9.3.21

Jaume Vallcorba: Vila-Matas y la muerte-letra impresa 1978 (La asesina ilustrada)

Toda novela es, en cierta medida, autobiográfica. Ni el concepto es nuevo ni su repetición puede recordar nada. De cualquier forma, la autobiografía involuntaria ha sido considerada como un factor que resta unidades de valor a la novela en la que se esconde. Sabiéndolo, Enrique Vila-Matas, en su última novela, La asesina ilustrada, no hace ciertamente autobiografía en el sentido más literal, pero nos da las suficientes claves como para pensar en un parentesco íntimo de los personajes que la pueblan y su propia persona.


Una ojeada a las iniciales de sus principales actores, ya leídas cabalmente o a la inversa (y es bien curioso que esa inversa emita, además, juicios de valor) así nos lo hace sospechar. No es una relación de espejo inevitable la que se nos hace presente: más bien la quintaesencia de una visión, una visión que, por lo pronto, se ha dado ya con frecuencia en textos novelísticos clásicos, más de tres que yo recuerde. Amante de los entuertos, las vaguedades y los equívocos, Vila-Matas crea y se resigna a esta especie de fatalismo aceptándolo, jugando con él y modificándolo en un texto narrativo que, si me parece más una novela que un cuento largo, se deba quizá a la relativa gratuidad con que algunos elementos revisten la trama. 

Dicho de otro modo: no de todos los clavos que aparecen en la ficción va a colgarse el protagonista, hecho que ni a Chejov ni a Borges habría de agradarles. Y si cito los personajes en cuestión es debido a que parece que el segundo (que en cierta medida usa en ello del primero) hace su aparición en el texto. Pero tampoco el agrado de Borges se haría indispensable. 

La novela, que usa de gran variedad de formas narrativas entrelazadas no se erige, quizá por esta razón, en suscribiente de una escuela. Gran cantidad de recursos a la moda se hallan en sus páginas, desde la recreación de mundos oníricos propios de una ciencia-ficción a la Ray Bradbury (y pienso ahora en la noche eterna de los tres soles) hasta la intersección límite realidad-literatura que se produce, no solamente en la participación involuntaria del lector en la trama de la novela, precisamente en una parte no escrita, sino también por la personalidad del mismo protagonista de la novela y que es, ni más ni menos, que un texto literario, un texto que toma vida activa por las consecuencias que acarrea su lectura y que son la misma muerte de su lector.

La novela, configurada, pues, a partir de los efectos que produce en sus personajes la lectura de un texto central que le da nombre, podría ser un análisis sobre las propiedades del lenguaje literario, análisis al que se han aficionado no pocos escritores a partir de una determinada escuela parisiense. El mismo título de la obra podría ser una pista en este sentido, pero no es así. Lejos de ser un texto teórico con apariencias de narrativo, se trata de un texto de aventuras en el que sencillamente suceden cosas. Nada tampoco de tramas psicológicas. El entretejido de géneros que la componen no creo que prive calificarla de vagamente policíaca, con una salvedad: la verosimilitud y los hechos que coadyuvan al descubrimiento final carecen en este caso de importancia.

* Este artículo apareció en la edición impresa de El País del 1 de marzo de 1978. Y fue la primera reseña de un libro de Vila-Matas en este periódico.



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