9.1.16

Albert Cohen "Bella del señor"

“Se había apeado del caballo y caminaba por entre avellanos y agavanzos, seguido de los dos caballos que el mozo de cuadra sujetaba por las riendas, caminaba en medio de los crujidos del silencio, desnudo el busto al sol de mediodía, caminaba y sonreía, extraño y principesco, seguro de una victoria.”
En los años treinta, Solal es un guapo judío de Cefalonia, alto funcionario de la Sociedad de Naciones, que se enamora de una mujer casada, Ariane, a la que corteja durante 350 páginas hasta conseguir a Adrien Dume, su lamentable marido, que acaba pegándose un tiro.

Al fin libre, la pareja se querrá durante tres capítulos, hasta la muerte. Miles de novelas han contado ya la misma historia: Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Daniel Ducret y Fily Houteman… entonces ¿por qué motivo Ariane y Solel nos conmueven tanto?

Quizá es debido a la fuerza de una escritura  libre, a la vez tremendamente cínica y muy romántica. (Cohen la denominaba su “proliferación gloriosamente cancerosa”). Hay que saber que Albert Cohen no escribió este libro, sino que lo dictó durante catorce años en voz alta a su secretaria y, más tarde, su esposa Bella, lo que explicaría la extensión de algunos pasajes (los monólogos de Ariane en su bañera, por ejemplo), pero, sobre todo, su mágico lirismo.

La frase de Cohen, su modo de apostrofar al lector, de criticar a sus propios personajes, de aparecer él mismo en escena, resultan muy contemporáneos. Como todos los grandes libros, Bella del Señor es un pozo sin fondo: cada lectura se abre a nuevas dimensiones. Puede leerse como un panfleto contra la persecución nazi,como un tratado sobre seducción, como una crítica a la pareja moderna y a los celos proustianos… un elogio al amor auténtico en contraposición a la pasión, una caricatura de la burguesía ociosa y narcisista.

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