“Una voz límpida y segura de sí misma puede hacer que las personas obedezcan incluso las órdenes más increíbles.”
“Ningún país es mejor que sus gobernantes.”
“En otros mundos quizá era diferente. Mejor, con el bien y el mal como alternativas bien claras, no esa oscura confusión, esas mezclas; y no había herramienta capaz de separar las partes. No tenían ese mundo ideal que ellos hubiesen querido, donde la moralidad es fácil de alcanzar porque el conocimiento es fácil de alcanzar. Donde es posible hacer el bien sin esfuerzo porque lo obvio se ve enseguida.”
Unos cuantos años han pasado desde que los Aliados perdieron la Segunda Guerra Mundial frente al Eje germano-nipón y vieron como casi todo su territorio se repartía entre los vencedores. Y en la antigua potencia estadounidense unos nativos conviven (o sobreviven) con los conquistadores, bajo las severas leyes impuestas por estos.
En la costa este, dominados por los nazis. En la oeste, por los japoneses. Esta es la premisa de la El hombre en el castillo, ucronía (historia alternativa) clásica que escribiera el genio del LSD y la ciencia ficción Philip K. Dick en 1963, autor de obras como Ubik o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?.
Afortunadamente, en esta ocasión PKD se centró bastante más en la escritura de la novela que en la ingesta de drogas, por lo que el libro resulta no solo interesante y lleno de conceptos brillantes, como es habitual en el escritor, sino además entretenido y legible, que no siempre fue así cuando dejaba llevar su pluma, literalmente, por los alucines.
El hombre en el castillo es una de las más célebres ucronías jamás escritas. En este género existe uno o más momentos de inflexión que cambiaron el curso de los acontecimientos tal y como los conocemos, el llamado punto Jonbar.
En este caso fue el asesinato de Roosevelt, lo que conllevó una política aislacionista y la tardía entrada americana en la guerra. Para cuando lo hicieron ya estaba todo perdido. No dista mucho este de otra magnífica ucronía sobre la WWII, la de La Conjura contra América, que décadas más tarde escribiría el gran Philip Roth, y es que a la hora de imaginarse mundos con la premisa del ¿y si…?, la WWII es una de las especulaciones favoritas de los escritores.
La historia se centrará en la costa oeste de unos Estados Unidos semiocupados (fundamentalmente en la ciudad de San Francisco). Nazis y nipones mantienen la paz entre ellos y se reparten las costas (la zona media del país no interesará especialmente a nadie a priori, y tierra de nadie será), imponiendo sus leyes y manías, desde la limpieza étnica de la “solución final al problema judío”, que ya se toma por naturalizada en esta cambiada sociedad, hasta elementos tan dispares como la curiosidad y coleccionismo japonés por los objetos americanos de su cultura prebélica, entendiendo la actual como muerta y carente de sentido. Mientras tanto, existirá cierta tensión entre los dos dominadores parecida hasta cierto punto a la Guerra Fría.
El hombre en el castillo es una novela coral. Iremos conociendo la propuesta de Dick a través de dispares personajes: judíos con tapadera, diplomáticos, artesanos de medio pelo, espías, trotamundos… Un ecléctico elenco para darnos a conocer una historia interesante por separado que cobrará sustancial sinergia al poner todos los elementos juntos.
Lo más brillante de la obra resultará la repetitiva y metaliteraria (o metahistórica, cómo no) pregunta que se hacen los personajes sobre qué hubiera pasado si nazis y japoneses hubieran perdido la guerra, llegando a considerarse esto a veces como un imposible.
Sin embargo existe un vehículo para tal ucronía (dentro de la ucronía), una novela de crucial importancia hasta la última página que está en boca y manos de muchos de los personajes llamada La langosta se ha posado, que especula con la supervivencia de Roosevelt. La novela, aunque fácilmente hallable, está prohibida, y su amenazado autor dicen que vive recluido en un castillo para sobrevivir.
Por último merece la pena mencionar el I Ching, una especie de oráculo chino que consultan algunos personajes para conocer su destino y seleccionar sus actos, que si bien de inicio cuesta un poco aceptar, en definitiva es un acierto, aunque solo sea para redondear uno de los mejores finales de Dick que recuerdo.
Este sistema no solo existe en la realidad, sino que el propio escritor dijo que lo empleó para escribir la novela y fue tan riguroso plasmando sus lecturas que en ocasiones fueron en contra de sus deseos, quedando un resultado puntualmente diferente al inicialmente pretendido.
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