12.5.20

Elias Canetti "Masa y poder" 1960

"Nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido, solamente  inmerso en la masa puede liberarse de ese temor.Para que esa liberación se produzca es necesaria la masa densa,en la que cada cuerpo  se estrecha contra otro, también en su dimensión psíquica. Y así, de pronto, todo acontece como dentro de un solo cuerpo".
Fue Canetti quien explicó mejor que nadie por qué, para sentirse "el centro de todo", el escritor checo Franz Kafka se refugiaba en la pequeñez, en el silencio, en la liviandad. Cuando estudia los diarios y en la correspondencia de Kafka, Canetti lo revela como un escritor nuevo, recién descubierto. Lo sorprendente es que lo consigue empleando muy pocas palabras.
Su primer editor en español fue el empeñoso Mario Muchnik, de Buenos Aires, quien publicó seis o siete de sus obras mayores. Muchnik tuvo la audacia de salir al paso de Canetti en el Grand Hotel de Estocolmo la misma tarde de 1981 en la que iba a recibir el Premio Nobel que le concedieron con toda justicia. Lo tomó del brazo y se quedó un rato conversando con él. Canetti no concedía entrevistas pero no podía negarse al diálogo con uno de sus editores. Muchnik publicó los detalles de esa conversación en su autobiografía de 1999.

Los candidatos al Nobel de 1981 eran Canetti, el argentino Jorge Luis Borges y el colombiano Gabriel García Márquez, quien lo recibiría al año siguiente. García Márquez ha sido siempre muy discreto y ha evitado pronunciarse sobre el hecho de que Borges fuera un postergado perpetuo. Ha citado, sí, que algunos académicos de Estocolmo valoraban mucho más sus poemas que sus ficciones.

Según Muchnik, algo parecido dijo Canetti aquella víspera de gloria: "Yo no le daría el premio a Borges. Y no por razones políticas, que no son pocas, incluso la medalla que recibió de manos de ese tal Pinochet. No se lo concedería porque su literatura es trivial, bien escrita pero superficial como el ajedrez".

Canetti era un genio y, como ha escrito Susan Sontag, "era también parcial e injusto con los pueblos sin historia". Por eso entendía tan mal a Borges quien, como provenía de un pueblo sin historia, sentía la necesidad de crearle una.

Todo lo que a Canetti le pasó en su larga vida parece desmesurado. Oriundo de Rustschuk, un pueblo búlgaro del bajo Danubio, vivió mudándose desde los cinco años. En 1911 lo llevaron a Manchester; en 1913, tras la muerte del padre, a Viena; entre 1916 y 1920 anduvo entre Zurich y Lausana; de 1921 a 1922, acudió a la escuela en Francfort; en 1924, a Viena; a finales de los años 20 visitó Berlín; luego regresó a Viena, se detuvo en París, y por fin, en 1938, se asentó definitivamente en Londres, de donde raras veces se movió hasta su muerte en Zurich, en 1994, a los 89 años de edad.

A diferencia de casi todos los hombres, que disponen de una sola lengua para el amor, para los recuerdos y la desdicha, Canetti tuvo por lo menos cuatro lenguas de infancia: el ladino, "mi lengua de la cocina", como él decía; el búlgaro; el alemán, que sus padres le prohibieron hablar y leer hasta los siete años; y el inglés de sus primeras lecturas.

Podría haber escrito en cualquiera de esos idiomas, pero decidió hacerlo en alemán como una afirmación de su ser judío.

Canetti seduce con palabras, porque el lector adivina en él, más allá de su humildad auténtica, una rara capacidad para entenderlo todo. Parece estar regresando de las culturas más remotas, de los sentimientos más primarios, de las experiencias más revolucionarias: como si fuera el sobreviviente de un lugar en el que han sucedido ya todas las cosas.

Empezó a escribir su primera novela, Auto de fe, en abril de 1927, cuando aún estudiaba Química y vivía en una habitación vienesa cuyas ventanas daban al zoológico y al asilo de locos Steinhof.

