En una semana, ya se sabe, se puede crear el mundo. Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 1914-1999) se conformó con construir un diario de los siete días de 1960 que pasó en Brasil, invitado a un congreso de escritores del PEN Club. Un diario que gira sobre varios mundos: un encuentro literario en el que coincide con Graham Greene y Alberto Moravia, un reencuentro erótico en suspenso con la brasileña Ofelia -a la que había besado en París nueve años atrás e inmediatamente sucumbió a una gripe titánica- y un desencuentro con una ciudad inventada -Brasilia- que le defrauda por su arquitectura y por el éxodo que desata.
"Fotografié, no sé con qué resultado, casas dignas del peor (o del mejor, tanto da) Le Corbusier y a indios, con orejas de un palmo y perforadas, que hace tres años vivían como únicos pobladores de la zona", escribe. Una selección de esas fotos puede verse hasta el 19 en Casa América, donde ayer se presentó la nueva edición del diario, gracias a un acuerdo entre la argentina La Compañía y la española Páginas de espuma.
El pequeño librito, Unos días en el Brasil, tuvo la primera vez una tirada minúscula de 300 ejemplares. Fue el único título que Michel Lafon, que escribe el posfacio en la nueva edición, leyó tras la muerte de Bioy. Lafon, un francés excéntrico que abrazó el español cuando se veía como lengua de pobres y acabaría convertido en catedrático de Literatura Argentina en Grenoble, fue primero fan y luego amigo del autor de La invención de Morel. Tan amigo que, al final de su vida, atrapado en sus dolores físicos y anímicos, era uno de los pocos a los que Adolfo Bioy telefoneaba desde Buenos Aires para pedir ayuda. "Lo leí tras su muerte como una prolongación de su amistad, creo que en la obra hay un encanto literario que funciona bien", señala Lafon.
En el diario, pese a la brevedad, se reflejan todos los Bioy. El alérgico al botafumeiro literario: "Nunca se las daba de escritor, supongo que por la coexistencia diaria con Borges y por su modestia no quería verse como un gran escritor y por eso se siente molesto en congresos en los que hay que asumir el papel de estrella", reflexiona Lafon. El convulsivo seductor que teme el mañana: "Uno sabe que está viejo cuando aparecen lunares en las manos y nota que se volvió invisible para las mujeres". El Bioy irónico y displicente: cuando Alberto Moravia se lamenta de que el artículo que le dedica el argentino Antonio Aíta es una traducción de la solapa de su último libro, Bioy le ataja: "¿De qué se queja? Si Aíta no hubiera tenido a mano esa solapa, ¿imagina lo que hubiera escrito?"
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