«Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquéllos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie puede borrar ya»
Pascual Duarte inicia su narración llevándonos, al igual que Balzac en su Eugénie Grandet, de lo general a lo particular. Por medio de una descripción minuciosa, el lector inicia su recorrido en el pueblo caluroso de Badajoz para luego inmiscuirse en la intimidad de una casa modesta y, después de sus arranques de ira, sólo es capaz de encontrar refugio en la cuadra, el lugar de la podredumbre; una madre con el cuerpo consumido por la vida y las constantes riñas maritales, y, sobre todo, la pobreza, que parece determinar la desdicha donde llega a implantarse.
Con una objetividad que sorprende de un narrador en primera persona y que logra alzarse a la altura de aquellos narradores observadores que gobiernan la gran novela realista, Pascual Duarte, en lugar de centrarse en las introspecciones exhaustivas que rigen, en ocasiones, la línea de los narradores protagonistas, nos da una descripción de situaciones y acontecimientos; nos cuenta, por ejemplo, la decepción que sigue al robo total perpetrado por su hermana Rosario a la familia que tanto la procuró, la muerte patética de su padre al tiempo que su madre daba a luz a un hijo ilegítimo y deforme, la vida corta y miserable de un hermano que, cual gusano, vive arrastrándose para al final encontrar las bendiciones de la muerte en una tinaja de aceite.
Con una objetividad que sorprende de un narrador en primera persona y que logra alzarse a la altura de aquellos narradores observadores que gobiernan la gran novela realista, Pascual Duarte, en lugar de centrarse en las introspecciones exhaustivas que rigen, en ocasiones, la línea de los narradores protagonistas, nos da una descripción de situaciones y acontecimientos; nos cuenta, por ejemplo, la decepción que sigue al robo total perpetrado por su hermana Rosario a la familia que tanto la procuró, la muerte patética de su padre al tiempo que su madre daba a luz a un hijo ilegítimo y deforme, la vida corta y miserable de un hermano que, cual gusano, vive arrastrándose para al final encontrar las bendiciones de la muerte en una tinaja de aceite.
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