Uno de los inicios de novela más conocidos de la literatura universal es el de Anna Karenina de Lev Tolstói: «Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera». Y a menudo te acuerdas de esa frase mientras vas leyendo este novelón de 650 páginas sobre una familia; concretamente, tres generaciones de una misma familia, más de treinta años de historia familiar, con el trasfondo de la propia historia española.
La novela inicia su andadura –tras un prólogo que luego se trenza con su desarrollo– en Melilla, donde en 1950 vive la familia Caro Campillo. Una familia de curiosa mezcla: el padre, Samuel, es un judío (no ortodoxo) que se casó con la católica Mercedes, la hija de un militar, y aunque las dos hijas de la pareja, Miriam y Sara, lleven nombres judíos, la suya no ha sido una educación en las costumbres religiosas judías; válgame Dios, Mercedes, una mujer con carácter, no lo habría aceptado.
Son los últimos años del Protectorado español en Marruecos, pronto Melilla pasará a ser, junto a Ceuta, el último enclave español en suelo africano y todo cambiará para una familia que, aún no siendo judía en su totalidad, emprende su particular diáspora.
Son los últimos años del Protectorado español en Marruecos, pronto Melilla pasará a ser, junto a Ceuta, el último enclave español en suelo africano y todo cambiará para una familia que, aún no siendo judía en su totalidad, emprende su particular diáspora.
Con esta novela, Martínez de Pisón evoca el cambio generacional de una España que vivía en una dictadura pero al margen de la misma. Con un ritmo ágil y un estilo sencillo pero evocador, y poniendo la mirada casi a ras de suelo, se nos reconstruye una época de color sepia y preocupaciones cotidianas –el trabajo fijo, la casa propia, el coche, las vacaciones de verano, los «lujos» que se pagan a plazos– y las aspiraciones de una vida dentro de los cánones de una clase media que busca el confort y la estabilidad de un modelo industrial de sociedad que paulatinamente ha ido desapareciendo.
Un modelo familiar que se ha transmutado con el cambio de milenio y en el que la estructura nuclear permanece por necesidad, pero las mentalidades son otras y las aspiraciones han pasado de la euforia de final de milenio a la inquietud emocional y el desamparo socioeconómico que la crisis económica ha dejado en los últimos años.
La buena reputación nos traslada a una época anterior a todo esto, con una mirada que no es nostálgica (aunque para muchos lectores pueda serlo… según su mirada personal). A unos años que forman parte de la historia sentimental del país y a las idiosincrasias que jalonan el rumbo de miles de familias.
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