13.10.20

Pet Sounds: El maravilloso engaño de los Beach Boys

La música, o es sinestesia, o no es nada. O logra lanzar una imagen o hurgar en un recuerdo en el cerebro, o es solo sonido. Conseguirlo con la letra ya es difícil, pero con la melodía pasa al nivel de dificultad de la telepatía. Y el encanto de las canciones de los Beach Boys era ese: les oías mencionar cómo surfeaban una ola mientras, por detrás, sus inmaculados coros simulaban las exclamaciones de trepidación obligadas para mantener el equilibrio, con un sinuoso “uuuuh” de varias notas diferentes.


Si había que soñar con que todas las chicas fuesen “California girls”, los chicos de Brian Wilson ideaban unos acordes y una instrumentación vaporosos que parecieran aturdir de felicidad los oídos en el mismísimo arranque del tema. En fin, que las de este grupo para adolescentes eran las cursiladas más sofisticadas y arrebatadoras de la música pop de los sesenta.

Esa orfebrería de chicle llegó a su culmen en el disco Pet Sounds. No solo había canciones que eran verdaderas virguerías de composición y armonía, aunque simulaban ser el típico éxito fácil del verano, sino que las ejecuciones instrumentales eran impecables. Esa es la piedra filosofal del pop —y más ahora—: que parezca el mecanismo de un chupete, pero que sea un reloj suizo por dentro. Era el caso de God Only Knows o Sloop John B.

Quizá el tema más famoso (en España) de este tesoro fue Wouldn’t It Be Nice, en el que un esplendoroso sonido de guitarra acústica de 12 cuerdas arranca la canción revoloteando como las mariposas del estómago de dos enamorados quinceañeros que se preguntan: “¿No sería bonito si fuéramos mayores? / Entonces no tendríamos que esperar tanto”. Para disfrutar de su amor, se entiende. Metales, timbales, acordeón, más de un bajo (cosa rara en el pop)… Si se compara ese lujo y esa perfección insultantes con la actuación del quinteto en el famoso T.A.M.I. Show, uno empieza a sospechar. ¿De verdad eran capaces esos chavales timoratos de haber grabado esa joya del pop solo dos años después? Sí y no. Sí las voces y coros. Pero no los instrumentos. Ninguno.

Lo cierto es que un cóctel de anfetaminas, ácido, problemas psíquicos, medicamentos y embrollos familiares y sentimentales desembocó en una crisis nerviosa de Brian Wilson (el líder del grupo y compositor más prolífico) que le apartó desde 1964 de los escenarios. El resultado subsiguiente fue que él se quedaba en Los Ángeles componiendo y grabando con otros músicos profesionales mientras el resto del quinteto salía de gira (también con músicos de apoyo). Así fue como el mayor de los tres hermanos comenzó a desarrollar toda la creatividad de la que era capaz (que era mucha) y toda la paranoia que le procuraban el ácido y las medicinas de su tratamiento psiquiátrico (que también era mucha). “¡Uf! ¿Wouldn’t It Be Nice, dices? 

Eso era la eterna imperfección, pasamos meses, y meses, y meses regrabándola”, contaba Al Jardine en un documental por el 50º aniversario del disco. “Está perfecto. Pero otra vez. Es lo que decía Brian después de cada toma”, recordaba en una entrevista Hal Blaine, el batería de la sesión y del disco completo, haciendo ver la obsesión por una perfección enfermiza que el compositor había desarrollado.

Pero lo asombroso estaba en que el disco sonaba a los Beach Boys. Era puro Beach Boys…, aunque sin los Beach Boys el 80% del tiempo en el estudio. Porque los demás miembros eran llamados a grabar las voces en los interludios de las giras, cuando ya el acompañamiento instrumental estaba mucho más que grabado y arreglado. En realidad, el milagro lo obraba un grupo de músicos de estudio que lo mismo trabajaba para ellos que para Elvis Presley (A Little Less Conversation), para Sonny and Cher (The Beat Goes On), para The Mamas and The Papas o para el glorioso disco de Simon and Garfunkel The Sounds Of Silence. Lo asombroso es que en cada grabación hacían creer que era puro sonido Elvis o puro sonido The Mamas and The Papas. Eran instrumentistas con una técnica imponente, capaces de leer y ejecutar cualquier partitura —y añadir arreglos propios sobre la marcha— y de simular el estilo que se les pidiera.

Bill Pittman, uno de los guitarristas que estaban entre esa treintena (aproximadamente) de músicos de sesión que los diferentes estudios y productores contrataban para casi todo en los sesenta y setenta, se quejaba en el documental The Wrecking Crew de que “estabas en Universal Studios de nueve a doce de la mañana, luego te ibas casi sin tiempo a Capitol Records, después grababas una publicidad a las cuatro de la tarde, luego quizá otra cita a las ocho y después con los Beach Boys desde medianoche hasta las tantas. Y así cinco días a la semana. Tío, acabas quemado”.

En definitiva, un maravilloso engaño para los oídos que deja pequeño el otro gran secreto de los Beach Boys: el único miembro del grupo que había practicado el surf era Dennis. Los demás solo conocían la tabla de planchar. —eps

Álbum: Pet Sounds (Capitol Records).

Año: 1966.

Lista Billboard: puesto 8º.

El nombre de The Wrecking Crew lo acuñó el batería Hal Blaine. Decía que los músicos de sesión de los estudios de grabación solían ser señores serios, de formación clásica y desprecio por el rock and roll. En cambio, Blaine y sus compañeros aparecían desarrapados, no estudiaban por adelantado, se saltaban (para bien) la partitura y no reparaban en disquisiciones acerca de la calidad de las canciones. Por eso, imaginaba que esos viejos profesores pensarían que esta nueva hornada de músicos era como un equipo de derribo (wrecking crew) que iba a acabar con el negocio musical. — Es interesante ver en Netflix el documental The Wrecking Crew (2008), y también es muy revelador buscar Pet Sounds (50th Anniversary Edition), porque incluía todas las canciones en modo instrumental, es decir, sin las voces del grupo.

Iñaki de la Torre Calvo

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