26.1.21

Epílogo de Vila-Matas "Lista de desaparecidos" Andrés Barba-Pablo Angulo 2013

Me marcho, es tardísimo. Escondo mi mano tullida de nacimiento y dejo a la vista la otra, aquella con la que retuerzo cuellos de gatos callejeros. El calor, te digo, parece como un traje invisible, le dan ganas a uno de quitárselo. Me voy, dejo aquí una crema de afeitar como único aroma. Qué ridículo me verías si supieras lo que pienso. Sé que soy sólo un lugar, un hueco del barrio, soy este sitio de seres con paños fríos en el cuello, también de lavacabezas con apoyapiés eléctricos. Me marcho, es tardísimo, te digo. Jamás he tocado la vida ni con la punta de los dedos. Me voy, pero me quedo, porque soy el lugar, y un lugar nunca se mueve. Me quedo porque sólo tengo calma donde ya he estado, sólo calma donde nadie me dice quién soy, ni sabe quién he sido. Y porque la tarde es lenta y se astilla y me es familiar esta bruma sin niebla, los fríos paños blancos, esta cuesta suave del final del día.


«Mira bien este rostro. Hay en él algo extraño, algo excepcional: de entre todos los rostros del mundo es el que tú has elegido, el que tú has codiciado. Míralo bien: lo has deseado, has dormido con él, has soñado con él, lo has besado muchas veces, lo has odiado también, te ha herido, conoces su olor y su textura. Estás oyendo crecer este rostro como una música, es el metro del mundo. No lo comprendes casi en realidad. Ni siquiera lo has elegido. Ha venido hasta ti como las bendiciones y las catástrofes y tres segundos después te ha parecido imposible haber vivido en un mundo en el que no existía ese rostro. A veces sientes que deberías aprender a mirarlo y que hasta ahora has cometido en muchas ocasiones el mismo error; el de pensar que sabías quién era sólo porque lo amabas. Ahora tus ojos son como los ojos de los recién nacidos , ojos que no ven y en los que apenas se ve, ojos sin blanco, pura pupila ciega. Y el rostro de tu amor está aquí inmóvil, abierto a tu curiosidad, desnudo. Se ha quitado de encima todas las afectaciones y los discursos. Y tú eres el intruso, el espía.»

La asociación de texto e imagen es una antigua práctica literaria. Los emblemas renacentistas y barrocos aclaraban una figura enigmática con textos ingeniosos. Las vanguardias reivindicaron el propio valor de la imagen. La efímera aventura “literformista” en los pasados años 70 planteaba algo distinto, una conexión entre pintura y poema que implicaba un auténtico diálogo. En esta línea se sitúa la curiosa Lista de desaparecidos que firman conjuntamente el escritor Andrés Barba (1975) y el pintor Pablo Angulo (1972), dos creadores madrileños que comparten edad y sensibilidad próximas en esta obra. Barba aporta un rosario de textos escuetos cuyo conjunto remite a la descripción de unas cuantas situaciones comunes y a la insinuación de una antología de vivencias. 

Angulo contribuye con una cuarentena de dibujos, casi todos rostros cuyo trazado intenso a lápiz o carboncillo forman una galería de retratos inquietantes, unos pocos serenos, pero la mayor parte marcados por un rictus de angustia, desvalimiento o impenetrabilidad. La conversación entre las minimalistas narraciones y las ilustraciones potencia la percepción de adentrarse en un oscuro corredor donde se vislumbran enigmas, fantasmas y desconsuelos de la naturaleza humana.

En la parte literaria, Barba juega al máximo con los dos rasgos de su escritura que, según lo que conozco de ella, la marcan: una atracción por psicologías vulnerables y un escaso interés por la materia argumental. Ambos resultan pintiparados para sacarles todo el juego en la secuencia de mínimas estampas y de observaciones impresionistas de este libro. Pudiera parecer que el autor se ha contentado con un desfile de breves piezas, casi microrrelatos independientes, aunque con nexos entre ellas. Sin embargo se insertan con disciplina en un conjunto mayor. 

Lo que hallamos son unas sucintas prosas que parten de una descripción externa y dan pie a diversas digresiones. Se trata de una composición muy arriesgada por paradójica pues en ella se pasa de lo narrativo a lo impresionista y tan curioso salto no chirría. La descripción se refiere a varios lugares: un par de habitaciones, un vagón de tren, la entrada de un colegio, una oficina bancaria, una peluquería y una pequeña plaza de barrio, un puesto de frutas, un lujosos restaurante, la taquilla de un cine o un bar de copas. 

Ese marco de una página escasa se presenta en nítidos términos costumbristas. Cada situación se relaciona con personas cuya actitud, semblante o problemática se apunta con técnica alusiva. La soledad, el amor y el desamor, el deseo de agradar, ciertos impulsos hacia el prójimo, la incomprensión o diversos sentimientos se muestran en unas pocas pinceladas con austeridad franciscana. En bastantes casos el rostro del personaje es el indicio mayor del motivo abordado y así esta narrativa de la mirada resulta unitaria con los dibujos que la acompañan.

Andrés Barba cuida al máximo una escritura de fraseo sencillo y muy expresiva. Más que designar situaciones recrea impresiones y se apoya en sinestesias e imágenes comunes en la expresión poemática: oyendo crecer un rostro, aire que huele a sueño, una luz lechosa y enjabonada, una cama opulenta... El autor pone la calidad de página al servicio de un sombrío caleidoscopio humano.


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