En el mundo del Rock, la personalidad y la aportación de Alice Cooper son tan fuertes, su influencia es tan ineludible, su vigencia tan relevante y omnipresente, que no es necesario remontarse a sus primeros discos, a ninguna época en concreto de su longeva trayectoria, para ensalzar las virtudes de su legado.
Se diría que con Alice ocurre lo contrario. Volviendo a Aerosmith, mucho hemos hablado desde mitad de los 80, y con razón, del impresionante retorno que esta banda realizó al editar “Permanent Vacation” en el 87, pero ¿Y Alice? En mi opinión jamás ha grabado un solo disco indigno, en la primera mitad de aquella década parecía estar algo desorientado, aunque todos los trabajos publicados entre el 78 y el 83 merecen, y mucho, la pena, cada uno con su estilo y sus peculiaridades, pero en 1986 con “Constrictor”, y sobre todo al año siguiente con el maravilloso “Raise your Fist and Yell”, dio en la diana, zorro experimentado como era, y solo necesitó posar con el maquillaje, la boa y toda su imaginería de personaje de “Viernes 13” para ganarse al público Heavy, llenar pabellones como puede apreciarse en el Dvd “The Nightmare Returns” del 86, y alzarse con el peldaño más elevado en el podio de los grandes.
La cuestión es que, si uno repasa su carrera, da con ese periodo de éxito, y con muchos más. A “Raise…” le siguieron el conocidísimo “Trash” y “Hey Stoopid”, en que contó con toda una constelación de estrellas como artistas invitados; a estos el imaginativo, como de costumbre, “The Last Temptation”, y tras un tiempo en que se arrimó al Metal Industrial con el cambio de milenio, ha editado desde 2002 otra serie de trabajos de auténtico Hard Rock con su inimitable sello lindante con otros muchos estilos, que le han mantenido en la cima de la creatividad, y en una muy buena posición a nivel popular.
Pero decía yo por ahí arriba que lo que de verdad me llama la atención, es que nadie con conocimiento suele decir, al hablar del inventor del Shock Rock, aquello de “bueno, sí, pero sus primeros discos son los mejores…” Ha sabido reinventarse tantas veces, y con tanta calidad, que de sus trabajos iniciales en los 70, los que le dieron la fama, suelen recordarse, como ocurre en el caso de KISS, todos esos éxitos, ese repertorio que forma parte del inconsciente rockero colectivo, los “School´s Out”, “Under my Wheels”, “Only Women Bleed”, “Billion Dollar Babies”, “I Love the Dead”, “No More mr Nice Guy”, “Elected” y demás, por encima de los trabajos completos de los que forman parte.
Y eso es una herejía. Obviando los dos primeros álbumes de la Alice Cooper Band, el periodo que abarca de “Love it to Death” (1971) a “Muscle of Love” (1973), apenas tres años, cinco discos de estudio, constituye uno de los episodios más memorables y emocionantes en ese largo recorrido que es el Rock& Roll.
Y podemos hablar de Lps. Podemos hablar de música y de canciones. Pero en este caso, lo que de verdad es apasionante es hablar de personajes. De los protagonistas de esta fabulosa historia. De cinco jóvenes adolescentes que vivieron en primera persona la eclosión del Rock en una Norteamérica en alza, una nación de contrastes que ofrecía el glamour de Hollywood, el frio aislamiento de la industrializada Detroit, y la dureza y el sacrificio derivado del esfuerzo en la pujante Arizona, escenarios todos ellos habituales en las biografías del autor de “Poison”, “Freedom” y “Prince of Darkness”, por nombrar tres de las mejores canciones de los 80.
Hablando de tratados escritos sobre este artista, los que vivís en España deberíais haceros con la biografía verbal que recientemente ha publicado Sergio Martos, un antiguo redactor del Popu, sobre la banda de Alice Cooper, repleta de testimonios en primera persona de la propia Alicia, y todos los integrantes y componentes afines a la original A.C. Band, con excepción del guitar hero de los 70 Glen Buxton, que falleció en el 97. En sus páginas percibiréis la emoción de unos jóvenes llenos de ilusión por llegar a lo más alto, que recibieron las enseñanzas en primera persona de los mejores maestros, desde Elvis a los Stones, Frank Zappa o Jim Morrison, su camino hasta la fama y la posterior caída, no sin antes haber dejado una huella que inspiraría a más grupos y tendencias en la escena posterior de las que podéis imaginar.
Michael Bruce, Neal Smith, el mencionado Glen Buxton y Dennis Dunaway fueron los compañeros de viaje de Alice en la primera etapa de su carrera. Cinco salvajes con melenas que doblaban a las de los hippies, a quienes no preocupaba el no saber cómo tocar sus instrumentos. Lo importante eran las ganas, y en ese sentido llegaron a abrumar a todo un Zappa, quien, tras realizar una audición al quinteto, admitió que aquellos cinco cafres tocaban cosas que ni él podría exigir a sus Mothers of Invention.
A finales de los 60 les fichó para su discográfica, Bizarre Records, con la que editaron sus dos iniciáticos discos, “Pretties for You” y “Easy Action”, el primero una interesantísima curiosidad, el segundo una maravilla a redescubrir, pero se desentendió de ellos, y recalaron en Warner. En esta multinacional contactaron con un elemento que sería fundamental en el devenir de la historia de la Alice Cooper Band: El canadiense Bob Ezrin, una joven promesa tras la mesa de sonido por aquel entonces, que se revelaría como el productor más grande de los 70 al ayudar a dar forma a indiscutidas obras de arte como el “Berlin” de Lou Reed, el “The Wall” de Pink Floyd”, “Destroyer” de KISS, y posteriormente Jane´s Addiction o Nine Inch Nails.
Ezrin captó el potencial de la banda, les dejó que tocaran y él se encargó de pulir. El resultado, “Love it to Death”, no es el mejor disco de Alice –tal honor, a mi entender, le corresponde al siguiente “Killer”-, pero constituye un punto y aparte en la carrera de la banda. Por primera vez fueron tomados en serio por la crítica, hasta ese momento se les había visto como un capricho, un truco publicitario del gurú Zappa con un frontman estrafalario al frente que arrojaba sandías y gallinas desde el escenario, pero, como ha ocurrido en otros momentos cruciales, bastaron apenas 35 minutos de música repartidos en nueve canciones para cimentar la base de uno de los mejores grupos en la historia del Rock.
ñAlice Cooper, por entonces el nombre de la banda antes que el del personaje, posan en la portada con el desparpajo de quienes se saben ganadores de la partida, con sus atuendos provocadores, pseudo glammies, y esa actitud que de indiferente les hace irreductibles ¿Alguien va a vacilarles con esas miradas vidriosas, esa chulería y esas medias sonrisas?
De su educación musical han asimilado todo lo que necesitan para ser grandes, y como descubrieron el Rock que llegó del Reino Unido, rinden tributo a sus primeros ídolos juveniles en temas directos de regusto stoniano, con ecos de otras instituciones británicas como The Kinks, en las urgentes “Caught in a Dream” o “Hallowed be thy Name”.
Como se saben hechos de la materia de los Dioses, tienen el olfato necesario para entregar ese hit que siempre será “I´m Eighteen”, una canción absolutamente perfecta donde convirtieron en una celebración, como ellos mismos decían, la angustia del que aún se siente un crío pero ha llegado a esa edad en que el entorno te exige dar un paso adelante para afrontar las responsabilidades propias de la edad adulta.
De su parentesco local con MC5 y The Stooges han aprendido lo suficiente sobre la inmediatez de la música de Garage, y destilan vitriolo en esas abrasivas guitarras que oímos en “Long Way to Go” y “Sun Arise”; en “Is it my Body”, canción en la que ese excepcional letrista que es Alice comenzaba a reflexionar sobre la exposición y vulnerabilidad del artista ante su público, años antes de que lo hiciera Roger Waters, nos muestran su propio estilo, deudor de nadie esta vez, con ese ritmo hipnótico y serpenteante, y en la larguísima “Black Juju” nos recuerdan que, en sus primeros tiempos en la escena angelina, telonearon infinidad de veces a The Doors y aprendieron todo lo bueno que podían aprender del Morrison entertainer. La catarsis instrumental final rememora de manera inequívoca al celebérrimo “The End”.
