mucho apego… Cuando creemos que ya nos hemos librado de ellos del todo, vuelven a aparecer en el fondo de un cajón”.
Aquello que tuvimos y ya no tenemos, los hechos sucedidos, las personas que conocimos, no por el hecho de que ya no estén presentes tenemos que forzosamente considerarlos una pérdida. Es muy posible que vuelvan a nosotros, como posesiones relacionadas, como hechos derivados o, incluso, como personas que se han convertido de viejos conocidos en nuevos desconocidos porque, al fin y al cabo, ni ellos ni nosotros somos ya los mismos.
“De algunos encuentros que datan de la primera juventud conservamos un recuerdo bastante vivo. A esa edad, todo nos asombra y nos parece nuevo… Pero a aquellos con quienes nos hemos cruzado y habían vivido ya su vida en parte no podemos pedirles una memoria tan minuciosa como la nuestra”.
Comparado con el número de las personas que recordamos, y no digamos con el de las que conocemos y con quienes nos relacionamos, el número de personas que hemos conocido a lo largo de nuestra vida es ingente, inconmensurable. A menudo, ni siquiera los reconoceríamos si se cruzaran con nosotros: pertenecen a lapsos de tiempo aislados, sin relación alguna con ningún hecho significativo de nuestra vida, con ningún suceso relevante. Simplemente, han desaparecido, y a diferencia de los fantasmas del pasado, nada los puede hacer reconocibles
Sin embargo, y como siempre en Modiano, la esperanza…
No hay comentarios:
Publicar un comentario