13.5.14

Michel Houellebecq "Las partículas elementales" 1999

Las partículas elementales se halla a mitad de camino entre el ensayo y la narración; por otro, pese a tratar temas de un rabioso presente, acaba adentrándose en la ciencia-ficción, puesto que sus últimas escenas transcurren en el año 2079, cuando un nuevo hombre, fruto de la tecnología, nos ha sustituido y el hombre, fruto de la historia, se encuentra en extinción. El humor sarcástico, el cruel análisis del presente y la aparente simplicidad psicológica con la que Houellebecq diseña sus personajes proponen una oposición fundamental: el vitalismo frente al cientifismo.
Sus protagonistas viven una circunstancia histórica que les marcará de forma indeleble: son los hijos de aquella generación del 68 que se propuso cambiar el mundo a través de la imaginación y la libertad sexual.

Y, sin embargo, Houellebecq posee la suficiente capacidad narrativa para permitir que en el mundo deshumanizado de Michel brote alguna brizna de poesía. Sin embargo, la clave de su indiferencia la advertiremos en la sentida muerte de la abuela, que les acogió. Houellebecq (nacido en 1958), poeta y ensayista, consiguió el Prix Flore con su primera novela, Ampliáción del campo de batalla (1994), y la presente ha logrado algo parecido a la consagración. Las partículas elementales no es la réplica a Un mundo feliz, de Huxley, repetidamente mencionado. Los dos protagonistas, Bruno y Michel, deben entenderse como la réplica, salvando las enormes distancias, de Don Quijote y Sancho. A la figura de Michel, entregado a la ciencia y al perfeccionamiento del ser humano, se opone la de su hermano Bruno, preocupado por el desasosiego del sexo. Acabará sus días viviendo una fugaz y satisfactoria relación amorosa con una mujer que descubrirá en una especie de falansterio sexual, el «Espacio de lo Posible», pero la muerte imprevista de la mujer le llevará a internarse voluntariamente en un sanatorio mental. Las páginas en las que describe este refugio son tan brillantes como crueles.

La muerte constituirá, entre ráfagas de sátira, otro de los ejes de la novela, desde que los hermanos viven con su abuela, hasta el suicidio de Annabelle, enamorada desde niña de Michel, aunque éste tan sólo pueda sentir hacia ella (como el héroe de El extranjero, de Camus) un distante afecto. Annabelle resultará, en su adolescencia, víctima de la timidez de Michel, quien en su madurez se habrá transformado en un científico de renombre. Llevará una vida dedicada exclusivamente al ejercicio intelectual: «la vida, pensaba Michel, tenía que ser algo sencillo; algo que pudiera vivirse como un conjunto de pequeños ritos, Indefinidamente repetidos». Deseará que así sea, pese a que el alejamiento de cualquier signo sentimental le cueste la vida a la mujer que llegó inspirarle una ternura próxima al amor. La técnica del salto atrás, el recuerdo, constituirá el motor de una acción que no decae, pese al deliberado ensayismo. El novelista no escatima temas conflictivos: la relación hombre/mujer; la sexualidad compulsiva la religión católica; el budismo zen el humor; el mal; la felicidad.

Los temas más polémicos se tratan con audacia, con sentido del humor, con acidez no exenta de ternura. Y su combinación con la vaga poesía que les rodea acentúa la dureza del mensaje. A partir de la página 300, cuando trata de las obras ya póstumas de Michel, tras su probable suicidio, se acentúa el carácter ensayístico de la novela, dado que sus protagonistas han desaparecido y el discípulo de Michel, Hubczejak llevará hasta las últimas consecuencias su pensamiento. Ya no se trate de superar el «New Age», sino que más allá del 2079 la Tierra está poblada por la nueva especie de felices clónicos. Pese al final de tono profético, el ácido humor de Houellebecq se ceba en nuestros días. En una de las más duras y apasionantes narraciones de la profunda crisis ideológica del fin del milenio. La última página, un homenaje al hombre de hoy, no deja de ser una muestre antológica del máximo cinismo.


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