El argumento ya parte de una idea jocosa: un megamagnate post-moderno, tipo Murdoch, Sir Jack Pitman, decide crear en la isla de Wight, como obra magna que le sucederá en la posteridad, una réplica "perfeccionada" de la Inglaterra a la que tanto dice amar, pero que juzga como incómoda, decadente e imperfecta.
El proyecto va más allá de un parque temático para turistas ricos, que es el proyecto original, al conseguir la independencia de la isla y que la propia familia real británica se traslade a ella, conviviendo con ilustres personajes -o leyendas- de la Historia inglesa como Robin Hood, la reina Victoria o el doctor Johnson (la aparición de este último no parece en absoluto aleatoria, desde luego).
La configución y éxito de esta nueva entidad político-lúdico-comercial no sólo crea una dinámica interna propia, sino que también afecta a la llamada "Vieja Inglaterra", que acaba pareciendo menos real que su copia... Para mayor ironía -a modo de boomerang, si se quiere-, hay que decir que lo que a finales del siglo XX parecía ser una entelequia puramente satírica, a día de hoy se ha convertido casi en una realidad superpuesta a la Inglaterra "auténtica", como puede atestiguar cualquiera que se dé una vuelta por el Londres más turístico.
La configución y éxito de esta nueva entidad político-lúdico-comercial no sólo crea una dinámica interna propia, sino que también afecta a la llamada "Vieja Inglaterra", que acaba pareciendo menos real que su copia... Para mayor ironía -a modo de boomerang, si se quiere-, hay que decir que lo que a finales del siglo XX parecía ser una entelequia puramente satírica, a día de hoy se ha convertido casi en una realidad superpuesta a la Inglaterra "auténtica", como puede atestiguar cualquiera que se dé una vuelta por el Londres más turístico.
Bien es cierto que en la novela no sólo se satiriza sobre los parámetros -no pocas veces oportunistas- del patriotismo para determinar quién o qué merece formar parte y representar al acervo colectivo de una nación. También nos dibuja una imagen bastante convincente de cómo sería un Estado sin Estado propiamente dicho, el sueño del ultra-liberalismo, donde el gobierno se viera reemplazado por la dirección ejecutiva de una corporación y las leyes, por los términos contractuales entre empleador y empleado.
Y más allá, sobre toda la novela sobrevuela la filosofía de Guy Debord, plasmada en su obra, La sociedad del espectáculo (de hecho, Barnes se cura en salud haciendo una velada alusión a este autor ya en las primeras páginas del libro), que ya señalaba:
“Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación.”
Pero Barnes no sería el magnífico escritor que es si no nos ofreciera algo más. La novela, además de una divertida sátira, propone una reflexión sobre los elementos que escogemos -o nos escogen- para conformar nuestra memoria personal, no sólo colectiva, y que en buena medida son los que moldean nuestra personalidad... ¿o quizá no lo son y ésa es sólo una premisa más que aceptamos, como los propios recuerdos o los mitos que alimentan el fervor patriótico?
Es una duda que la protagonista femenina, Marta Cochrane (contratada por Sir Jack para hacer de "cínica oficial" del Proyecto), tarda toda una vida en resolver, como un puzzle al que le hubieran hurtado una pieza. Un puzzle que representaba su Inglaterra particular. Que cada cual escoja la suya.
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