Como también ocurre en La velocidad de las cosas , Vidas de santos es una serie de relatos (que crece a cada nueva edición pero en menor medida que su ya mencionada sucesora) con un nexo común que hace que se relacionen entre ellos de forma que admiten una lectura independiente cada uno de ellos pero, al mismo tiempo, adquieren un sentido global y cohesionado al formar parte de un conjunto.Si se consigue o no, o de que forma se consigue, si esta es buena o no, es otra historia.
Al menos, visto lo visto últimamente, hay que agradecer al autor y a los editores que no nos presenten, ni nos intenten vender, Vidas de santos como la quintaesencia de la modernidad narrativa, ni como un experimento post-lo-que-sea.
Vidas de santos es lo que es. Es Rodrigo Fresán.
Considerados los relatos uno a uno, de manera independiente, descubrimos que no hay nada que reprocharles: Son buenos relatos (aunque quizás habría que considerar porque finalmente ninguno de ellos logra despegar y destacar de los demás)
Pero si tomamos Vidas de santos como una novela en la que cada uno de los relatos es una parte de un todo narrativo, el conjunto se desmorona en las manos. Como también ocurre en La velocidad de las cosas, Vidas de santos es una serie de relatos en primera persona del singular y eso consigue un efecto narrativamente monocorde, que en cierta manera hace indistinguible un relato de otro, al menos en su forma. Fresán lo sabe e intenta paliarlo y justificarlo en el último relato, Pequeña guía de Canciones Tristes:
"Ahora aparezco.
Ahora aparezco y soy la voluntad de lo imposible (...)
(...)
Ahora a parezco y ¿quién soy yo?
¿Alcanzará a decir que soy simplemente el narrador; que este libro no trata sobre mi persona sino sobre la sombra de mi persona oscureciendo los rostros de ciertos dramatis personae?
(...)
Ahora hablo por mí mismo y no a través de las bocas y los ojos y las mentes de los alucinados con que me crucé durante estos últimos veinte siglos.
Sí, volvemos a enfrentarnos al problema de la primera persona del singular encargada de esclarecer los acontecimientos de las terceras personas del plural, de degradar las visiones a certezas y explicar el truco detrás de lo milagroso."
Parece como si Fresán quisiera depurar responsabilidades ya que, continúa, “El conocimiento pleno de todo lo que ocurrió puede llegar a ser una carga demasiado pesada para quien cuenta la historia”. Interpreto este golpe de efecto final que atribuye la autoría de todos los relatos a un único narrador transmutado en otros narradores, no tanto como una justificación sino como una constatación de la primacía en la obra de Fresán del argumento sobre el estilo. En este sentido se podría decir que es heredero de la tradición literaria estadounidense en la que las (extrañas, o al menos en apariencia) situaciones narradas son más importantes que la forma en que se narran.
Es decir, centrándose en lo que se cuenta Fresán descuida el tono indistinguible que marca todos los relatos, para acabar, con un giro maestro, incluyendo ese efecto-defecto dentro del argumento. Pero a pesar de la justificación persiste en el conjunto una especie de sordo rumor de fondo.
Considerado como conjunto de relatos, Vidas de santos o La velocidad de las cosas, los constriñen a ser partes de un “novela”, les priva de independencia. La voz uniforme del narrador puede sumir en ocasiones al lector en una especie de letargo, como si los textos de Fresán se convirtiesen en un mantra.
Me gustaría, para desquitarme de esta pequeña insatisfacción que me deja Vida de santos, escoger algún relato de esta novela y de La velocidad de las cosas, y leerlos y analizarlos independientemente de su contexto global para ver si como “islas” recuperan el vigor que el “continente” les quita.
Un día de estos, quizás.
El lamento de Portnoy
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