Si viajamos al pasado, cuando cursaba secundaria, en su clara vocación de cineasta se cruzó la genética. Desde entonces conserva ambas pasiones intactas. “He rodado algunos cortos, pequeños documentales e incluso varios anuncios, pero me conformo con el nivel aficionado. Siempre me ha interesado comprender qué motivaciones llevan a las personas a hacer determinadas cosas. Por eso me gusta tanto el cine: por lo general, los personajes empiezan en un punto y acaban en otro distinto”.
La biología –“para dedicarme al cine habría dependido demasiado del azar”- le ofreció la posibilidad de analizar el comportamiento humano. Dentro de la genética –“donde cada semana asistimos a un descubrimiento fascinante”- Miguel Pita centra su trabajo en la genética del comportamiento y en concreto en la psicopatía subclínica; la falta de empatía. “Estudiamos qué variantes de un gen explican, hasta cierto punto y combinadas con otros factores, determinados perfiles psicopáticos o esquizofrénicos. Por qué hay individuos sanos que tienen una mayor inclinación psicópata y otros menos”.
El confinamiento ha sido productivo para Miguel Pita por una razón extra. Sin cuarentena es posible que no hubiera visto la luz su nuevo libro, ‘Un día en la vida de un virus’ (Periférica). En sus páginas, el investigador (autor también de ‘El ADN Dictador’) aborda de frente la convivencia con el SARS-CoV-2. “Como especie, es muy probable que tengamos que convivir con el virus de ahora en adelante. Se ha expandido tanto que erradicarlo por completo será muy difícil. Incluso cuando llegue la vacuna, requerirá una gran campaña simultánea en todo el mundo, y somos muchos”, detalla Miguel Pita.
El biólogo recuerda que la paulatina vuelta a la normalidad se va a producir cuando el virus es aún muy agresivo. “Tenemos que tomar todas las precauciones. El riesgo de rebrote es alto. En una segunda fase será menos contagioso porque más población habrá desarrollado anticuerpos y, después, poco a poco bajará su virulencia”. Miguel Pita no da por seguro que estos sean los pasos del COVID-19, pero “si nos fijamos en dinámicas similares, con el tiempo los virus pierden agresividad después de haber llegado a una especie nueva. La convivencia con el hospedador, en este caso nosotros, será más llevadera, aunque aún nos queda para llegar a ese punto”.
Pita sí espera que la pandemia nos enseñe a comportarnos con más seguridad en futuras situaciones similares, provocadas por otros virus “o por las consecuencias del calentamiento global”. “Tenemos mucho que aprender y estar preparados. No caigamos en los errores del pasado. Oímos hablar de amenazas, pero no les prestamos atención porque no sucederán mañana. Les restamos demasiada importancia”.
Antes de la vacuna
Entre fases, rebrotes y nuevas normalidades, el mundo entero asiste a los avances en el descubrimiento de una vacuna contra el COVID-19 con ansiedad y máxima presión. Una película de suspense en la que primero intervendrá un actor secundario muy solvente. “Los tratamientos previos hasta que llegue la vacuna van a mejorar mucho la situación. Por mucha prisa que tengan algunos, la vacuna ha de ser, ante todo, segura, y eso requiere tiempo. Ya empezamos a ver que hay medicamentos que funcionan bien. Crecerán los enfermos que se reponen y descenderán los casos severos. Los medicamentos nos ayudarán en esta fase intermedia. Y no olvidemos lo mucho que ha aprendido el personal sanitario a lo largo de estos meses”, explica Miguel Pita.
¿Hasta que punto influye la genética en los heterogéneos efectos de este virus? “En general, en las enfermedades infecciosas no hay relación con los distintos genotipos para medir sus efectos, variables entre unos y otros pacientes”, afirma Pita. “Sí sabemos que en la evolución del paciente infectado influyen la tensión arterial, el asma, la diabetes o los problemas cardiovasculares. Esto no quiere decir que, más adelante, descubramos que determinadas variantes genéticas como pueden ser distintos receptores celulares que dan paso al virus influyan en la propensión y faciliten hacer cierta medicina personalizada. Todo esto asumiendo algo fundamental: cuando menos se la espera, la genética siempre tiene algo que decir”.
Un sistema inmune sorprendido
Investigadores de la talla de Adolfo García-Sastre reconocen que distintos aspectos del comportamiento del COVID-19 han desconcertado notablemente a la comunidad científica. Es el caso de la pérdida de oxígeno en sangre, incluso si el pulmón no está inflamado, así como el desarrollo de trombosis. “Para mí lo más impactante es que es un virus novedoso tanto para los científicos, pese que contamos con excelentes expertos en coronavirus, como para nuestro organismo”, explica Miguel Pita.
“Cuando la gripe nos ataca –añade el investigador-, aunque sea un virus distinto al de otro años, el sistema inmunológico busca en sus archivos y encuentra algo parecido contra lo que ya ha peleado”. El SARS-CoV-2 altera esta defensa, que sobre reacciona. “El sistema inmune lo forman nuestros soldados, y a veces han agravado el problema tratando de atacar a la enfermedad sin saber cómo, dañándonos a nosotros mismos. Es lo último que esperábamos y ha ocurrido”.
Sin ciencia no hay futuro
En una semana en la que la ciencia ha alzado la voz para reclamar los recursos que le corresponden para seguir avanzando, Miguel Pita opina que “la investigación es la mejor inversión que puede hacer un país aunque, lamentablemente, no ofrece réditos políticos cada cuatro años”.
El investigador señala que tan importante es financiar la lucha contra el coronavirus como no olvidar la relevancia de la investigación básica. “Conviene evitar la visión cortoplacista. La pandemia nos ha demostrado que hay que hacer ciencia en todos los terrenos porque nunca sabes dónde encontrarás la solución a los problemas o nuevos desarrollos. A muchos les parecería absurdo analizar murciélagos en cuevas, pero hoy nos iría mejor de haberlos estudiado. Tal vez la solución a futuras hambrunas sea investigar saltamontes, quién sabe…”
Doctor en Biología Celular y Genética, Miguel Pita (Madrid 1976) no ha interrumpido su trabajo docente en la Universidad Autónoma de Madrid durante el confinamiento. “Nos hemos adaptado a un nuevo formato y a un lenguaje distinto a la hora de dar clase. Han sido días de mucho ordenador y poca pipeta”, explica en alusión a cómo su laboratorio sí ha estado parado desde que empezó la pandemia.
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