“Le bastó entrar al despacho, chocar los tacos y anunciarse con la voz más marcial que pudo sacar de su garganta — “¡Teniente segundo García Guerrero, a la orden, Excelencia!”– para sentirse electrizado. “Pase”, dijo la aguda voz del hombre que, sentado en el otro extremo de la habitación, ante un escritorio forrado de cuero rojo, escribía sin alzar la cabeza. El joven dio unos pasos y permaneció firme, sin mover un músculo ni pensar, viendo los cabellos grises alisados con esmero y el impecable atuento –chaqueta y chaleco azul, camisa blanca de inmaculado cuello y puños almidonados, corbata plateada sujeta con una perla– y sus manos, sujetando una hoja de papel que la otra cubría con trazos rápidos, de tinta azul.
En la izquierda, alcanzó a ver el anillo con la piedra preciosa tornasolada que, según los supersticiosos, era un amuleto que, de joven, cuando, como miembro de la Guardia Constabularia, perseguía a los “gavilleros” sublevados contra el ocupante militar norteamericano, le dio un brujo haitiano, asegurándole que mientras no se la quitara sería invulnerable al enemigo.
– Una buena hoja de servicios, teniente –lo oyó decir.
– Muchas gracias, Excelencia.
La cabeza plateada se movió y aquellos ojos grandes, fijos, sin brillo y sin humor, buscaron los suyos. “Yo nunca he tenido miedo en la vida”, confesó después el muchacho a Salvador. “Hasta que me cayó encima esa mirada, Turco” Es verdad. Como si me escarbara la conciencia.” Hubo un largo silencio, mientras aquellos ojos examinaban su uniforme, su correaje, sus botones, su corbata, su quepis. Amadito comenzó a sudar. Sabía que el menor descuido indumentario provocaba al Jefe un disguto tal que podía irrumpir en violentas recriminaciones.
– Esa hoja de servicios tan buena no puede mancharla casándose con la hermana de un comunista. En mi gobierno no se juntan amigos y enemigos.
Hablaba con suavidad, sin quitarle de encima la mirada taladrante. Pensó que en cualquier momento la chillona vocecita soltaría un gallo.
– El hermano de Luisa Gil es uno de esos subversivos del 14 de Junio. ¿Lo sabía?
– No, Excelencia.
– Ahora lo sabe –se aclaró la garganta, y, sin cambiar de tono, añadió–: Hay muchas mujeres en este país. Búsquese otra.
– Sí, Excelencia.
Lo vio hacer un signo de asentimiento, dando por terminada la entrevista.
– Permiso para retirarme, Excelencia.
Hizo sonar los tacos y saludó. Salió con paso marcial, disimulando la zozobra que lo embargaba…"
En La Fiesta del Chivo asistimos a un doble retorno. Mientras Urania Cabral visita a su padre en Santo Domingo, volvemos a 1961, cuando la capital dominicana aún se llamaba Ciudad Trujillo. Allí un hombres que no suda tiraniza a tres millones de personas sin saber que se gesta una maquiavélica transición a la democracia. Vargas Llosa, un clásico contemporáneo, relata el fin de una era dando voz, entre otros personajes históricos, al impecable e implacable general Trujillo, apodado el Chivo, y al sosegado y hábil doctor Balaguer (sempiterno presidente de la República Dominicana). Con una precisión difícilmente superables, este peruano universal muestra que política puede consistir en abrirse camino entre cadáveres, y que un ser inocente puede convertirse en un regalo truculento.
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