23.10.18

Enrique Vila-Matas: Néstor Sánchez "Cómico de la lengua" 1973


Los escritores exploran la propia vida, y la ajena, planteando un motivo claro: sólo lo que se escribe tiene el poder de existir. Enrique Vila-Matas, en Bartleby y compañía, habla sobre los escritores que abandonaron la escritura. Ese abandono es, hasta cierto punto, un abandono de la vida.
“Todos deseamos rescatar a través de la memoria cada fragmento de vida que súbitamente vuelve a nosotros, por más indigno, por más doloroso que sea. Y la única manera de hacerlo es fijarlo con la escritura. La literatura, por mucho que nos apasione negarla, permite rescatar del olvido todo eso sobre lo que la mirada contemporánea, cada día más inmoral, pretende deslizarse con la más absoluta indiferencia.” (Vila-Matas, Bartleby y compañía)

Néstor Sánchez reemplazó la pasión de hacer fragmentos escritos por el vagabundeo, primero, por el vagabundeo espiritual, solo, después, no sé cuándo, sintió la necesidad de ir la calle. O quizás se le impuso el vagabundeo, pudo más que la literatura, que se le deshilachó. Andar por ahí se le convirtió en una pasión, y se alejó del mundo, de él mismo. Siempre vio el mundo, pero no pudo tomarse un descanso de los horrores. Tampoco dijo mucho sobre qué vio y cómo se le estragó la épica. Decía, obstinado, cuando yo le hablaba de su don: perdí la épica. Y se apartó. 

Vivió apartado. La vulgaridad le sacaba una mueca, y mucho silencio. Nunca se olvidó de Apollinaire: ¿por qué? En 1986 parecía que estaba siempre yéndose, todavía la espiritualidad lo envolvía, la calle o el camino le mandaban mensajes. Escribió Condición Efímera: intento de rescate o de invención de otro hilo. Otro poema. Plantó. El viaje hacia el futuro de la vida eterna le corrió la épica. Ahí la muerte empezó a tomarle la sopa. 

Néstor Sánchez tenía una velocidad de espíritu que lo puso en vulnerabilidad. Las naturalezas toscas lo abrumaban. No pudo buscarse un lugar en el mundo. Caminar por un rectángulo o por calles sin veredas, deambular pudo más que tiempo, había que acallar las resonancias, alguna música insoportable. Hasta ir a parar al cordón de la vereda. Sin quejas. Una vez fue a dar una conferencia y entendió algo definitivo: lo sobrecogedoramente universitario. 

Ya estaba desesperado de desasosiego. Sacó la mano a espiritualidad, a camino, a caminata hasta zapato roto. Quería encontrar ese De Kooning que una vez quiso abrazar. O lo atrapó la tentación de desaparecer, de disolverse en las calles de esa cuadrícula. ¿Qué vio ahí? Néstor Sánchez pasó de una literatura física a una espiritualismo físico, volvió a su literatura física, y después se concentró, como pudo, en no ir a ninguna parte. 

En Néstor Sánchez la concentración es específicamente física. Es una exigencia de la fragmentación. Va del tango a la novela, a la espiritualidad, a los relatos, a la vida atea y contemplativa: ahí se queda. Y no dejó de desplazarse. Vagabundo. O clochard: no le venía mal esa palabra. O lumpen: la conducta como oración. Un día me dijo: Beckett tuvo suerte con Godot: pudo seguir tranquilo, aseguró economía, no le apuraron la sopa.

Sánchez siempre leyó con exactitud – la lectura en voz alta estaba en esa precisión: no era una armonía, estábamos en el sonido. Néstor Sánchez nunca se defendió del arte, de lo que amaba: “con otro refregándose pornográficamente contra un de Kooning”. Puso el mundo en su voz interior, el rollo de adentro lo escribió en poema.
                                                                                                              
Tenía la delicadeza de hacernos creer que estábamos en el mismo barco, pero bastaba con leerlo para darse cuenta de que él se había bajado en otro puerto. Pero: había que leerlo. Frecuentarlo era leerlo. Sus novelas eran como su baile: la muerte del compadrito. A él le tocó escribir en épocas del matonismo sartreano. 

Cada época tiene sus matones. Ahora son lacanianos o filosóficos o poetas del consenso. Sacar el pie como nadie lo sacaba. Sánchez es el escritor, no de lo que sucede sino del ritmo de lo que sucede. Un pie no baila, sale. Sale a lo destiempado. A tango: a jazz. El jazz: “no adhiere a mundos corroborables. Se toma el tema y se lo destruye, o sea el hombre es convocado por lo concebido, pero lo concebido no lo ilustra, ni lo limita.”


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