11.7.14

Philip Larkin "Poesía reunida"


Una edición bilingüe que reúne por primera vez en español los tres libros fundamentales del autor (Engaños, Las bodas de Pentecostés y Ventanas altas) con traducciones de Damián Alou y Marcelo Cohen, además de algunos poemas últimos y dispersos. 

Heredero de una línea poética que viene de Thomas Hardy y Edward Thomas, su tono conversacional y cáustico y una emoción contenida que nunca se desboca en patetismo, encontró su propia voz en Engaños, un libro de 1955 con el que superó el simbolismo y las secuelas vanguardistas, y con Las bodas de Pentecostés y Ventanas altas –dos asombrosos éxitos comerciales de los que se vendieron miles de ejemplares- acabó de perfilar esa voz propia hecha con palabras sencillas como alas de pájaro.
'Aubade' (Albada), de Philip Larkin

Trabajo todo el día y me medioemborracho
por la noche. A las cuatro, me despierto mirando
la oscuridad callada. Saldrá, dentro de poco,
luz de entre las cortinas. Veo, hasta entonces, lo
que siempre ha estado allí: muerte incordiante, un día
ahora más cercana, haciéndome imposible
toda pregunta excepto esas de cómo, dónde
y cuándo moriré. Inútiles preguntas:
ya el temor de morir, y estar muerto, de nuevo
centelleando me dormía y me horroriza.

La mente queda en blanco con el resplandor. No
por los remordimientos -el bien que no se ha hecho,
amor no dado, tiempo malgastado- ni por
las penas: una vida puede ser poco tiempo
para que los comienzos errados se superen,
y puede no lograrlo, sino por ese eterno
y completo vacío, la segura extinción
a la que siempre vamos y en que nos perderemos.
No estar aquí, ni estar en ningún otro sitio,
y pronto; nada más terrible ni más cierto.

Ningún truco disipa este modo especial
de tener miedo, como la religión solía
intentar, ese inmenso, armónico brocado
apolillado que se creó para hacernos
creer que no moriremos, o esa tela ilusoria
que dice: "Ningún ser racional teme lo
que no siente", sin ver que ese es nuestro temor
-- nada que ver, ningún sonido, ni sabor,
caricias ni olor, nada con que pensar ni amar,
la anestesia de la que nadie vuelve en sí.

Y, así, esto está en el límite de la visión, pequeño
borrón, escalofrío permanente que cada
impulso ralentiza hasta la indecisión.
Casi todas las cosas pueden no ocurrir: esta
lo hará, y el comprenderlo nos hace enfurecer,
aterrados, si estamos sin compañía o sin
alcohol. No es solución el valor: significa
no asustar a los otros. Que uno sea valiente
no lo puede librar de la tumba. La muerte
vendrá de cualquier modo, te quejes o te aguantes.

Poco a poco, hay más luz; la alcoba cobra forma.
Allí está, simple como un ropero, aquello
que sabemos y siempre hemos sabido, ese
saber que no hay salida sin querer aceptarlo.
Una parte ha de irse. Mientras, se encogen, listos
para sonar, teléfonos en despachos cerrados.
Indiferente y difícil, este mundo alquilado
empieza a despertarse. El cielo es blanco
como arcilla, sin sol. Hay trabajo que hacer.
Carteros como médicos van de una casa a otra.


Como explica Hitchens: "Las albadas son poemas sobre enamorados que se separan al alba; en este caso, la enamorada de Larkin es la vida misma, acompañada por la comprensión, cruda pero sincera, de que no sigue más allá de la tumba, y de que pensar lo contrario es engañarse."

El desencanto de Larkin se basa en el supuesto de encantarse con una falsedad extrema, es decir, pensar que existiremos después de muertos. Es tan sencillo darse cuenta que tal cosa no existe, que no debiera en realidad producir desencanto. 

La verdad impertérrita de nuestra efímera existencia debiera ser un motivo para disfrutar de la vida, de encontrar nuestro cielo aquí, en la tierra, de no pensar en que luego habrá una mejor vida y apostar uno que otro rezo, ritual sectario, o hipócrita acción (estarás en mis oraciones) para pensar que eso nos garantizará el gozo eterno. 

El encanto debe estar en la vida misma. El encanto no debiera ser producto de un engaño paliativo para una tanatofobia fáctica. Ese miedo lo han explotado los mercachifles de la religión desde tiempos inmemoriables. El encanto está en lo que existe. El encanto en lo que no existe (dios, cristo, vida eterna, etc) se llama farsa, y si bien divierte y es más fácil de obtener, nos puede llevar con más facilidad, también, al desencanto
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La vida primero es tedio, luego miedo.
La utilicemos o no, pasa,
y deja lo que algo ajeno a nosotros eligió, 
y la vejez, y luego el único fin de la vejez
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XXIV
Amor, debemos separarnos: que no sea
terrible ni amargo. En el pasado
hubo demasiada luna y autocompasión:
dejemos que esto termine así: nunca antes el sol
atravesó el cielo de manera más intrépida,
nunca antes los corazones tuvieron más ganas
de ser libres, de acabar con mundos y devastar bosques;
tú y yo ya no los llevamos; somos cáscaras que miran
cómo el grano se emplea para un uso diferente.
Hay arrepentimiento, siempre hay arrepentimiento.
Pero es mejor que nuestras vidas se desaten,
como dos barcos llevados por el viento, húmedos de luz,
partiendo del estuario con sus cursos ya fijados,
y que saludándose se distancian, y se pierden de vista a lo lejos.

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