La obra de su vida es el monumental ensayo Masa y poder (1960), de lectura imprescindible para quienes quieren entender el populismo, la demagogia y el desprecio que los hombres de poder sienten por las masas a las que manipulan.

Cada vez que el autor se acerca a cualquier versión de la masa (el trigo, el bosque, el fuego, la lluvia), pone simultáneamente en movimiento las disciplinas más dispares; de la antropología salta con naturalidad a la historia de las religiones, de allí a la poesía y a la anatomía patológica, alcanzando en cada caso el milagro (¿cómo llamarlo de otro modo?) de transfigurar esa inmensidad en una criatura viva, pequeña, verificable, con la cual el lector puede identificarse fácilmente.

La historia, abrazada por el lenguaje de Canetti, acaba siendo como la última plegaria de una tribu de sobrevivientes, la letanía de un loco que se cree invulnerable. Y que quizás es invulnerable.

Pese a la imponencia de Masa y poder, cuyas 500 páginas nunca citan a Marx e incluyen sólo una mínima referencia a Freud (una nota casual a pie de página), el texto más revelador sobre Elias Canetti es, sin duda La lengua salvada (1977), primer volumen de su autobiografía, que deja en el lector la sensación de que el lenguaje ha sido agotado, vaciado de sus mejores sustancias y que ya no es posible decir nada con esas mismas palabras.

Son inolvidables la fascinación que el narrador siente por las mejillas coloradas de una aldeana, el terrible grito de la madre en el jardín cuando el padre muere, la mansa aceptación del sexo como un tabú... y el descubrimiento, en Zurich, de que el prejuicio antijudío ya no se apartará de su vida.

Cuando recibió la noticia del Premio Nobel, estaba en la casa de sus suegros bávaros, almorzando. A su esposa Hera se le resbaló el cucharón con el que servía la sopa y salpicó el mantel. Canetti masticaba un trozo de pan y, por el asombro, dejó caer el bocado al plato.

Al advertir que la vida familiar no volvería ya nunca a ser la misma, sintió que el Nobel lo empobrecía, lo esclavizaba. Los dioses lo habían señalado con su dedo de luz, y ser un elegido lo atormentaba.

Enfrentó la adversidad de la gloria recluyéndose en su casa de Londres, de la que no salió hasta que viajó a Zurich para morir.

Tomás Eloy Martínez,

Masa y poder

Fue una obra de difícil gestación, Canetti la comienza a concebir en 1925, empleó cuarenta años en escribirla y la definió como "el trabajo de toda una vida." Sustancialmente, Masa y poder es un trabajo antropológico y sociológico en el sentido de Canetti. A través del estudio de la formación de la masa que pone al descubierto, indaga en los principios que subyacen en el poder. En este ensayo monumental, Canetti hizo fusionar material de diferentes disciplinas (antropología, sociología, mitología, etología, historia de las religiones), evitando nombres programáticos como Marx o Freud (mencionados sólo una vez en una nota al pie).

El argumento muestra que lo que contribuye a formar una masa es un instinto tan innato en el hombre como el de supervivencia. En la primera parte, se analiza la dinámica de los distintos tipos de masa y el "silencio". La segunda parte se centra en la cuestión de cómo y por qué las masas obedecen a sus líderes. Adolf Hitler se presenta como la cabeza paranoide, fascinado por el tamaño de la masa que él manda. La persecución de los judíos se coloca a continuación en relación con la enorme inflación de la posguerra de la primera guerra mundial. Su análisis del ejercicio del poder a través de las órdenes "aguijones" ha sido una aproximación genial para descubrir los mecanismos de control social en la sociedad contemporánea. Sus análisis de las peculiaridades históricas de las diversas sociedades nacionales europeas fundamentan los diferentes comportamientos de estas en la evolución de la historia del siglo XX. En conjunto, la obra puede considerarse como el estudio más sólido y fundamentado hasta la fecha de los mecanismos de la sociedad del siglo XX.

