"Gobernaba de viva voz y en todas partes,asediado por los leprosos,ciegos y paralíticos que suplicaban de sus manos la sal de la salud,y políticos de letras y aduladores impávidos que lo proclamaban corregidor de los terremotos,los eclipses,los años bisiestos y otros errores de Dios"
En 1968, a García Márquez le encargaron escribir una obra sobre la historia de las dictaduras en Latinoamérica, y tardó 8 años en hacerlo. Cuando terminó había escrito una novela -con un estilo sofisticadísimo, sin precedentes en la literatura- sobre un dictador universal “de una edad indefinida entre los 107 y los 232 años“, al que odiamos y compadecemos a la vez, casi por igual unidos uno y otro sentimiento, redimido nuestro desprecio por la absoluta humanidad con la que García Márquez nos lo presenta.
La figura del dictador se mitifica, dándole un poder absoluto sobre las gentes y los elementos. Se dice que las vacas de sus rebaños nacen ya marcadas por el hierro presidencial; en un momento el dictador pregunta la hora y le responden "La que Vd. ordene, Su Excelencia"; en otra ocasión se asegura que ha vendido el mar a los gringos. Esta omnipotencia, expresada mediante el uso magistral de la hipérbole, se muestra sin embargo asentada sobre la mentira.
En varios pasajes se muestra al propio tirano envuelto en la confusión, sin saber qué corresponde a la verdad y qué a las falsedades urdidas por su propio régimen. Un caso flagrante es el de la canonización por decreto de su madre, Bendición Alvarado, tras una serie de milagros post mortem amañados por los secuaces del dictador para agradarle. Él mismo acaba creyendo la mentira, y sólo el instructor de la causa se atreve a desilusionar su fervor filial.
En momentos como ese, Márquez logra incluso llevar al lector a empatizar con un tirano del que se narran las mayores barbaridades (como servir asado y en bandeja de plata al jefe de su guardia). Ese poder infinito que todos le atribuyen, y que él mismo ha construido sobre la mentira, le aleja del afecto de todos, incluido el suyo propio.
Sus súbditos lo aceptan como una fatalidad natural, casi ya sin temor. García Márquez ha cifrado de forma inmejorable la esencia de un poder desnaturalizado cuando dice del tirano que "llegó sin asombro a la ignominia de mandar sin poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad".
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