27.1.21

Alain Fournier " El Gran Meaulnes" 1913 (Colección Reno)


Una mañana de verano de 1905, un joven pasea a orillas de Sena. De pronto ve a una mujer que le llama poderosamente la atención. Esa mujer era la belleza personificada. El joven se le acerca e intenta, si no cortejarla sí saber todo lo que pudiera sobre ella. La bella mujer sólo le contesta que se llama Yvonne Quièurecourt. Y así como apareció, desapareció, en un abrir y cerrar de ojos. El joven se llama Henri Alban Fournier. Tiene diecinueve años. Pero nosotros lo conoceremos siempre como Alain-Fournier, el autor de El gran Meaulnes.

Cuando leí esta novela por primera vez, todavía no se sabía dónde estaba enterrado su autor. Se sabía que había muerto en 1914 a los veintisiete años, en Les Éparges, muy cerca de Verdún,  en acción de guerra. Al año siguiente de publicar su única novela. Recién en 1991 se descubrió su cuerpo enterrado en una fosa común alemana. Además de su consagrada novela (que dicho sea de paso se publicó el mismo año que “Las cuevas del vaticano, de André Gide y Por el camino de Swan, de Marcel Proust), Alain-Fournier dejó una novela inacabada, textos poéticos y un importante epistolario, entre el que se encuentra el que mantuvo con el escritor Jacques Rivière, cuñado suyo dado que estaba casado con su hermana Isabelle, a la que dedica “El gran Meaulnes.

Debo decir, antes que nada, que comparto absolutamente con el escritor francés Frédéric Beigbeder la extrañeza  que le causa las similitudes entre El gran Gatzby y El gran Meaulnes. No solamente el título, que no deja de ser bastante notoria, sino también el uso de un narrador fascinado por el protagonista empeñado en un amor imposible. Con buen criterio Beigbeder se pregunta si Scott Fitzgerald no  habría leído antes de escribir su novela a Alain-Fournier. 

El relato falsamente autobiográfico de su narrador es en el fondo una especie de elegía a la pérdida de la pureza esencial, que decía un crítico argentino en los años setenta. Me interesa ahondar en otra idea de Beigbeder: dice el autor de “13,99 euros, que El gran Meaulnes es un canto al amor unilateral. Y que en cuanto el amor se hace correspondido, se convierte en una lata. Yo pienso lo mismo, aunque con un matiz. Es verdad que amar, al fin y al cabo, es amar el amor del otro. Sobre todo eso. Comprobar que somos amados, para decirlo brutalmente, “nos pone”. Sentimos saciada nuestra enfermedad egocentrista. Pero Meaulnes ama como se ama en los sueños. Por ello tiene la novela de Alain-Fournier ese aire de encantamiento casi surrealista. De encuentro y desencuentro doliente y a la vez mágico.  

El gran Meaulnes es una novela de iniciación. Se convoca en sus páginas el amor absoluto, no solamente en la persona de su heroína Yvonne de Galais, sino en todas las Yvonne que le depare su desconocido destino aventurero. La obsesión del amor como motor vital, como ebriedad de la carne y el espíritu. Se le rinde tributo incluso cuando muere, porque fue un día algo palpitante a lo que se le guardará infinita memoria. Alain-Fournier plasmó en su libro inmortal una alegoría de la experiencia amorosa. 

Recabó en sus recuerdos de adolescencia, la materia de su límpida y tenue trama. Trasladó su experiencia provinciana y lo hizo dibujando todos sus perfiles y aristas: la tierra, el color de las estaciones, la fiebre del verano, los diminutos ruidos de la noche y su silencio. Al amparo del simbolismo fin-de-siècle,  Alain-Fournier no transige con el realismo. 

Y sin embargo escribe una novela de aventuras, aunque en el fondo sea en realidad una novela de aventuras espirituales. Agustín Meaulnes terminará encontrando lo que durante toda su adolescencia buscó desesperadamente. Una vez alcanzado lo que parecía imposible para él, se nutre de nuevos deberes de su corazón indómito.  Partirá de nuevo hacia nuevas aventuras. Las heridas y el éxtasis de nuevas búsquedas que arrastrará consigo y así hasta el fin de sus días. Fantasía y realidad a partes iguales, El gran Meaulnes les parece a algunos estudiosos, no sin razón, la novela más lírica de Truman Capote, Otros voces, otros ámbitos.

J. ERNESTO AYALA-DIP

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