Canetti quiere descubrir las estructuras de poder elementales en sistemas totalitarios. La persona de Hitler no es para él un fenómeno único, sino solo un tipo entre otros. En los sistemas totalitarios, el poder está en manos del gobernante. Para Canetti, el poder se basa en la violencia. Así, escribe en Masa y poder que, en su momento arcaico, el poder se manifiesta como un "momento de supervivencia" cada vez que un vivo se enfrenta triunfante a una persona muerta. La posesión de poder significa supervivencia. El derecho a decidir sobre la vida y la muerte es, lógicamente, el instrumento más seguro para la preservación del poder y la vida. Según Canetti, este instrumento de horror ahora es un derecho en los sistemas totalitarios y le da al dictador la apariencia de una divinidad. Pero un dictador no es un dios. En cambio, Canetti lo define como un gobernante paranoico. La preservación de su poder es lo más importante para él y al mismo tiempo el sentimiento permanente de amenaza esta presente en él. La masa de sus súbditos solo puede ser controlada por los gobernantes paranoicos al decidir excesivamente sobre sus vidas y sus muertes. "uno podría decir que sus sujetos más perfectos son aquellos que han muerto por él", ya sea en la guerra, en juicios o en campos de exterminio.

La voluntad de un gobernante se expresa en sus órdenes. Y el hombre, como lo ve Canetti, no sólo está "acostumbrado a los mandatos desde una edad temprana, se compone en gran medida de lo que se llama educación". Canetti, que como adulto nunca había sido capaz de liberarse completamente del poder autoritario de su madre, ve en el mando y su ejecución la constante natural de comportamiento - para Canetti, la orden es algo fundamental, algo que es más antiguo que el lenguaje. Si se da y entiende una orden, la acción que lo sigue es percibida como ajena por la actuación. Se ha impuesto. La persona en acción siente el poder que está en el mando.

Para Canetti, el poder en el sentido figurativo y integral también significa ser capaz de decidir la vida y la muerte. En cada orden, por lo tanto, hay una amenaza de muerte original que está antropológicamente justificada. Los sistemas de poder totalitarios se basan en la ley de los más fuertes, y las rebeldías son tan difíciles porque la ejecución de una orden está fundamentalmente anclada en el patrón de comportamiento humano. Pero, ¿qué hace que una orden sea tan irrefutable?

Para entender la dependencia del hombre de la orden, Canetti desglosa la orden en una "unidad y un aguijón". El impulso, el miedo al castigo, obliga al hombre a ejecutar la orden. Después de eso, dentro del ser humano, el aguijón como columna vertebral de mando permanece como un "cuerpo extranjero". En esta picadura dolorida, se recuerda la memoria del mandato ordenado desde el exterior. Dado que los aguijones son cuerpos extraños, la gente busca disolverlos. La resolución de una picadura sólo se puede realizar invirtiendo la situación de mandato original, cuando el destinatario del mandato pasa el mismo mandato que el distribuidor de órdenes. Una espiral de poder que continúa arrasando hasta el sacrificio final, que ya no tiene a nadie a quien transmitir la orden. El comandante sólo puede escapar de las violaciones de la cumbre de mando si pasa inmediatamente o completa la orden asociada, lo convierte en la base requerida, al igual que, por ejemplo, un arquero dispara la flecha y acierta el objetivo ordenado.

La columna vertebral no resuelta de las órdenes puede conducir a la abnegación patógena y a la enfermedad mental: "Se sabe que las personas que actúan bajo el mando son capaces de las obras más terribles. Cuando se deshace la fuente del mando, y se ven obligados a mirar hacia atrás en sus hechos, no se reconocen a sí mismos". En otras palabras, si el gobernante está muerto, las masas se quedan con sólo abnegación colectiva. Menos dramáticas, pero igualmente consecuentes para la psique y la salud del individuo afectado, son las lesiones que se suman o incluso se multiplican por "la columna indisoluble de las órdenes", por ejemplo, en el trabajo determinado por el superior jerárquico y otras acciones ordenadas.

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