Estamos en 1960. Una pundonorosa familia, compuesta por Jerry (el padre), Jean (la madre) y Joe (el hijo adolescente), abandona su tranquila Lewison a razón del jefe de hogar, que quiere hacer dinero aprovechando el boom petrolero en Great Falls, Montana.
Sin embargo, las cosas empiezan a salir mal: Jerry no consigue la riqueza que imaginaba, lo que le obliga a buscar trabajo en lo que siempre se ha desempeñado: como instructor de golf en clubes privados. Jerry es un tipo apuesto, inteligente y de contextura atlética; sin embargo, se convierte en víctima de la rutina de su empleo, sin querer se ha transformado en un ser apático, y esta apatía termina recargándose al ser despedido a causa de las lluvias de cenizas de los incontrolables incendios en los bosques de Great Falls.
Por otro lado, Jean es una mujer que a sus treinta y siete años mantiene el esplendor de sus años juveniles: bellísima, inteligente y con una curvilínea silueta… Ella y Jerry se quieren mucho, pero el paro laboral, el maldito desempleo, saca a flote sus latentes problemas de pareja… Cansado de no hacer nada, Jerry decide enrolarse en las brigadas que intentarán apagar los incendios de los bosques, cosa que lo lleva a alejarse de casa…
Tres días de ausencia en los que Jerry se desentiende de todo… Tres días de ausencia en los que la vida de Joe es marcada… Tres días de ausencia en los que Jean se enamora de Warren Miller, un viejo empresario exitoso, con problemas para caminar, tremendamente feo, pero con la misma necesidad de afecto y cariño que Jean.
Esta es una novela sobre los deseos y la insatisfacción, y es contada por un testigo privilegiado y también el menos indicado: por Joe, quien muchos años después rememora esos días en los que vio a su madre besar y hacer el amor con un hombre que no era su padre.
Esta experiencia lo llevó a conocer los sentimientos de los adultos a patada limpia. Sin embargo, es mediante la escritura (“exorcismo”) sobre la infidelidad de su madre que aprende a no caer en el criterio ramplón de juzgar por juzgar, sino que llega a entender, o en su defecto aceptar, la incoherencia de las emociones, no solo de ella, sino la de todos los seres humanos.
La prosa de Ford se muestra como una protagonista velada e inquietante, que enriquece las descripciones de los escenarios de Great Falls, las actitudes de Jean, Warren y Jerry, y, muy en especial, el recorrido que en solitario realiza Joe por una ciudad que no conoce y de la que desea huir.
Podría asociarse el estilo del autor con el de Ernest Hemingway, pero basta una mirada un poco más acuciosa como para declararlo heredero de Anton Chéjov. Además, Ford sí ingresa a las sensaciones de sus personajes, los muestra tal y como son, con sus alegrías, frustraciones y perplejidades; son presas de la violencia interna de los sentimientos encontrados, de la que no logran librarse del todo, ni siquiera en una de las escenas cumbre: cuando Jerry prende fuego a la casa de Warren, impulsado, y esto es lo extraño, no por el hecho de que este haya estado teniendo una aventura con su esposa.
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