Pero si hay en este álbum un momento por el que siempre será recordado, es por contener esas dos pistas fundidas, la siete y la ocho, donde nuevamente no podemos hablar ya de influencias de ningún tipo. En mis oídos, “Second Coming” y “Ballad of Dwight Fry” suenan siempre unidas, y es una pena que desde hace siglos Alice no las haya interpretado de esa forma, centrándose solo en la segunda. “Second…” es como una introducción de tres minutos, con una melodía macabra y dulce a la vez, que el genio entona con tremendo dramatismo, como si le acabaran de comunicar la pérdida de su familiar más querido, y la instrumentación no se queda atrás. Ese prodigioso batería que es Neal Smith interrumpe en mitad del tema para capitanear con unos redobles espeluznantes un riff increíblemente sobrio, que lleva con una suavidad dolorosa la canción hacia su enlace con la siguiente, la balada del amigo Dwight, en el que constituye, y no admito debates porque no hay lugar a ello, EL MOMENTO MAS ESTREMECEDOR JAMAS REGISTRADO EN UN ESTUDIO DE GRABACION.
Como buen producto de la América de los años 50, Vincent Furnier era un fan del cine de Terror. Dwight Frie fue el actor que interpretó, en la versión del Drácula de Tod Browning y Bela Lugosi, a Renfield, el abogado que va a visitar la mansión del Conde en Transilvania para firmar la compraventa de una casa en Londres, y acaba sus días convertido en vampiro recluido en un manicomio. Tom Waits interpretó a este mismo personaje en la versión del Drácula de Coppola en los 90.
A Alice le fascinaba este personaje, y supongo que para evitar problemas legales, cambió ligeramente el nombre del actor y le dedicó esta lúgubre e inmortal balada, una de sus mejores composiciones, que se inicia con la voz de la niña (en realidad era una mujer adulta amiga de la banda, capaz de imitar la voz de una criatura angelical aterrorizada) gimiendo aquello de “Mommy, where´s daddy? He´s been gone for so long, do you think he´ll ever come home?”
A día de hoy, este tema sigue siendo uno de los highlights en el repertorio de Alicia, que canta las estrofas inmovilizado en una camisa de fuerza, en una de las más conseguidas interpretaciones jamás ofrecidas sobre un escenario. Se dice que el famoso “I Gotta Get Out of Here”, lo grabó bajo un montón de colchones y sillas plegables, para conseguir esa entonación tan claustrofóbica. Los seis minutos que dura la canción son insuperables, desde el rasgueo de la guitarra acústica hasta el agónico estribillo, los gemidos instrumentales que semejan puertas de goznes chirriantes, pero el mejor momento en todo el vinilo, y posiblemente en toda la carrera de este hombre, lo constituye el inicio, esa inolvidable línea de piano escrita por el guitarrista Michael Bruce y arreglada por Bob Ezrin, que eriza el cabello y nos hace sentir en el corazón de la fría noche ante la mansión del vampiro sobre un acantilado en el interior de los Cárpatos.
Con “Love it to Death” Alice Cooper alcanzaron el status de estrellas del Rock, una posición de la que su líder Vincent Furnier jamás se ha bajado, y aún les quedaban muchas, muchas metas por conquistar, y grandísimas canciones por ofrecer, de las que iremos hablando poco a poco. De momento, el sol se pone. Creo que ya es hora de salir del ataúd.
1. Caught in a Dream
3. Long Way to Go
4. Black Juju
5. Is It my Body
6. Hallowed be thy Name
7. Second Coming
8. Ballad of Dwight Fry
9. Sun Arise
Alice Cooper: Voz, Armónica
Michael Bruce: Guitarra
Glen Buxton: Guitarra
Dennis Dunaway: Bajo
Neal Smith: Batería
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