A finales de los años sesenta del siglo pasado, un ensayo titulado Suecia, infierno y paraíso, del periodista italiano Enrico Altavilla, arrasó en las librerías europeas en general, y españolas en particular. El paraíso sueco estaba formado por una sociedad del bienestar que ponía a la gratuita disposición de sus ciudadanos magníficos servicios públicos. Se disfrutaba de una y justicia social admirados por el resto de europeos. El infierno al que se refería Enrico Altavilla estaba constituido por la soledad y la falta de relaciones, el alcoholismo y la escasez de sol, que desembocaban en la depresión, causa de un elevado índice de suicidios, y en una sexualidad desaforada.
Aquella sexualidad que se vivía en Suecia, tan criticada en las páginas de aquel libro, era lo que atraía a la mayoría de los jóvenes del atrasado sur de Europa. También fascinaba y atraía la cultura política de su democracia, que fue anhelada por los sectores sociales más avanzados del sur europeo. Mientras, el turismo ya había instalado en el consciente colectivo de la católica Europa meridional el estereotipo de las suecas como ideal femenino: altas, rubias, de ojos azules y cuerpo escultural, liberadas sexualmente, que el cine se encargó de afianzar con estrellas como Bibi Andersson, Anita Ekberg o Mai Zetterling.
En los primeros años del siglo XX Suecia había pasado de una estructura social rural y agrícola a una acelerada industrialización. Su sistema político, fundamentado en el socialcristianismo del Partido Liberal de Centro y en la socialdemocracia, fundó un capitalismo cimentado en las libertades públicas y la igualdad de oportunidades, financiado por un sistema impositivo implacable y sin corrupción, que dio lugar a una sociedad del bienestar envidiable y envidiada por la práctica totalidad de los países europeos.
La ideología que subyacía en las leyes del país escandinavo era el intelectualismo moral socrático, que identifica la virtud como el conocimiento. Se creía que bastaba el conocimiento de lo justo (la autognosis) para obrar correctamente, y se consideraba que las malas acciones son producto del desconocimiento, esto es, no son voluntarias, ya que el conocimiento de lo justo sería suficiente para obrar virtuosamente. Por lo tanto, la conducta moral sólo es posible si se basa en el conocimiento del bien y la justicia. Sus cárceles y sanciones eran modélicas y ejemplo para el resto de los europeos.
Suecia empezó a despertarse de su sueño socrático el viernes 28 de febrero de 1986 cuando a las 23:21 horas el Premier socialdemócrata Sven Olof Joachim Palme fue asesinado mientras volvía caminando del cine a su casa con su mujer Lisbet Beck Friis, por una de las calles principales del centro de Estocolmo. La pareja no llevaba guardaespaldas.
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