Al ponerme a trabajar en ese cuento, descubrí que tenía que redactar con una sencillez que percibí muy difícil para mí, pues tiendo a escribir una primera frase y luego en la segunda me lanzo a complicarlo todo, hasta desmentir incluso lo que decía esa primera frase. Y luego estaba lo de la trama. ¿Qué contar?
Mi padre tiene 92 años y en los últimos tiempos evoca más recuerdos muy lejanos que recuerdos cercanos. Y así no es raro oírle historias de su vida que se remontan a la Barcelona de los años veinte. Cuando más apurado estaba con mi cuento, él me contó un día algo autobiográfico sobre su relación a los cinco años con el alfabeto; me dijo que temía aprenderlo por un motivo más bien cómico que luego su padre –mi abuelo- le quitó de la cabeza. La anécdota me pareció ideal para mi relato y me solucionó el problema de qué historia contar; una historia que no sólo era verídica sino bien original.
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