13.3.20

Mad Men:El placer ha sido nuestro 2015


Al final, resultó que Don no tenía razón en el primer capítulo de Mad Men, que sí habrá mañana. Ha acabado Mad Men y el mundo, incomprensiblemente, ajeno al drama de haber tenido que decir adiós a Don Draper, sigue girando. Peggy, Sally, Joan, Roger, Pete y Don son ya parte de la Historia de la televisión. Esa televisión que cambió para siempre Los Soprano, la serie que Matthew Weiner, creador de Mad Men, ayudó a hacer grande. Cuánto debemos al señor Weiner. A sus pies.
Los finales son siempre complicados. Poner punto final a una historia así, dar una salida digna a unos personajes que llevan tanto sobre sus hombros y, a la vez, satisfacer las expectativas de los seguidores. Unas veces se ha optado por el corte radical, como aquel mítico fundido a negro. Otras se ha optado por hacer explícito el final de cada personaje. Otras se ha puesto final a la historia sin jugársela, con la conclusión que tenía que tener. Mad Men se ha despedido manteniendo su línea. ¿Fiel a sí misma? En unas cosas sí, en otras no. Pero con un final a la altura de las circunstancias. Y que consigue dejar a los espectadores con una sonrisa en los labios. Porque quién iba a decir que la canción que sonaría al final de Mad Men sería esa.

"La publicidad se basa en una cosa: la felicidad".

Los últimos capítulos de Mad Men (la serie en la que nunca pasa nada) han tenido altibajos, pero siempre un tono melancólico que dejaba ver que el adiós estaba cerca. Pero el final, al menos el de Don, ha sido el que tenía que ser. En su enésima crisis de identidad, y tras hacernos creer, llorando abrazado a un desconocido, que empieza a entender de qué iba eso de la vida, el final demuestra que Don nunca cambiará, y que ese genio que conocimos en el primer capítulo volverá para estar detrás de una de esas campañas que hizo de Coca Cola lo que hoy todavía es.

Don no podía acabar tirándose por una ventana. Eso sí habría sido traicionar a la serie y al personaje. Draper nunca ha sido de salidas fáciles. Más bien es de salidas en círculo, de esas que vuelven a la casilla de inicio para no avanzar, no cambiar. Y así ha sido en su despedida.

Antes, Mad Men nos robó las grandes despedidas que esperábamos. Las conversaciones telefónicas con Sally, Betty y Peggy son a cada cual más demoledora, con sabor a despedida amarga, tan intensas que cortan la respiración por lo que se dice y lo que no, lo que va impllícito. Porque Mad Men nunca nos lo ha dicho todo, y por eso nosotros nos tenemos que despedir de ellos por teléfono, a distancia, y con mucho dolor.

"Lo que llamas amor fue inventado por gente como yo para vender medias".

Lo de Don es muy grande. Pero lo de Peggy ha chirriado un poco. Ese momento ataque-de-romanticismo-en-la-oficina, tan impropio de Peggy, sonaba a final feliz acelerado para uno de los mejores personajes de la serie, uno de los que más ha evolucionado y que solo podía tener un buen final. Aunque la forma chirría, el fondo es sensato: esa mujer se merece la felicidad y el amor, incluso aunque sean conceptos inventados por gente de su gremio.

Mad Men ha repartido finales felices. Joan, Roger y Pete también han tenido los suyos. Al menos, son felices en lo que respecta a la serie; luego a saber qué hace cada uno con su vida... La gran damnificada ha sido Betty y, en cierta forma, Sally, la niña que ha crecido a la velocidad de la luz, heredera de lo peor de sus padres y obligada a madurar a marchas forzadas. No hay planes de spin-off para Mad Men, pero ójala en algún momento se planteen hacer uno de Sally Draper. De ahí se puede sacar oro.

Mad Men se ha acabado con un adiós que sabe a final de era, esa era que arrancó con Los Soprano y que cambió para siempre la forma de hacer y entender la televisión. Antes de Los Soprano también había series, por supuesto, incluso buenas y muy buenas series. Pero lo de después ha sido otra cosa. Va a costar mucho llenar el hueco que deja Mad Men. Quizá no éramos muchos los que la seguíamos, pero éramos fieles y, sobre todo, sabemos de qué va esto de la vida, de miradas, de sentimientos, de vacíos, de silencios, de dolor, de frustración, incluso de cinismo. De cambio y de resistencia al cambio. De dar un paso al frente y dos atrás. Y de finales felices repentinos y despedidas por teléfono. Aunque duela.

Hasta siempre, Don.


NATALIA MARCOS

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