La historia de la literatura está llena de destinos extravagantes o trágicos. Y la de Robert Walser está entre las más trágicas. W. G. Sebald ensaya sobre la vida del escritor en su librito El paseante solitario En recuerdo de Robert Walser y nos cuenta que en opinión de Elias Canetti, la singularidad de Walser consistía en que, al escribir, negaba siempre su miedo en lo más íntimo, excluía continuamente una parte de sí mismo.
En esta ausencia, decía Canetti, se basaba lo peculiarmente inquietante que había en él. Este miedo fue cultivo del ambiente familiar en su infancia, como lo describe en varias de sus novelas. Walser se expresó en un alemán exquisito y extraño (el dialecto Biel).
Su obra literaria influyó a personajes de la talla de un Kafka, W. Benjamin, Robert Musil y quién sabe cuántos más hasta llegar a la contemporánea Elfriede Jelinek que escribe una obra de teatro Él no como él (para con Robert Walser).
«Cómo se puede comprender a un autor que estaba tan acosado por las sombras y que, con independencia de ello, esparció por todas partes la luz más amable, un autor que escribía humoradas de pura desesperación, que casi siempre escribió lo mismo y nunca se repitió, para quien sus propios pensamientos, aguzados en minucias, eran incomprensibles, que estaba por completo con los pies en el suelo y se perdía incondicionalmente en el aire, cuya prosa tenía la cualidad de disolverse al ser leída, de forma que sólo unas horas después de su lectura apenas se podían recordar los personajes, acontecimientos y cosas efímeras de que se había hablado. .»
Nieve
Nieva que nieva, la tierra se cubre
de un blanco quejido allá a lo lejos.
Vacila bajo el cielo el hervidero
de copos en un ay, nieve, la nieve.
Una quietud te da, una amplitud,
me ablanda el mundo blanco de la nieve.
Mi afán, pequeño, pues, y luego grande, en lágrimas me apremia de por dentro.
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