19.10.18

Ray Bradbury "Zen en el arte de escribir"


A este lado de Bizancio: «El vino del estío»

Así crecimos con la muerte mítica
acercando la cuchara a nuestro pan
para derramar mermelada de dioses
sobre la umbría manteca pretendiendo,
así era el cielo aquel,
que tocábamos los muslos de Venus...
Mientras en el porche, sereno,
sabia la voz, oro puro la mirada,
mi abuelo, verdadero mito,
superaba las concepciones de Platón,
mientras la abuela en su hamaca
remendaba la enredada manga del cuidado
y tejía raras, relucientes nieves de crochet
que refrescaban la noche de verano.
Y los tíos, juntos todos en humo,
disfrazaban de chistes su sabiduría,
y las tías, sabias como vírgenes de Delfos,
dispensaban limonadas proféticas
a niños que se hincaban como acólitos
en un porche griego en noches de verano; luego se iban a la cama, donde se arrepentían
de las maldades de los inocentes;
como zumbido de mosquitos, los pecados
les hablaban, noche a noche y año a año,
no de Waukegan o de lllinois
sino de un sol y un cielo más risueños.
Cierto que nuestro destino era mediocre
y la Mayor no tan brillante como la de Yeats;
pero nos conocíamos muy bien. ¿El resultado?

Bizancio. Bizancio.
Once exuberantes ensayos sobre el placer de escribir por uno de los más imaginativos y prolíficos autores del siglo XX, un escritor que disfruta en verdad de su oficio y nos explica por qué y cómo.

Bradbury examina con sabiduría y entusiasmo toda una vida dedicada a la creación y la composición de docenas de cuentos, novelas, guiones de películas, obras de teatro, programas de televisión y musicales.

Refrescantes y directos, los once ensayos tienen un tema único y común: escribir es una celebración, no una pesada tarea. No se detienen, como otros libros sobre el arte de escribir, en minucias técnicas ni en cómo presentar una página, sino que Bradbury nos habla de la fiebre, el ardor, la felicidad que él ha encontrado en el acto de escribir y que pueden ser nuestros.

La necesidad de plasmar en el papel aquello que resta sumergido en el inconsciente durante tanto tiempo no puede ser una ardua tarea dirigida a lectores o críticos, sino a uno mismo.


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