En una época en la que parecen florecer, dentro y fuera de las grandes letanías, los nombres de las rosas, no podía faltar, asociado en genitivo con el nombre de la rosa, el nombre de Alejandría.
Aun cuando se trata de una novela policiaca, no hay enigma, no hay mística, no hay misterio en la prosa de La rosa de Alejandría. Todo el misterio se halla en media docena de versos:
morena salada,
de Alejandría,
colorada de noche blanca de día,
morena salada,
blanca de día.
Fuera de la tradición anglosajona de la novela negra, La rosa de Alejandría halla su genealogía precisamente en el origen de la novela negra: la novela popular europea del siglo XIX, en la que crímenes y criminales no son sino, literalmente, el pretexto que da pie a la reflexión sobre la manera, circunstancial, como el hombre está en el mundo.
Junto con Sciascia y, más recientemente, Eco en Italia y Tony Willer en Francia, Vázquez Montalbán nos recuerda la novela por entregas en la que los asesinatos, o los asesinos no son el eje de una acción dramática, sino el hecho circunstancial, dentro de una reflexión, que los torna acontecimientos. Así, el telón de fondo de La Rosa de Alejandría es, en realidad, el proscenio de la España de los reyes y de los primeros ministros, de las beatas de Alicante y de las callgirls de Barcelona, de la pudibundez y del deshonor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario