24.1.16

David Lean "The Bridge on the River Kwai" (1957)

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Quién no tiene en la ­retina la imagen del puente del Golden Gate de San Francisco envuelto en la niebla? ¿O del puente de Brooklyn con la Estatua de la Libertad al fondo, símbolo del nuevo mundo? Los puentes sobre el Sena llaman al romanticismo, el puente de Londres ha hecho volar la ima­ginación de millones de niños, y el puente de Rialto parece como si los tiempos de Marco Polo y los dogos venecianos fueran ayer mismo. ­Pero el puente sobre el río Kwai es el único que, nada más mencionarse su nombre, inspira a tararear la música de la película que lo hizo célebre: nana-na-na-na-na-naná, nana-na-na-na-na-naná...

El filme de 1957, ganador de siete Oscars, dirigido por David Lean y protagonizado por Alec Guinness y William Holden, estuvo a punto de no rodarse por la oposición del Ministerio de la Guerra británico, que consideró –según documentos top secret que han sido desclasificados en los Archivos Nacionales– que un comandante del ejército nunca habría colaborado (como hace a regañadientes el coronel Nicholson de la película) en la construcción de un puente para el enemigo. 

En la cinta cinematográfica, el coronal japonés Saito utiliza prisioneros de guerra de distintas nacionalidades para levantar un puente sobre el río Kwai en la frontera entre Tailandia y Birmania, e insiste en que los presos británicos parti­cipen. Nicholson se niega en prin­cipio a permitirlo, alegando la Convención de Ginebra, pero finalmente cede a cambio de ejercer control total sobre el proyecto, a fin de demostrar la mayor capacidad técnica de sus hombres, alimentar el pres­tigio del Reino Unido y desmora­lizar al rival. 

Una serie de aconte­cimientos (no contemos el final por si alguien todavía no la ha visto) le obligan a enfrentarse con la enormidad de lo que ha hecho. El productor norteamericano Sam Spiegel solicitó la colaboración de la Royal Air Force y las autoridades militares británicas para el rodaje, pero el proyecto no sentó bien, ni en Londres ni en la Asociación de Prisioneros de Guerra del Lejano Oriente, a quienes no les hizo ninguna gracia la idea de dar la impresión de que habían colaborado con sus captores. “Nunca habríamos aceptado –afirmó en su momento el brigadier sir Philip Toosey, en quien se inspiró el personaje de Nicholson (Guinness)–. Mis objetivos eran, por este orden, cuidar del bienestar de mis hombres, intentar escapar y sabotear al enemigo”. 

 En la realidad, sesenta mil prisioneros de guerra participaron en la construcción del puente sobre el río Kwai, y doce mil de ellos perdieron la vida en la empresa. Pero la realidad es siempre muy distinta de la ficción, por mucho que quiera imitarla. El puente de la película no ­está ni en Tailandia ni en Birmania, sino en Sri Lanka, a dos mil kilómetros de distancia, cruza el río Ganga y lo atraviesa el ferrocarril que hace el trayecto entre la ciudad de Kandy, en las montañas del centro de la isla, y la capital, Colombo. Su construcción para el rodaje de la pelí­cula tardó ocho meses (dos más que el de verdad por los prisioneros de guerra). 

Era más largo que un campo de fútbol, tenía la altura de un edificio de seis pisos y fue diseñado en base a un dibujo del original, que es de cemento y acero en vez de madera y piedra como el del filme, materiales que habrían sucumbido a la fuerza del agua durante los monzones. El auténtico puente sobre el río Kwai que los japoneses construyeron durante la ocupación de Tailandia para hacer posible el llamado “ferrocarril de la muerte” nunca fue destruido y existe todavía. 

Cerca de él hay dos cementerios con los cuerpos de nueve mil soldados aliados, no sólo británicos sino también holandeses, australianos y norteamericanos, que perdieron la vida por la brutalidad de sus captores, los repetidos bombardeos, el calor tropical, la escasez de alimentos y las condiciones de vida en los campamentos. Eventualmente el Ministerio de la Guerra británico, a pesar de las reticencias, aceptó colaborar en el rodaje, con la condición de que al principio de la película (en los cines de Londres pero no en los de provincias) se indicara que se trataba de una obra de ficción, y que en ­ningún momento los prisioneros habían colaborado con el enemigo. 

El guionista Carl Foreman fue víc­tima de la caza de brujas del se­nador McCarthy tras admitir ser miembro del Partido Comunista. Alec Guinness ganó el Oscar al ­mejor actor. En homenaje a todos ellos, esta historia no puede acabar con un punto final, sino silbando el tema de El puente sobre el río Kwai: nana-na-na-na-naaná... Londres alegó que en la realidad sus presos de guerra nunca habrían ayudado al enemigo a construir un puente.

Rafael Ramos

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