2.
Vuelvo a Barcelona después de algunos años sin volver a Barcelona y decido visitar las casas en las que viví. Y mientras camino hacia la calle Muntaner se me ocurre pensar que quizá podría llamar a los números de teléfono de aquellos pisos y preguntar por mí haciéndome pasar por otro:
- ¿Está Víctor?
Cuando estoy a punto de iniciar el juego, el miedo me paraliza; no sabría qué hacer si me responden que sí, que ahora mismo se pone.
Me quedo un rato frente al portal de la calle Muntaner y no veo salir o entrar a nadie que se parezca mucho a mí. Y antes de que alguien me reconozca en el barrio estoy ya caminado hacia la parte alta del Paseo Sant Joan, donde, como explicaba a Leticia hace unos días mientras hablábamos de Bolaño, “conocí por primera vez en mi vida a unos chilenos”. Con los chilenos Germán y Cata viví durante casi un año y recuerdo que con frecuencia nos visitaban otros chilenos y que se hablaba mucho de política, de libros, de cine y de comida. De alguna forma, mi primer viaje trasatlántico sucedió en aquella casa. Con la llegada del verano abandoné el piso de Sant Joan, me fui lejos de Barcelona, y cuando inicié el nuevo curso estaba ya en la calle Caputxes, donde si llamo por teléfono y pregunto por mí es posible que Luz me responda sin tener en cuenta mi pregunta, como se hace en las películas de espías:
- ¿Está Víctor?
- Ya han llegado tus libros. Puedes pasar a recogerlos cuando quieras.
Luz, inquilina literaria de la calle Caputxes, es una de las encargadas de La Central, mi librería favorita de Barcelona. Y ya se sabe que en las librerías suceden cosas muy raras, basta con acercarse a la G de Graham Greene, por lo que Luz no es de las que se asustan ante las preguntas raras.
Quedo con Luz para tomar un vino. Le cuento lo de la película de bolsillo. Brindamos por los viajes y por todo lo que todavía no ha sucedido.
3.
“Arrivo domani”. Escribo a Vila-Matas para decirle que al día siguiente a las once estaré en el portal de su casa. Y en ese momento no me doy cuenta de que el encuentro en la parte alta de Barcelona se parece mucho al inicio de una película de Pasolini que comienza precisamente con la llegada de un mensaje a una casa anunciando una visita: “Arrivo domani”.
Mientras paseamos desde la Travesera de Dalt hacia los territorios de las novelas de Marsé, Enrique recuerda que su segundo cortometraje era una copia de Teorema (1968) de Pier Paolo Pasolini.
- ¿Pero tú querías ser director de cine?, le pregunto.
- Sí.
Cuenta Vila-Matas que en 1969 dirigió un cortometraje en blanco y negro titulado Todos los jóvenes tristes. La copia se perdió y hoy en día sólo quedan algunas fotografías del rodaje. En 1970 dirigió su segundo trabajo, Fin de verano, interpretado por Maria Reniu, Luis Ciges e Yvonne Sentís y fotografiado por Xabier Miserachs. Existe una copia de esta película en los archivos de la Filmoteca de la Generalitat y las memorias del festival de Benalmádena indican que la película compitió en su sección oficial en el año 1971. Vila-Matas recuerda de aquel estreno el momento en el que su padre, que había producido el cortometraje, le pregunto si lo que acababa de ver en la pantalla era un ataque directo contra la institución familiar. El director estaba entonces bajo la influencia de Teorema de Pasolini y su respuesta sincera y sin más explicaciones a la pregunta paterna, “Sí”, marcó el fin de las producciones familiares. Después llegó el servicio militar y su inicio como escritor, que era lo único artístico que podía permitirse entre guardia y guardia.
- ¿Y hoy en día vas al cine?, le pregunto tratando de jugar con el título de uno de sus libros de relatos (Nunca voy al cine, 1982).
- Sí, a veces, aunque muy poco.
Y recuerda una imagen en los multicines Bosque, haciendo cola al lado de Marsé. O alguna sesión en el antiguo cine Texas, hoy llamado Lauren. A mí me llama mucho la atención lo de los cines Bosque.
- ¿Unos cines llamados Bosque?, le pregunto.
- Sí, es que antes en ese lugar había un bosque.
Y volvemos a hablar de cosas que han dejado de ser lo que eran, de heterónimos y de entrevistas inventadas.
4.
Lista de directores que han sacado a Enrique Vila-Matas en algunas de sus películas: Antonio Maenza, Juan Forn, Jacinto Esteva, Carlos Durán, José María Nunes, Jordi Cadena y Adolfo Arrieta.
En este breve apunte yo incluiría también las películas de Buster Keaton en las que Buster Keaton está sentado en un sillón y no sabe hacia dónde mirar o qué hacer con sus manos.
5.
El otro lado: lo que hubiera escrito yo si en vez de yo fuera otro.
6.
El antiguo cine Chile de la calle Sant Juan, donde Vila-Matas vio sus primeras películas cuando era niño, es ahora un garaje de varias plantas. También la casa en la que vivió Robert Walser en Berlín es hoy en día un taller de reparación de automóviles. Quizá sea ese el destino del cine, convertirse en gasolina. Desaparecer. Recuerdo que un día Isaki me contó que en el periodo de entreguerras, el celuloide y los archivos de muchas filmotecas se utilizaron para fabricar laca de uñas y pintalabios.
Caminamos ahora hacia un restaurante chino que durante muchos años fue una librería importante en la ciudad. Nos sentamos a comer acompañados de Paula de Parma y un periodista de La Vanguardia. Hablamos de Cravan, de Traven, de México y de Montevideo. Entre otras cosas me entero de que sendero luminoso tiene un plan rarísimo para plagiar la nueva novela de Vila-Matas. La frase me hace tanta gracia que la anoto para utilizarla al final del artículo que estoy preparando sobre estos días en Barcelona. Cuando dejamos el restaurante, Vila-Matas señala una esquina y me dice que allí estaba la estantería de narrativa española. Ahora hay manteles y platos chinos.
Ya en la calle, nos despedimos y yo grabo el final de la película. Enrique y Paula se alejan de la cámara y desaparecen en la ciudad. Yo bajo otra vez hacia la calle Muntaner y me quedo un rato frente al portal, esperando a que alguien muy parecido a mí llegue a la puerta, llame al timbre y diga:
“Hola, ya he llegado a Barcelona”.
“Hola, ya he llegado a Barcelona”.
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